Los Institutos Seculares son todavía una institución joven dentro de la Iglesia, pues cuentan apenas con algo más de cincuenta años de vida y, sin embargo, ya han escrito páginas de gloria en la historia contemporánea del cristianismo. Resulta una paradoja llamativa y curiosa el hecho de que, por una parte, aparecen en gran medida ignorados por muchos cristianos y, por otro lado, se difunden por todo el mundo, llegando hasta los confines de la humanidad. Esta nueva forma de consagración en la Iglesia ha sido desde su inicio signo de contradicción. Ha sido tan grande la novedad suscitada por el Espíritu Santo en ella que, a duras penas, ha sido comprendida por no pocos autores, por otra parte muy beneméritos y competentes.
(P. Gratiniano Checa, Director General del I.S. Servi Trinitatis, Presentación de J.M. Cabezas (1999): Los Institutos Seculares: Ser y quehacer.
Quiero agradecer muy especialmente a CISAL la invitación a participar en este X Congreso. Gracias por la invitación, gracias por el trabajo que hay detrás de este encuentro y gracias por seguir trabajando por la difusión de nuestra vocación en América Latina y en todo el mundo.
Cuando me invitaron a participar, pensé en contarles más o menos las mismas cosas que preparé para la Asamblea de Guadalajara en noviembre del 2008. Ustedes han querido seguir en la misma línea de reflexión que se planteó allí, y es estupendo continuar profundizando en el sentido y en la actualidad de los Institutos Seculares.
Pero la vida nunca se detiene y por eso he querido incorporar algunas otras reflexiones a lo que dije en Guadalajara.
Hay un hito importante en la historia reciente de los Institutos Seculares. Este hito ha sido el Congreso celebrado en Roma en el 2007 con ocasión del 60 aniversario de la Provida Mater Ecclesia, y sobre todo el encuentro y las palabras que nos dirigió el Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del Congreso. Ha hablado a los consagrados en otras ocasiones, antes y después de esa intervención del 3 de febrero, pero específicamente a los IISS sólo ha dirigido esas palabras. Y aún es tiempo de reflexión y de recoger el eco de lo que nos dijo y de lo que se vivió en aquel Congreso.
En mi intervención en Guadalajara os decía:
“Los temas planteados en el Congreso del 2007 han preparado una Asamblea donde los Institutos, representados por sus responsables o delegados, tenemos que hablar de lo que el Espíritu Santo nos sigue inspirando, de lo que va suscitando en el hoy de nuestra vocación.
El Congreso y los diversos acontecimientos celebrativos han caldeado los corazones y vamos con ellos llenos de ilusiones, inquietudes, vivencias y experiencias que queremos compartir para enriquecernos y ayudarnos mutuamente.
Por eso el tema, suscitado por el Congreso, por la intervención del Papa, y por el momento celebrativo que vivimos, no podía ser otro que una reflexión en común: Qué sentido tienen los Institutos Seculares, hoy día, en la Iglesia y en el mundo. En primer lugar, es hacer un pequeño alto en el camino para dar gracias como actitud fundamental. En segundo lugar, para mirar el camino recorrido en estos 60 años y reconocer las luces y las sombras que nos han acompañado. Y en tercer lugar, para reencontrarnos en el hoy de nuestros institutos, y con fidelidad creativa, renovar nuestro empeño compartido en una vocación común que es un don del Espíritu: la secularidad consagrada”.
Eso mismo quiero repetir hoy ante los miembros de CISAL reunidos en Lima.
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En esto momento de nuestra historia recojo una palabra tomada de la exhortación apostólica sobre la Vida Consagrada: fidelidad creativa, o dinámica.
Se ha hablado mucho de este nº 37 de la Exhortación:
Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.
Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor.
Fidelidad a las inspiraciones originales que marcaron nuestros fundadores y que se reflejaron de muchos modos en los documentos que nos dieron luz en la Iglesia.
Creatividad, escuchando las nuevas inspiraciones del Espíritu, para afrontar los nuevos retos que este mundo cambiante y cambiado plantea a nuestra vocación secular.
Antes de desarrollar estos dos aspectos que he resaltado, quiero fijarme en un detalle común. Tanto la fidelidad a las inspiraciones originales como la creatividad hacen referencia al Espíritu Santo, el verdadero protagonista que guía a la Iglesia, y que ha suscitado nuestra vocación específica.
Esta fue una de las cosas que os decía también en la Asamblea de Guadalajara y que me gustaría repetir ahora:
“El Sínodo de los obispos dedicado a la vida consagrada, que tuvo lugar en 1996, nos recordó quién es el verdadero protagonista, de quién es la iniciativa en este estado de vida:
“El Sínodo ha recordado esta obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo”. (Vita Consecrata, 5)
No se puede decir más en estas pocas líneas: Es el Espíritu Santo quien suscitó y continúa suscitando (“incesante”) la vida consagrada; es Él quien difunde “las riquezas” de esta vida; y es Él, sobre todo, quien por medio de la vitalidad de la vida consagrada hace presente el misterio de Cristo.
El tono y los calificativos (incesante, múltiple, perenne) no son mera casualidad, expresan la admiración de quien contempla la vida consagrada en su conjunto y a lo largo de las múltiples manifestaciones. Por eso no es de extrañar que unos pocos números más adelante, al referirse a los Institutos Seculares, vuelva de nuevo este lenguaje:
“El Espíritu Santo, admirable artífice de la variedad de los carismas, ha suscitado en nuestro tiempo nuevas formas de vida consagrada, como queriendo corresponder, según un providencial designio, a las nuevas necesidades que la Iglesia encuentra hoy al realizar su misión en el mundo. Pienso en primer lugar en los Institutos seculares, cuyos miembros quieren vivir la consagración a Dios en el mundo mediante la profesión de los consejos evangélicos en el contexto de las estructuras temporales, para ser así levadura de sabiduría y testigos de gracia dentro de la vida cultural, económica y política. Mediante la síntesis, propia de ellos, de secularidad y consagración, tratan de introducir en la sociedad las energías nuevas del Reino de Cristo, buscando transfigurar el mundo desde dentro con la fuerza de las Bienaventuranzas”. (Vita Consecrata 10)
Aunque pueda parecer una obviedad, es necesario resaltar la insistencia del documento en poner el acento en el protagonismo del Espíritu Santo, y en la manifestación de la variedad y riqueza del don que es una vocación secular.
El documento define a los Institutos Seculares como una nueva forma de vida consagrada, entendiendo la novedad como característica de aquellas formas de vida surgidas en nuestro mundo en nuestro reciente siglo XX. Aunque a los miembros de los Institutos Seculares nos parece ya larga la andadura, ¿qué son 50 años en la vida secular de la Iglesia?
Me gustaría subrayar también una afirmación del primer párrafo que es clave para situar la naturaleza de la vocación secular. Dice que la vocación de los Institutos Seculares, en su novedad, es una respuesta que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia para que pueda cumplir su misión en el mundo de hoy.
Es decir, nuestra vocación es una novedad providencial. Nuestra vocación, por su misma esencia, se sitúa en el corazón de la Iglesia y del mundo, y se sitúa desde la perspectiva de la misión, que no es otra que hacer presente a Cristo ante los hombres.
El texto de Vita Consecrata 10 continúa con una descripción sencilla y directa de lo que son los Institutos Seculares: “cuyos miembros quieren vivir la consagración a Dios en el mundo”. En realidad esa es la esencia de nuestra vocación, para eso nos ha suscitado el Espíritu Santo. Después vendrá la variedad y riqueza de los carismas, pero si nos queremos mantener en lo nuclear que nos describe a todos los que compartimos esta vocación eclesial sería la consagración (“consagración a Dios”) y la secularidad (“en el mundo”).
Vamos a concretar, ahora sí, después de esta larga cita, lo que significa el binomio de la fidelidad creativa.
Fidelidad
¿Cuáles fueron las inspiraciones originales? Tenemos que volver a los textos fundacionales que nos dieron carta blanca en la Iglesia y en el mundo.
Si recordamos nuestra historia fue el Papa Pío XII quien promulgó en el año 1947 la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia. En ella se aprobaban y reconocían las sociedades clericales o laicales, cuyos miembros viven en el mundo y profesan los consejos evangélicos para vivir la perfección cristiana y ejercer plenamente el apostolado.
Todavía fue más claro el Motu propio Primo feliciter, también de Pío XII, que intentaba resaltar la dimensión original de una vocación nueva y distinta de la religiosa, en la que la secularidad es parte sustancial de la consagración de los miembros.
Poco después, la Instrucción Cum sanctissimus, de la Congregación de Religiosos, sentará las condiciones para la erección de los Institutos Seculares.
El Concilio Vaticano II habla poco de los Institutos Seculares: hay una cita explícita en el Decreto Ad gentes (n. 40) y solamente en el Decreto Perfectae caritatis (n. 11) se habla más extensamente de nuestra vocación:
Los Institutos seculares, aunque no son Institutos religiosos, comportan, sin embargo, una plena y auténtica profesión de los consejos evangélicos en el siglo, reconocida por la Iglesia. Esta profesión confiere una consagración a los hombres y mujeres, laicos y clérigos, que viven en el mundo. Por tanto han de buscar principalmente la total dedicación a Dios por la caridad perfecta y los institutos han de conservar su carácter propio y peculiar: la secularidad. Así podrán realizar eficazmente en todas partes el apostolado en el mundo y desde el mundo pues para eso fueron fundados. (PC 11)
Desde la perspectiva canónica fue muy importante la novedad del Código de Derecho Canónico (1983). Este documento ofrece un claro marco legislativo para los Institutos Seculares. Distingue perfectamente entre lo que es vida consagrada y vida religiosa, como dos categorías iguales, pero no absolutamente intercambiables, en su dignidad en el interior de la Iglesia. La normativa jurídica sobre Institutos Seculares se aborda en el Libro II, Del Pueblo de Dios, en el que se dedica una parte a los Institutos de Vida Consagrada y a las Sociedades de Vida Apostólica. El título III está dedicado específicamente a los Institutos Seculares, y comprende de los cánones 710 a 730.
El c. 710 comienza con una definición de lo que es un Instituto Secular:
Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él.
De este modo resumía J. M. Cabezas (1999), todo este recorrido histórico que brevemente hemos querido resumir aquí:
En conclusión, se puede afirmar que, aunque permanezcan todavía algunos problemas por resolver, los Institutos Seculares poseen ya una fisonomía bien definida, para la cual el Código de 1983 constituye un marco necesario y seguro de referencia. Esta estructura consta de tres elementos: secularidad, consagración y apostolado, especificando que la secularidad puede ser laical o clerical y que goza de una gran variedad de expresiones, todas legítimas.
Se observa que hay una continuidad entre los documentos fundacionales y el Código, así como con el Concilio, aunque muchos elementos han sido cada vez mejor comprendidos y aceptados. Y, por la gran consonancia entre las grandes líneas de acción que ha propuesto el Vaticano II y lo que constituye la esencia del Instituto Secular, se puede vislumbrar que están llamados a jugar un papel insustituible en la Iglesia de hoy.” (p. 110)
Me gustaría subrayar y destacar en este momento dos detalles de lo que se acaba de decir. En primer lugar la fisonomía triple: consagración, secularidad y apostolado. Y en segundo lugar “la gran consonancia con las grandes líneas de acción que ha propuesto el Vaticano II”. Ambos son aspectos que enriquecen la dimensión de la fidelidad creativa.
Fue especialmente Pablo VI quien habló repetidamente de la coesencialidad de consagración y secularidad como una peculiaridad de nuestra vocación.
Si hacemos memoria este fue el eje que centró el primer Congreso Mundial de Institutos Seculares en el año 1970. Bastaría recordar la ponencia que presentó Lazzati con este mismo título de “Consagración-Secularidad”, donde hace un precioso comentario de lo que es peculiar de la índole secular propia de nuestra vocación comentando el texto de Lumen Gentium 31.
Pero creo que este lugar, en este Congreso de CISAL, es un lugar y una ocasión propicia para recordar aquel Mensaje que el Cardenal Eduardo Pironio, entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, envió al II Congreso Latinoamericano de Institutos Seculares en 1979.
Es un mensaje precioso que ya cité en Guadalajara. Un mensaje en el que nos hablaba de tres cosas: de la identidad de los Institutos Seculares, de nuestra actualidad y de las exigencias que se derivaban de nuestra vocación.
Al hablar de la identidad comentando la coesencialidad de consagración y secularidad decía:
El Señor llama —en esta hora privilegiada de la historia y de la Iglesia— a vivir la consagración en el mundo, desde el mundo y para el mundo. Ni el mundo puede manchar o empobrecer la riqueza y fecundidad de la consagración ni la consagración puede arrancarles del compromiso y responsabilidad de la tarea cotidiana. Radicalmente comprometidos con Cristo, abiertos a lo eterno, testigos de lo Absoluto, pero en el ámbito de la vida temporal. Es preciso subrayar bien y unir indisolublemente ambos términos: "consagrados seculares".
Al tratar de resaltar lo específico de nuestra consagración citaba a Pablo VI:
«Vuestra vida consagrada, según el espíritu de los consejos evangélicos, es expresión de vuestra indivisa pertenencia a Cristo y a la Iglesia, de la tensión permanente y radical hacia la santidad, y de la conciencia de que, en último análisis, es sólo Cristo quien con su gracia realiza la obra de redención y de transformación del mundo. Es en lo íntimo de vuestros corazones donde el mundo es consagrado a Dios» (Pablo VI, 2 de febrero de1972).
Y cuando el Cardenal Pironio se detiene a describir la secularidad, lo hace desde la misma clave teológica que ha resaltado Benedicto XVI en su intervención durante el Congreso del 2007: la encarnación. “La "consagración secular", al abrir al hombre o a la mujer al radicalismo absoluto del Amor de Dios, los dispone para una encarnación más honda en el mundo”.
Las palabras del Cardenal tienen una fuerza única, por eso no me resisto a repetirlas:
No son del mundo, pero están en el mundo y para el mundo. Lo específico de este "modo nuevo" de ser Iglesia es vivir precisamente el radicalismo de las Bienaventuranzas desde el interior del mundo, como luz, sal y levadura de Dios. Esta secularidad —que está muy lejos de ser superficial naturalismo o secularismo— indica el "lugar propio de su responsabilidad cristiana", el modo único de santificación y apostolado, el ámbito privilegiado de una vocación específica para la gloria de Dios y el servicio a los hermanos. Exige vivir en el mundo, en contacto con los hermanos del mundo, insertos como ellos en las vicisitudes humanas, responsables como ellos de las posibilidades y riesgos de la ciudad terrestre, igual que ellos con el peso de una vida cotidiana comprometida en la construcción de la sociedad, con ellos implicados en las más variadas profesiones al servicio del hombre, de la familia y de la organización de los pueblos.
Este ser “para el mundo” es la mayor potencialidad apostólica que esconde nuestra vocación. Y también desde aquí se entiende mejor la dimensión apostólica de la secularidad consagrada que es como una prolongación de la Encarnación: vivir en el mundo, codo a codo con los hombres, “insertos como ellos en las vicisitudes humanas, responsables como ellos de las posibilidades y riesgos de la ciudad terrestre”.
Ahora es más fácil responder a uno de los interrogantes que nos planteamos en este encuentro ¿Es actual nuestra vocación, es necesaria? Escuchemos lo que nos dijo nuestro prefecto en aquellos años:
[Los Institutos Seculares] expresan y realizan, de un modo original y propio, la presencia de la Iglesia en el mundo. Son un signo valiente de las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo: de confianza y amor, de encarnación y presencia, de diálogo y transformación.
Es un reto de la historia al compromiso de la Iglesia, más específicamente aún de los laicos, a insertarse en el mundo para transformarlo desde adentro. «En un momento como éste —decía Pablo VI— los Institutos Seculares, en virtud del propio carisma de secularidad consagrada, aparecen como instrumentos providenciales para encarnar este espíritu y transmitirlo a la Iglesia entera. Si los Institutos Seculares ya antes del Concilio anticiparon existencialmente, en cierto sentido, este aspecto, con mayor razón deben hoy ser testigos especiales, típicos de la postura y de la misión de la Iglesia en el mundo» (2 de febrero de1972).
Por último, escuchemos también dos párrafos finales de su intervención, que responden perfectamente a la pregunta que he hecho antes:
A vosotros se os confía esta estupenda misión: ser modelo de arrojo incansable en las nuevas relaciones que la Iglesia trata de encarnar con el mundo y al servicio del mismo».
Los Institutos Seculares —si son verdaderamente fieles a su carisma de secularidad consagrada— tienen una palabra muy importante que decir hoy en la Iglesia. Su misión es hoy más que nunca providencial. Serán un modo privilegiado de evangelización, de anuncio explícito del Amor del Padre manifestado en Cristo, de una auténtica y profunda promoción humana y de una verdadera liberación evangélica operada según el espíritu de las Bienaventuranzas. Serán un modo concreto de superar el trágico dualismo entre la fe y la vida, la Iglesia y el mundo, Dios y el hombre.
El segundo aspecto que me gustaría resaltar es “la gran consonancia con las grandes líneas de acción que ha propuesto el Vaticano II”. En realidad es recalcar una vez más el tema de nuestra actualidad.
La importancia y la fuerza que tenemos los Institutos Seculares dentro de la Iglesia y al servicio de todos los hombres es muy grande. En este punto resulta necesario recordar aquí y ahora unas palabras proféticas del Papa Pablo VI, que destacan el aspecto que comentamos: «No puede menos de verse la profunda y providencial coincidencia entre el carisma de los Institutos Seculares y una de las líneas más importantes y más claras del Concilio: la presencia de la Iglesia en el mundo». (Pablo VI, 1972)
Es la misma intuición que tuvo la Exhortación sobre la vida consagrada:
“De este modo, mientras la total pertenencia a Dios les hace plenamente consagrados a su servicio, su actividad en las normales condiciones laicales contribuye, bajo la acción del Espíritu, a la animación evangélica de las realidades seculares. Los Institutos seculares contribuyen de este modo a asegurar a la Iglesia, según la índole específica de cada uno, una presencia incisiva en la sociedad.” (Vita Consacrata 10)
Pablo VI primero y Benedicto XVI después, han querido resaltar esta consonancia con la línea de presencia en el mundo, y ambos unen la fidelidad a la secularidad con la vitalidad y la actualidad:
“Efectivamente, los Institutos Seculares están vivos en la medida en que participan de la historia del hombre y testimonian ante los hombres de hoy el amor paternal de Dios revelado por Jesucristo en el Espíritu Santo (cfr. Evangelii nuntiandi, 26).
Si permanecen fieles a su propia vocación, los Institutos Seculares serán como “el laboratorio experimental” en el que la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo.” (Pablo VI, Discurso a los responsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976.)
“Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este discernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo con el mundo, "el "laboratorio experimental" en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo" (Pablo VI …).
De aquí deriva precisamente la continua actualidad de vuestro carisma…” (Benedicto XVI, 3 de febrero de 2007)
Fidelidad creativa
Nuestra inserción en las realidades seculares exige responder a los retos que nos plantea el mundo de manera creativa.
Fijaos lo que dice Pablo VI en la misma intervención que hemos citado antes:
“Los Institutos Seculares deben escuchar, como dirigido sobre todo a ellos, la llamada de la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: "Su tarea primera… es el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas” (n.70).
Esto no significa, evidentemente, que los Institutos Seculares, en cuanto tales, deban encargarse de estas tareas. Normalmente esto corresponde a cada uno de sus miembros.”
¿Qué hacer como miembros de una vida consagrada, en los que la consagración y la secularidad son claves para vivir el misterio de la Encarnación? ¿Cómo vivir de manera creativa nuestra vocación en el mundo?
Voy a tomar prestadas las palabras de D. Carlos Osoro Sierra, actual arzobispo de Valencia, entonces arzobispo de Oviedo, que dirigió a los Institutos Seculares en el Congreso que la CEDIS organizó en Madrid para conmemorar el LX aniversario de la Provida Mater Ecclesia.
A través de cuatro páginas del Evangelio, que él citó y comentó, deseo transmitiros lo que, a mi modo de ver, debiera ser expresión del misterio de la Encarnación, y que el señor arzobispo expresaba en cuatro consignas:
1. Saber oír las necesidades más profundas de los hombres. El texto del ciego de Jericó, el hijo de Bartimeo, es expresión de esa manera de escuchar de Jesús.(…) Por vuestra consagración, secularidad y apostolado, debéis tener y posibilitar la misma actitud que Jesús: «¡Llamadlo!...Y Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego respondió: Señor, que yo vea». Debéis estar en medio del mundo para saber decir con vuestra vida: ¿qué quieres que haga por ti? Resulta lo más apasionante que a un ser humano le puede suceder.
2. Saber mirar a las personas con la mirada de Jesús. El modo de ser y de hacer de Jesús nos traduce la mirada de Dios. Hay que saber descubrir y entregar esa mirada profunda, personal y cordial manifestada en Jesús. Es el pasaje de Zaqueo.
3. Saber dialogar con los hombres desde donde están y viven. El encuentro del Señor con la samaritana en el pozo de Jacob, es un diálogo que debiera ser arquetipo respecto del que cada uno de nosotros mantengamos con los hombres.
4. Saber estar en medio del mundo describiendo el itinerario del buen samaritano. Esta parábola tiene una fuerza especial, pero la tiene aún mayor para quienes formáis parte de un Instituto Secular, por vuestra consagración, secularidad y apostolado, pues entiendo que posee una hondura que afecta a vuestra vidas de un modo particular. Porque el buen samaritano pone todo lo que es y todo lo que tiene a disposición de quien se encuentra tirado y abandonado; le da su tiempo, le da su saber, lo cura, se pone a su disposición, lo lleva en su cabalgadura a una posada para que lo cuiden y entrega dinero para su cuidado... En definitiva, el buen samaritano salva al hombre, porque de lo que se trata es de regalar la salvación y de dar la vida a quienes en medio del mundo están siendo asaltados. Habéis sido consagrados en el siglo para curar a quienes están siendo acometidos y no se les reconoce su dignidad. Consagrados para mostrar el rostro de Jesús en medio de los hombres, en su historia concreta, y hacer sentir la mano del Salvador en la mano amiga que salva, cuida y ama.
Para terminar mi ponencia quiero concluir con una referencia al discurso de Benedicto XVI.
El discurso del Papa dirigido a los Institutos Seculares con motivo del Congreso sobre los 60 años de la Provida Mater tiene la importancia de ser el primero que Benedicto XVI dirigía a este grupo de consagrados. Pero no ha sido un discurso de circunstancias, sino que ha ido a lo medular. El Papa ha dicho que el carisma propio de los Institutos Seculares es el discernimiento de los signos de los tiempos, para ser laboratorio de diálogo con el mundo. De ahí la actualidad y necesidad de esta vocación en la Iglesia.
A vosotros no se os pide instituir formas particulares de vida, de compromiso apostólico, de intervenciones sociales, salvo las que pueden surgir en las relaciones personales, fuentes de riqueza profética. Ojalá que, como la levadura que hace fermentar toda la harina (cf. Mt 13, 33), así sea vuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante, capaz de generar esperanza.
La Iglesia os necesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia.
Fernando Martín Herráez
I.S. Cruzados de Santa María
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