L´OSSERVATORE ROMANO, 22 de abril de 2012
Santidad, en cuanto a la selección no estoy de acuerdo
FRANZ BECKENBAUER
Era el año anterior al campeonato mundial de fútbol en Alemania. Como presidente del comité organizador estaba visitando a los treinta y un países cuyas selecciones nacionales se habían clasificado para el mundial. Al final de octubre de 2005 llegamos a Roma desde Lisboa. Como cada miércoles, decenas de miles de personas se reunieron en la plaza de San Pedro para la audiencia general del Papa. Y entre ellas aquella vez se encontraba también nuestra pequeña delegación.
A veces la vida sigue caminos misteriosos. Un mes y medio antes cumplí sesenta años y alguien me preguntó qué deseaba para aquel día. Respondí: «Me gustaría conocer al Papa en persona».
En esa época Joseph Ratzinger era Papa desde hacía poco tiempo, cerca de seis meses. Aún recuerdo haberme alegrado cuando lo eligieron. Un Papa alemán, y por añadidura bávaro, un paisano. Viéndolo en televisión daba una impresión simpática, casi paternal.
Al final de la audiencia general, después de pronunciar las últimas palabras, el Papa Benedicto XVI vino hasta nosotros. A su lado Georg Gänswein, su secretario personal, que amablemente había organizado para nosotros aquella pequeña audiencia privada. De repente me encontré frente a ambos, y el Papa me tendió la mano. Es difícil describir ese momento. El carisma que emana de este hombre, su serenidad interior y su dignidad, su cordialidad: todo ello me impresionó profundamente. He conocido muchos personajes importantes, pero este encuentro fue algo especial, ciertamente uno de los momentos más conmovedores de mi vida, que nunca olvidaré.
Naturalmente, antes había reflexionado sobre qué le diría al Santo Padre. Desde luego no me esperaba que se interesara y entendiera de fútbol. También en esto me sorprendió. Comenzó él mismo a hablar sobre fútbol. Quiso saber, por ejemplo, cómo marchaban los preparativos para el mundial, si los trabajos en los estadios se concluirían a tiempo y cómo estaba nuestra selección nacional. Creía que en aquel momento la selección era bastante buena. Entonces yo no estaba del todo de acuerdo. Por eso le respondí que por lo menos iba por el camino adecuado para llegar a ser un buen equipo. A lo cual él sonrió con benevolencia. En el curso de la breve conversación entregué al Papa Benedicto XVI el gallardete oficial del mundial Fifa 2006. Nos dio las gracias y nos felicitó a nosotros y a la selección por el mundial jugado en Alemania, que es también su patria. Y después dijo: «Veré muchos partidos en televisión».
Del momento de la entrega del gallardete existe una foto en la que nos vemos los dos, el Papa Benedicto XVI y yo. Hoy, cuando viajo, llevo siempre esta foto conmigo. Y la llevo sobre el resto de las cosas en la maleta. El encuentro con Benedicto XVI cambió algo en mi vida. Desde entonces voy de nuevo más a menudo a la iglesia. Cuando, poco después del mundial, el Papa vino a Alemania, leí todos los discursos que pronunció durante su visita. En ellos seguía repitiendo: «Id a la iglesia y dad testimonio». Son palabras que me he tomado a pecho.
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