martes, 9 de febrero de 2010

EL CATECUMENADO Y LA FORMACIÓN PERMANENTE, DESAFÍOS DE APARECIDA PARA LOS CONSAGRADOS SECULARES EN AMÉRICA LATINA

EL CATECUMENADO Y LA FORMACIÓN PERMANENTE, DESAFÍOS DE APARECIDA PARA LOS CONSAGRADOS SECULARES EN AMÉRICA LATINA[1]

 

Doctor José Luis del Palacio y Pérez-Medel

 

Hoy se estima en 6.600 millones de personas la población mundial, de las cuales la mitad viven en áreas urbanas. Estos datos están recogidos en un reciente informe de Naciones Unidas de 2007, publicado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas[2]. Las ciudades de América Latina albergan previsiblemente al 80% de la población urbana mundial. 

La situación del mundo, afirma el senador italiano Marcello Pera, es que actualmente sopla en todo el mundo un mal viento. "El relativismo, laicismo, cientificismo y todo lo que hoy se coloca en el lugar de la fe son los venenos, no los antídotos, los virus que atacan al cuerpo ya enfermo, no los anticuerpos que lo defienden"[3]. Se trata de la idea de que hay que tener paciencia (tolerancia) y los males desaparecerán por arte de magia o de que podemos ser condescendientes también con quien nos amenaza, pues al final saldremos adelante[4]. No podemos engañarnos, "los bárbaros no están esperando más allá de las fronteras; nos gobiernan desde hace ya un buen tiempo y es precisamente nuestra falta de conciencia de este hecho lo que constituye un factor importante de nuestra difícil situación"[5]. El adversario hay que buscarlo dentro, ya ocupa el interior del edificio. Por eso, desean manipular al hombre despojándolo de su calidad humana con el fin de que no pueda encontrarse a sí mismo ni a Dios.

 

Los desafíos que el demonio plantea en la sociedad de hoy son: 1º La construcción de nuestra vida al margen de Dios; 2º El relativismo moral; 3º El laicismo radical y 4º La ideología de género.

 

Ante esto, nos hacemos una pregunta: ¿Cómo evangelizar las ciudades en nuestro continente de América y qué desafíos nos encontramos?

 

En el discurso sumamente lúcido pronunciado por Juan Pablo II en el Simposio de Conferencias Episcopales de Europa (11-X-1985), dijo entre otras cosas: «Se puede decir con toda propiedad que (el Concilio Vaticano II) representa el fundamento y la puesta en marcha de una gigantesca labor de evangelización en el mundo moderno, llegado a una encrucijada nueva de la historia de la humanidad, en la que tareas de una gravedad y amplitud inmensas esperan a la Iglesia. Según la inspiración original, el Concilio se proponía esencialmente "poner en contacto con las energías vivificantes del Evangelio el mundo moderno"»[6]. Con toda probabilidad estamos en una etapa nueva de la misión de la Iglesia que siempre está en estado de misión: "misión ad gentes"[7] frente a un cambio de época global.

 

Juan Pablo II en la Carta Encíclica Redemptoris Missio (núm. 33), hablaba de la "nueva evangelización", que ha de ser nueva en su método, en su ardor y en su expresión. La gran misión continental, que impulsó la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada del 13 al 31 de mayo de 2007 en Aparecida (Brasil) y que poco a poco van poniendo en marcha nuestras iglesias, para que tenga futuro y prosperidad debe estar unida al Papa y encaminada a la "nueva evangelización".

 

La expresión "nueva evangelización" fue pronunciada inicialmente por Juan Pablo II en el contexto del V Centenario de la evangelización de América, refiriéndose a la necesidad de actualizar la primera evangelización en nuestras tierras llevada a cabo en gran parte por misioneros españoles y portugueses.

 

La Iglesia es enviada a proponer el Evangelio de Dios a miles de millones de personas[8]. No se puede presentar el cristianismo como un simple moralismo, sino como un don en el que se nos ha dado el amor que nos sostiene y nos proporciona la fuerza necesaria para saber "perder la propia vida" ofreciendo la vida eterna que comienza ya. "El que ama su vida la pierde, y el que odia su vida en este mundo la guardará para la vida eterna", dice el Señor (Jn 12,25). Odiar la propia vida es una expresión semítica fuerte y encierra una paradoja; subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del amor: el camino de darse, entregarse, perderse para encontrarse. El Evangelio no se debe ocultar en el santuario de la conciencia o de la privacidad, sino proclamarlo a todo el mundo para experimentar la libertad.

 

El kerigma cristiano anuncia que no se nos ha dado a los hombres otro nombre que el de Jesús como señor de todo poder y esclavitud, en el cual podamos salvarnos (cf. Hech 4,12). Desde las estructuras viejas de la Cristiandad de hoy, ¿cómo ofrecer la posibilidad de retorno al hombre alejado de hoy que sufre esclavizado por el consumismo más atroz que le frustra y le deja vacío? ¿Es posible que un terrorista, delincuente, drogadicto, borracho, homosexual, prostituta, matrimonio roto, un egoísta... pueda volver al seno de Dios y ser transformado en una criatura nueva? Fruto de este anuncio del kerigma muchos jóvenes están retornando de la experiencia del pecado que les ha llevado a la muerte existencial, y desde su experiencia de haber vivido en Egipto, en la esclavitud, están anunciando la vida eterna.

 

Anunciar y testimoniar el kerigma es salvar a la humanidad porque Dios ha revelado en Cristo, en su Hijo, quién es Él. Este verdadero cristianismo es vivido en pequeñas comunidades (cf. Mt 13,44), en la Iglesia primitiva, porque han encontrado el verdadero tesoro y viven este encuentro de un modo convincente para los demás. En esto hay que dar la razón a A. J. Toynbee en que el destino de una sociedad depende siempre de minorías creativas. Los cristianos creyentes deberían considerarse como una de estas minorías creativas y contribuir a que Europa recobre de nuevo lo mejor de su herencia y esté así al servicio de la humanidad entera[9]. Al lado de las minorías convencidas habrán de coexistir formas de pertenencia o de referencia tal como se manifiesta en las comunidades primitivas o en las comunidades monásticas medievales. Es decir, en torno a las minorías tocadas por la gracia deben surgir lugares de encuentro que posteriormente llegarán a ser levadura para la masa (Mt 13,33). Por ejemplo, afirma J. Ratzinger: "Los marxistas decían que para hacer la revolución en un país basta un dos por ciento de elementos realmente activos: a la postre, la humanidad depende siempre de minorías activas. Lo esencial es que haya una minoría activa en el sentido positivo. Me parece que este es el verdadero desafío, y estos grupos -que tienen entusiasmo misionero pese a su pequeñez numérica- pueden estimularnos a todos nosotros a ser fermento de la vida del evangelio en el mundo"[10]. Esta levadura fermenta toda la masa por los valores eternos que encarnan.

 

De ahí surge un hombre nuevo, un mundo nuevo, una nueva civilización, una nueva cultura, una nueva esperanza para todos: la victoria sobre la muerte y sobre una cultura de muerte.

 

¿Cómo anunciaba este kerigma la Iglesia primitiva?

 

Los apóstoles, transformados en Pentecostés por la presencia del Espíritu Santo, recorrían las sinagogas en pequeños equipos de tipo itinerante, anunciando la buena noticia, esto es, el núcleo central de la fe, la Palabra de la salvación, llamando a la conversión.

 

Estos equipos itinerantes tenían conciencia de ser Heraldos (anunciadores del Kerigma), Apóstoles (enviados para anunciar el kerigma), Maestros (transmitían la enseñanza del catecumenado) y Profetas (iluminaban las Escrituras de forma profética)[11]. La iniciación cristiana es la expresión más significativa de la misión de la Iglesia y constituye la realización de su función maternal, al engendrar a la vida a los hijos de Dios[12]. El catecumenado era la ocupación fundamental de la Iglesia en la antigüedad, la misión en la que volcaba todas sus energías y que implicaba a todos los miembros de la comunidad.

 

Esta predicación del kerigma hecha con fuerza ponía al que lo escuchaba frente a un acontecimiento: Jesús es el Señor, sólo en Él tenemos la salvación. Él ha sido resucitado de la muerte, para que podamos tener acceso a una vida nueva, a la vida eterna. Ha derribado en su cuerpo el muro que nos separa: el odio… para crear en él el hombre nuevo… dando muerte en él al odio (Ef 2,13-16).

 

El Espíritu Santo rompe la sordera del hombre, como dice san Agustín: "Tú estabas dentro… me llamaste y me gritaste hasta romper mi sordera…[13].

 

Dios ha querido salvar a los que creen mediante la necedad del kerigma (1 Cor 1,21)[14]. Esta "palabra de salvación" (Hech 13,26) nos llama a la conversión y a la fe, invita a reconocerse pecador, a acoger el perdón y el amor gratuito de Dios y a ponerse en camino hacia la propia transformación en Cristo por el poder del Espíritu.

 

Se trata de un anuncio directo, profético, testimonial, que parte de la experiencia del resucitado, que relata lo que "hemos visto y oído y sentido", aquello que llena nuestra vida con un sentido, un amor y una esperanza nueva. Es una evangelización punto de partida, que "toca" y moviliza a la persona entera, en un proceso de búsqueda, por aquello que le da sentido a la vida, al sufrimiento, la vejez y la muerte.

 

Sin este kerigma evangelizador en el que se comienza a creer, no puede construirse el edificio de la nueva evangelización. Como dice el documento de Aparecida (núm. 288 y 289): "La iniciación cristiana, que incluye el kerygma, es la manera práctica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en el discipulado…  La iniciación cristiana, propiamente hablando, se refiere a la primera iniciación en los misterios de la fe, sea en la forma de catecumenado bautismal para los no bautizados, sea en la forma de catecumenado postbautismal para los bautizados no suficientemente catequizados. Sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación en la vida cristiana que comience por el kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacramentos, el servicio y la misión".

 

La carta a los Hebreos (2,14-15), cuando quiere explicitar el hecho único de salvación para el hombre, dice:

 

"Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así participó Él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir al diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud".

 

El hombre no puede amar por el pecado que anida en el ser óntico del hombre, fruto del engaño del demonio. No podemos pasar del yo al , nos encontramos incomunicados por el egoísmo. Jesucristo Resucitado rompe esta barrera para que surja el nosotros que es la comunión de las personas.

 

Así, la antropología bíblica dice que el hombre está durante toda la vida sometido a la esclavitud del demonio, y que Cristo ha tomado la carne de María para poder, entrando en la muerte, hacer estallar la muerte, destruir el pecado y, con su Resurrección, enviarnos desde el cielo el principio de la Vida nueva, el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien da testimonio e infunde en nuestro espíritu este acontecimiento dándonos la victoria sobre la muerte, es decir, la vida eterna. Esta acción del Espíritu Santo acompaña a los catequistas.

 

J. P. Sartre dijo que "el infierno son los otros" y M. Heidegger: "el hombre es un ser para la muerte", es decir, el hombre nace y vive para morir. Jesucristo rompe la barrera, el muro que nos separaba y así podemos vivir para la eternidad, rescatándonos de la tiranía del vivir para sí mismo y del infierno del convivir con el otro y de la muerte del ser. Es decir, el hombre no puede amar si el Espíritu Santo no rompe el cerco de muerte. Por esto decía el monje Silvano del monte Athos: "El amor al enemigo es el único criterio infalible de nuestro progreso espiritual"[15], que se manifiesta en la Iniciación Cristiana.

 

El kerigma apostólico desde Pentecostés, restaura lo que destruyó el pecado de Babel, la comunión de los hombres y la comunión de las naciones. "Si el catecúmeno y no digamos el cristiano que ha recorrido las etapas catecumenales, -dice R. Blázquez- se detiene en el camino y se instala, si renuncia a la condición de "parroquiano" (extranjero, según el sentido etimológico de la palabra), si pretende edificar su vida prescindiendo de Dios, pronto sobrevendrá la confusión como en Babel. Si olvidamos a Dios, perdemos el norte de la vida, entramos en la confusión y nada tiene sentido"[16].

 

La Iglesia, por obra del Espíritu Santo, nace misionera y desde entonces permanece "en estado de misión" en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra. Esta predicación del Kerigma crea la Iglesia como comunión: la catolicidad, todo lo contrario a la dispersión de Babel.

 

Frente a esta o parecida predicación de los apóstoles, la gente, al escucharles, sentía que su corazón había sido tocado por la acción del Espíritu Santo y se convertían, y les preguntaban: ¿qué hemos de hacer hermanos?, ya que somos asesinos.

 

"...Convertíos y cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hech 2,37-38).

 

Para este hacerse cristiano el medio que usaba la Iglesia era el catecumenado. En esta matriz nueva, los Padres de la Iglesia presentaban la novedad del cristianismo frente a las otras religiones y culturas paganas, y respondían con gran autenticidad y radicalidad evangélica. Leyendo los escritos de los Padres vemos que aparecen tres estratos: paganos, catecúmenos y cristianos (bautizados)[17]. El catecumenado es una institución que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Se encuentra como telón de fondo en todo el Nuevo Testamento y en los escritos de los Padres de la Iglesia. Afirma A. Stenzel que "se hizo pronto regla general que el que acogía el kerigma recibía la instrucción catecumenal durante un cierto tiempo. El catecumenado oficial estructurado como institución, es de existencia segura antes del año 200"[18]. Ya en el siglo III tenemos documentos de la existencia y organización del catecumenado[19]. Se explica la fuerza de tal institución en los primeros siglos, porque quienes se acercaban con intención de recibir el bautismo procedían del paganismo o de una religión natural que poco o nada tenía que ver con la revelación de Dios Padre que envía a su Hijo Jesús para la salvación de los hombres. En la Iglesia primitiva el camino progresivo para ser cristiano era el catecumenado. De ahí que "hacer" un cristiano sea un proceso gradual en el que el centro es la persona.

 

Como dice el P. Guillard en las conclusiones de la XX Semana Española de Misionología: "Una Iglesia sin catecúmenos adultos es un escándalo, porque la Iglesia, por su presencia en el mundo, debe ser siempre capaz de mover a la conversión. Si la conversión de los adultos es el signo de la vitalidad de la Iglesia, igualmente es signo para los hombres de que la salvación de Jesucristo ha llegado para ellos. El catecumenado nos libera del peligro de vivir instalados, llenos de seguridades falsas. Vivimos la vida, muchas veces sin preguntarnos si hacemos posible el descubrimiento de Cristo a quienes lo buscan"[20] .

 

"Es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria (cargada de religiosidad natural) a una fe consciente, vivida personalmente" (Juan Pablo II en Ecclesia in America, núm. 73), y también en nuestras comunidades encontramos una fe de religiosidad ambigua e inconstante (ibidem, núm. 71). Se impone como necesidad pastoral para formar a los cristianos rutinarios, religiosos ambiguos e inconstantes, y a los alejados, el camino que tenía siempre la Iglesia: el catecumenado, ya que la iniciación cristiana tiende hacia la adultez en la fe. Ante la crisis epocal que estamos viviendo, que no es una crisis normal -el paso de una cultura rural a una urbana completamente nueva-, el obispo, presbítero o religioso que invierta sus fuerzas en un catecumenado recuperando de forma adulta la iniciación cristiana en pequeñas comunidades, está edificando la Iglesia del tercer milenio y haciendo posible que surjan nuevos cristianos. Esta "nueva evangelización" y ámbitos de misión hay que llevarla a los nuevos foros y areópagos de misión para que el mundo neopagano experimente la salvación que ofrece Jesucristo y pueda alcanzar la verdadera felicidad.

 

¿Qué transmitían los catequistas en la Iglesia primitiva a los catecúmenos al final del Camino? Les transmitían el Espíritu Santo a través de la predicación (Rom 10,17), y se les enseñaba a vivir el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) o de la llanura (Lc 6,17-49). En resumidas cuentas, es el primer catecismo para catecúmenos y neófitos. Es la fotografía del discipulado de Cristo, del hombre nuevo que quiere ser cristiano[21].

 

Las enseñanzas de los catequistas preparaban a los discípulos para el martirio[22]. Toda la concepción de la teología siriaca de los siglos II y III entendía la iniciación cristiana como un retorno al jardín del paraíso. Por esto, el culto cristiano, como repite a menudo Orígenes, lleva a la interioridad de la vida cristiana[23]. Sobre todo hoy -como señaló Henri de Lubac- que en la Iglesia falta mística, que es la interiorización del misterio de la Iniciación cristiana[24].

 

No se puede separar la institución catecumenal de la iniciación cristiana[25]: en la Iglesia primitiva estaban íntimamente unidas. Cuando se habla de catecumenado, se habla de iniciación cristiana y viceversa. Iniciación cristiana y catecumenado son realidades sinónimas. La exhortación apostólica Catechesi tradendae señala en el núm. 23: "En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo y eucaristía se identificaban".

 

De ahí que el catecumenado es parte constitutiva del sacramento del bautismo. Cuando se intenta renovar el catecumenado, es porque se ve la necesidad de renovar la misma iniciación. Y en la actualidad, es el problema más agudo que tiene hoy la Iglesia: el de los bautizados no creyentes, la necesidad de la segunda evangelización (más difícil que la primera) y tomar en serio la iniciación cristiana. El catecumenado no es una pieza aislada de la pastoral, ni un vestigio arqueológico que algunos nostálgicos querrían hacer revivir. Es preciso no aguar esta antigua y nueva institución eclesial. La Sacrosanctum Concilium, en los núm. 64 y 66, dice que se instaure el catecumenado de adultos dividido en distintos grados y las catequesis mistagógicas, como dice también el documento de Aparecida en el número 290. El Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos aparece aprobado el 6 de enero de 1972, solemnidad de la Epifanía del Señor a los pueblos gentiles, marca todo un hito en el proceso de adaptación postconciliar y en la historia de la reforma litúrgica, y da respuesta a la pregunta cómo hacer un cristiano. Cuando la Iglesia da respuesta a esta pregunta está manifestando, del modo más auténtico posible, la naturaleza de su propia misión. Por consiguiente, la puesta en práctica de este ritual impulsa la revalorización de la evangelización y una reorganización del catecumenado, disciplina que en la práctica, y por muchos siglos, había sido abandonada.

 

Tenemos que preguntarnos honestamente en América Latina, ¿qué cristiano queremos formar? El Concilio Vaticano II, la "nueva evangelización" y la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Aparecida (cf. núm. 291) quiere formar el cristiano de siempre: el hombre nuevo del Sermón de la Montaña, es decir, ser Hijo de Dios.

 

¿Cómo se alimenta la identidad cristiana? (cf. Aparecida 292, 308-310).

 

Los cristianos nos nutrimos del trípode donde está apoyada la Iglesia, como recomienda Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte (núm. 13): "escuchar la Palabra de Dios, vivir la comunión fraterna (koinonía) y participar en la fracción del pan (Hech 2,42)", todo ello en pequeña comunidad. En este sentido dicen los hebreos en el tratado Pirké Avot: "Tres pilares (el trípode) sostienen el mundo: la Torah (la celebración de la Palabra), el servicio divino (la liturgia) y el Hesed (el amor en la comunidad)"[26]. La comunidad cristiana se nutre del fruto de las tres Constituciones conciliares Dei verbum, Sacrosanctum concilium y Lumen gentium; así surgen comunidades evangelizadas y evangelizadoras, liturgias vivas y nuevas comunidades cristianas, que ponen en marcha la constitución Gaudium et spes. De esta forma la Iglesia, Cuerpo de Cristo en la tierra, realizará su misión que es ser sacramento de salvación, del amor en la dimensión de la cruz y de unidad para el mundo (cf. Jn 13,35; 17,21). En este amor conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13,35) dice el Señor; "en este amor os conocerán": como yo os he amado. Cristo nos amó cuando éramos sus enemigos; se dejó matar, pegar, insultar, escupir. Se rieron y confabularon contra Él; le calumniaron, le torturaron. Pero Él ofreció todo ello por todos los hombres como pena pagada por la fechorías de ladrones, sinvergüenzas y malvados, por los pecados de todos.

 

En la formación de los fieles es importante escrutar la Palabra de Dios o la práctica de la Lectio divina, porque de ahí sacará fuerzas para ser cristiano, y garantizar a la Iglesia la autenticidad apostólica de la Palabra[27]. La Lectio divina libera de la inquietud mundana y conduce hasta la divinización del hombre. Afirma Juan Pablo II: "Dios ha puesto en el corazón del hombre el «hambre» de su Palabra (Am 8,11), un hambre que sólo se saciará en la plena unión con él"[28]. La función propedéutica de la Palabra como una semilla que fructifica y crece por la acción del Espíritu Santo, donde lo importante es que nos toque su "gracia", y no que estemos horas y horas alimentando el yo cultural.

 

Todos sabemos que nuestras ciudades se han convertido en lugares de soledad que nunca se conoció antes, y en ninguna parte están tan solos los hombres y tan abandonados como en estos grandes bloques donde la mayor parte se ven empujados a vivir colectivamente. Sobre todo hoy en que "el ritmo propio de vida de la ciudad es a menudo fuente de estrés, de gran movilidad, de sugestivas llamadas a la evasión y al desinterés, donde es frecuente la situación de anonimato y de soledad"[29]. La vida de nuestras sociedades está como estresada: Muchas ocupaciones y preocupaciones, con ritmo acelerado, con poco tiempo disponible, asaltados por multitud de mensajes que se suceden sin apenas calar en la vida; escasean tiempos de silencio y ahondamiento; somos prisioneros de las agendas, que atiborramos de compromisos y tareas; hasta nos sentimos ya incómodos con el silencio, la soledad y el reposo. ¿Es este ritmo saludable? ¿Es esta saturación educativa? ¿Es adecuado este clima para escuchar la Palabra de Dios? ¿No necesitamos que el Señor nos lleve al desierto para hablarnos al corazón? (Os 2,16).

 

Hay que evitar el anonimato y la masificación y trabajar por la parroquia como comunidad de comunidades que descentralizan y articulan la comunidad parroquial[30]. El documento Ecclesia in America, núm. 41, dice:

 

No hay que permitir que el anonimato de las ciudades invada nuestras comunidades eucarísticas. Hay que encontrar nuevos métodos y nuevas estructuras para construir puentes entre las personas, de manera que se realice realmente la experiencia de acogida recíproca y de cercanía que la fraternidad cristiana requiere. Podría ser que esta experiencia y que la catequesis que debe acompañarla se realicen mejor en comunidades más reducidas, como he precisado en la Exhortación postsinodal: "Una vía de renovación parroquial, especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades, se puede encontrar considerando la parroquia como comunidad de comunidades"

 

Y también el documento de Aparecida núm. 309 habla de lo mismo.

 

No vivimos un tiempo para la simple conservación de lo existente (pastoral de sacramentalización), sino para proponer de nuevo, y ante todo a Cristo, el centro del Evangelio, porque la sola conservación y mantenimiento es a todas luces insuficiente; aún más, hoy es también culpable.

 

Nuestra práctica pastoral en América Latina está demasiado inclinada a dar los sacramentos a personas que no han recibido suficientemente la Palabra de Salvación, y a catequizar a quienes no están suficientemente convertidos, que ni aceptan ni han descubierto al Dios que les habla en su propia vida, que no tienen el oído abierto para escuchar y se hacen incapaces para entender. Por esto, tantas de nuestras comunidades parroquiales dan más pena que gozo, cuando ni siquiera podemos decir que sean "parroquiales", puesto que viven como todo el mundo, son perfectos ciudadanos de esta tierra y en nada se distinguen de los demás. En este estado de cosas están incapacitadas para cumplir dignamente con su misión sacerdotal, profética y real, siendo merecedoras del reproche de Jesús: "Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?", y lo que sigue (Mt 5,13), porque falta la Iniciación Cristiana como formación permanente. Por esto la parroquia ha de ser el lugar donde se asegure la Iniciación Cristiana mediante el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos (Aparecida, núm. 293). "Después vendrá la catequesis permanente que continúa el proceso de maduración en la fe" (Aparecida, núm. 294, 298 y 306).

 

Cuando habla de catecumenado en el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos (núm. 36 y 232-234.), se le confunde en muchos casos con la catequesis, o con las reuniones periódicas, o con la revisión permanente, o con la educación sistemática de la fe, o con los encuentros de un grupo estable, o con la existencia de una comunidad de base cualquiera... Esta especie de "pancatecumenalismo" es erróneo y pernicioso. El catecumenado es tan serio como para que no se pueda reducir a cualquier cosa; y tan importante, como para que se le identifique con una sola cosa. Jamás se llamó en la Iglesia primitiva "catecumenado" a muchas acciones diversas. Cuando todo es "catecumenado", nada es ya un verdadero catecumenado. Una comunidad no necesita de muchos "pseudo-catecumenados", sino de uno, pero bien comprendido y realizado. Es evidente que hay que dejar de llamar catecumenado o catecumenales a dos charlas de preparación al Bautismo, o a cinco encuentros de preparación al matrimonio o a seis conferencias cuaresmales para no caer en una superficialidad nominalista.

 

La petición del bautismo por un joven o adulto es algo muy serio y significa que hay que aplicar de verdad y con seriedad el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos con todas las consecuencias, proponiendo un verdadero catecumenado o itinerario de iniciación cristiana. Es decir, el catecumenado es una institución apostólica imprescindible para que los adultos, tanto en los países de misión como en los viejos países de cristiandad, puedan llegar a ser conscientes de la vida cristiana que ofrece la Iglesia, evitando así la situación anómala creada en la Iglesia en los tiempos modernos, que presenta una masa de bautizados no convertidos, situación que pone a la Iglesia en el embarazo de tener que convertir a bautizados, cuando en realidad sólo se debería bautizar a convertidos.

 

Como afirmó Pablo VI en la audiencia general de los miércoles, el 8 de mayo de 1974: "Hacer el catecumenado antes del bautismo o después es secundario, lo importante es hacerlo"[31] para recuperar la imagen de Dios perdida por el pecado original. De esta forma, el catecumenado postbautimal es un tiempo de combate espiritual para adquirir la humildad y la simplicidad interior del hombre nuevo que ama a Dios como único Señor, con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismo (Mc 12,30-31; Dt 6,4-5). Sostenidos por el trípode de la Palabra de Dios, por la Eucaristía y por la comunidad, los catecúmenos se adiestran en la lucha contra las tentaciones del demonio: la búsqueda de seguridades, el escándalo de la cruz y la seducción de los ídolos del mundo (Mt 4,1-11).

 

La comunidad cristiana acompaña en el camino catecumenal con ritos que constituyen la celebración litúrgica y pedagógica de los catequistas, donde se da la gracia y la libertad personal conjuntamente. Es éste el sentido con las celebraciones de la Palabra, los exorcismos, las bendiciones y los escrutinios ayudan al catecúmeno a descubrir sus pecados, y con los talentos de las sucesivas entregas de la Biblia, Liturgia de las Horas, del Símbolo de la fe y de la oración del Padrenuestro, que son los talentos que inculcan el "hombre nuevo" del Sermón de la Montaña, el hombre celeste. De esta forma los catecúmenos verifican en su vida que lo que les han anunciado los catequistas son certezas sobre la auténtica verdad y la vida eterna.

 

¿Se puede decir hoy obispos, presbíteros, religiosos, consagrados seculares que hacen un catecumenado postbautismal? (cf. Aparecida núm. 288) Como dice san Agustín: "Con vosotros soy cristiano, para vosotros soy obispo. Vuestro siervo lo soy como obispo, vuestro compañero como cristiano. El título de obispo designa una función asumida, el de cristiano una gracia recibida; el primero implica un riesgo, el segundo es prenda de salvación. Por consiguiente, encuentro más alegría en ser entre vosotros un simple pecador, rescatado por Jesús, que en ser vuestro encargado. Entonces, según el precepto del Señor, os serviré mejor, por miedo a reconocer mal el precio que me ha costado merecer ser, con vosotros, soy un siervo inútil de Dios"[32]. Por tanto, el catecumenado postbautismal potencia el ser cristiano de la persona (la naturaleza del "hombre nuevo"), para que dé bienes espirituales. Los obispos, presbíteros, religiosos y consagrados seculares que aceptan los movimientos y pequeñas comunidades, salvan la Iglesia y tienen las llaves para abrir la "nueva evangelización".

 

Por otra parte, el verdadero ecumenismo empieza desde la comunión con el Kerigma cristiano y su desarrollo catequético, que es la propedéutica catecumenal, que se sella en el Bautismo. Sin duda que el verdadero ecumenismo está en entrar por la puerta de la Iniciación Cristiana (catecumenado).

 

Estoy convencido de que la renovación y aplicación del catecumenado es la pieza clave de la renovación de la Iglesia en este mundo secularizado de América Latina.

 

Juan Pablo II decía siempre que los nuevos movimientos y comunidades son un gran don del Espíritu Santo. Porque justo cuando la comunidad católica, después del Concilio Vaticano II, estaba atravesando un periodo de crisis, el Espíritu le había donado a la Iglesia los movimientos y las nuevas comunidades, en los vacíos de espiritualidad misionera. Jamás pensó en que pudiesen representar un peligro de sectarismo para la Iglesia. Todo lo contrario, son una esperanza de formación de cristianos adultos, de auténticos testigos de la fe en todos los ámbitos sociales, desde la familia a la cultura, la política[33]. Aprovechemos este viento del Espíritu Santo recuperando el catecumenado, para que sean más fecundos nuestros institutos seculares y órdenes religiosas. (Aparecida, núm. 311-313). De esta forma, teniendo cristianos bien formados, responderemos a los desafíos que nos plantea nuestro continente.

 

Muchas gracias.



[1] Ver: J.L. DEL PALACIO, El Catecumenado postconciliar de adultos. Forma privilegiada de la evangelización permanente de la Iglesia local, 2ª edición, Ed. Biblioteca Redemptoris Mater, Callao 2008; Idem, Los fieles cristianos en la "nueva evangelización", Ed. Biblioteca Redemptoris Mater, Callao 2007.

[2] Ver: Empoderamiento de las personas y las instituciones, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Informe anual 2008: www.undp.org.

[3] Cf. M. PERA, Perché dobbiamo dirci cristiani. Il liberalismo, l'Europa, l'Etica, Ed. Mondadori, Milán 2008, p. 5.

[4] Cf. M. PERA-J. RATZINGER, Sin Raíces, Ed. Península, Barcelona 2006, p. 45.

[5] Cf. ALASDAIR MACINTYRE, cit. por J.D. HUNTER, Culture Wars: the Struggle to Define America, San Francisco 1991, p. 315.

[6] Cf. Constitución Apostólica de convocatoria del Concilio Humanae Salutis, núm. 2, de Juan XXIII.

[7] Cf. JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona 1994, p. 23.

[8] Cf. J. GEVAERT, El primer anuncio, Ed. Sal Terrae, Bilbao 2004; J.A. AMPUERO, Algunos rasgos del primer anuncio desde la experiencia de la Iglesia primitiva, Actas del Congreso Nacional de misiones, Ed. Comisión Episcopal de misiones y cooperación entre las iglesias, Madrid 2003; idem, El carácter fundante del kerigma según las Cartas paulinas y los Hechos, Rev. Toletana 6(2002) 95-116.

[9] Cit. por M. PERA-J. RATZINGER, Sin Raíces, o.c., espec. pp. 93, 117-118 y 121.

[10] Cf. J. RATZINGER, Los movimientos de la Iglesia, Ed. San Pablo, Madrid 2002, p. 131

[11] Cf. 1 Tim 2,7; 2 Tim 1,11; 2 Cor 8,23. Han tratado recientemente de esta predicación más primitiva: J. K. COYLE, The exercise of teaching in the postapostolic Church, Rev. Eglise et théologie 15 (1984) 24-43, y J. SCHLOSSER La didascalie et ses agents dans les Epîtres Pastorales, Rev. Revue de Sciences Religieuses 59 (1985) 81-94.

[12] Cf. LXX ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La Iniciación Cristiana, núm. 13.

[13] Cf. AGUSTÍN, Confesiones X, 27,38: CSEL, 33, 150-157.255.

[14] Cf. Rom 16,25; Hech 5,42; 8,35; 11,20; CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, núm. 102; 53-55.

[15] Cf. SILVANO DE ATHOS, cit. por O. CLEMENT, Sobre el hombre, Ed. Encuentro, Madrid 1983, p. 58.

[16] Cf. R. BLAZQUEZ, Jesús, el evangelio de Dios, Ed. Marova, Madrid 1985, p. 227.

[17] Cf. D. BOROBIO, Art. Catecumenado, en Conceptos Fundamentales del Cristianismo, dir. por C. FLORISTAN-J.J. TAMAYO, Ed. Trotta, Madrid 1992, p. 134.

[18] Cf. A. STENZEL, Lo transitorio y lo perenne en la historia del catecumenado y del bautismo, Rev. Concilium 22 (1967) 208-209.

[19] Cf. M. DUJARIER, Le parrainage des adultes aux trois premiers siècles de l'Eglise. Recherche historique sur l'évolution des garanties et des étapes catéchuménales avant 313, Ed. Cerf, París 1962, pp. 381ss.

[20] Cf. B. GUILLARD, Teología del catecumenado. Del kerigma a la catequesis, en XX Semana Española de Misionología, Burgos 1969, pp. 14-15.

[21] Ver: J. JEREMIAS, Abba, El mensaje central del Nuevo Testamento, Ed. Sígueme, Salamanca 1981, pp. 251-253.

[22] Cf. H.U. VON BALTHASAR, Le mysterion d'Origène, Rev. Recherches de Science 26 (1936) p. 523.

[23] Ver: A. HAMMAN, La Oración, Ed. Herder, Barcelona 1967, espec. pp. 708-776.

[24] Cf. HENRI DE LUBAC, Mystique et Mystère, en Théologies d'occasion, París 1984, p. 76, cit. por J.P. CORDES, Una participación activa, Ed. Ega, Bilbao 1998, p. 61.

[25]Sobre la iniciación en la Iglesia antigua véanse dos estudios de conjunto: C. KRESTSCHMAR, Nouvelles recherches sur l'initiation chrétienne, MD 132 (1977) 7-32; P.M. GY, La notion chrétienne d'initiation. Jalons pour une enquête, MD 132 (1977) 33-54.

[26] Cf. RABÍ ABRAHAM M. HASSAN, Shul'han aruj de Rabí Yosef Caro. Recopilación de las leyes prácticas y sus comentarios hasta los Sabios contemporáneos según la tradición sefaradí, Ed. Fundación Hasdé Lea, Jerusalén 1995, p. 382.

[27] Ver: PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Editrice Vaticana, Vaticano 1993.

[28] Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, L’Osservatore Romano 42 (15 octubre de 2004) p. 4, núm. 5.

[29] Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, núm. 192.

[30] Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica. Redemptoris missio, núm. 51.

[31] Ver: Rev. Notitiae 95-96 (Julio-Agosto de 1974) p. 230.

[32] Cf. AGUSTÍN, Sermón 340; PL 38, 1482-1484.

[33] Cf. S. DZIWISZ, Una vida con Karol, Ed. La esfera de los libros, Madrid 2007, pp. 162-164.

2 comentarios:

  1. ES DOCTRINAL LA CRISIS DE LA IGLESIA. La relación entre la fe y la razón expuesta parabolicamente por Cristo al ciego de nacimiento (Juan IX, 39), nos enseña la necesidad del raciocinio para hacer juicio justo de nuestras creencias, a fin de disolver las falsas certezas de la fe que nos hacen ciegos a la verdad mediante el discernimiento de los textos bíblicos. Lo cual nos exige criticar el profetismo judío o revelación para indagar “si es verdad o es mentira” que los textos bíblicos son palabra de Dios. Enmarcado la crítica en el fenómeno espiritual de la trasformación humana y, las ciencias y técnicas que nos ayudan a desarrollarnos espiritualmente. Abordados por la doctrina y la teoría de la trascendencia humana, conceptualizadas por los filósofos griegos y los místicos hindúes. Sabiduría védica instruida por Buda e ilustrada por Cristo, la cual concuerda con los planteamientos de la filosofía clásica y moderna, y las respuestas que la ciencia ha dado a los planteamientos trascendentales: (psicología, psicoterapia, logoterápia, desarrollo humano, etc.). Utilizando los principios universales del saber filosófico y espiritual como tabla rasa, a fin de deslindar y hacer objetivo lo “que es” o “no es” del mundo del espíritu. Método o criterio que nos ayuda a discernir objetivamente __la verdad o el error en los textos bíblicos analizando los diferentes aspectos y características que integran la triada preteológica: (la fenomenología, la explicación y la aplicación, del encuentro cercano escritos en los textos bíblicos). Vg: la conducta de los profetas Abraham y Moisés, no es la conducta de los místicos; la directriz del pensamiento de Abraham, es el deseo intenso de llegar a tener una descendencia numerosísima y llegar a ser un país rico como el de Ur, deseo intenso y obsesivo que es opuesto al despego de las cosas materiales pregonado por Cristo y seguido por los místicos y; es por ello, que la promesas de Yahvé a Abraham son alucinaciones contestatarias de los deseos del patriarca, y no tienen nada que ver con el mundo del espíritu. La directriz del pensamiento de Moisés, es la existencia de Israel entre la naciones a fin de llegar a ser la principal de todas, que es opuesta a la directriz de vida eterna o existencia después de la vida que orienta el pensamiento místico (Vg: la moradas celestiales, la salvación o perdición eterna a causa del bien o mal de nuestras obras en el juicio final de nuestra vida terrenal, abordadas por Cristo); el encuentro cercano descrito por Moisés en la zarza ardiente describe el fuego fatuo; el pie del rayo que pasa por el altar erigido por Moisés en el Monte Horeb, describe un fenómeno meteorológico; el pacto del Sinaí o mito fundacional de Israel como nación entre las naciones por voluntad divina a fin de santificar sus ancestros, su pueblo, su territorio, Jerusalén, el templo y la Torah; descripciones que no corresponden al encuentro cercano expresado por Cristo al experimentar la común unión: “El Padre y Yo, somos una misma cosa”, la cual coincide con la descrita por los místicos iluminados. Las leyes de la guerra dictadas por Moisés en el Deuteronomio causales del despojo, exterminio y sometimiento de las doce tribus cananeas y del actual genocidio del pueblo palestino, hacen evidente la ideología racista, criminal y genocida serial que sigue el pueblo judío desde tiempos bíblicos hasta hoy en día, conducta opuesta a la doctrina de la no violencia enseñada por Cristo __ Discernimiento que nos aporta las suficientes pruebas objetivas de juicio que nos dan la certeza que el profetismo judío o revelación bíblica, es un semillero del mal OPUESTO A LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO, ya que en lugar de sanar y prevenir las enfermedades del alma para desarrollarnos espiritualmente, enerva a sus seguidores provocándoles: alucinaciones, estulticia, delirios, histeria y paranoia; propiciando la bibliolatría, el fanatismo, la intolerancia, el puritanismo, el sectarismo, e impidiendo su desarrollo espiritual. http://es.scribd.com/doc/17148152/ EN-DEFENSA-DE-LAS-RAICES-CRISTIANAS-DE-EUROPA-LAICA

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  2. Estaba leyendo el articulo del Padre José Luis del Palacio cuando al final me encuentro con este comentario que no se porqué está allí.
    No veo una crisis en la Iglesia, ella siempre ha estado y seguirá estando en persecución por el secularismo. Es por eso que el Padre José Luis manifiesta que el mundo necesita la nueva evangelización, y quien será capaz de llevar esta nueva evangelización anunciando el amor de jesucristo a los demás? Pues nosotros los catolicos(Los sacerdotes, misioneros, matrimonios, solteros, etc) tocando puerta por puerta, y por que hacer esto? Pues por que en mi caso he experimentado a Jesucristo y por tanto el amor, y como lo he experimentado? pues no lo he experimentado de la noche a la mañana sino mas bien por la escucha de la palabra de Dios que incluye el antiguo como el nuevo testamento. Puedo decir que las leyes y los personajes del antiguo testamento se cumplen totalmente en Jesucristo y que el siendo Judío conocia perfectamente la tradición por que le fue transmitida por sus Padres.
    al final me he animado en escribir este comentario en respuesta al comentario anterior porque no es verdad nada de lo que ahí se dice que mas bien pretende confundir a los lectores.
    La Paz de Cristo

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