martes, 13 de abril de 2010

MARUCA (María Martín Barba), A UN AÑO DE SU PARTIDA

Una mujer que vivía en las actividades ordinarias; el Instituto Mensajero de las rosas tuvo la dicha de tenerla como miembro durante 12 años, vocación tardía dirían algunos, pero no, mas bien llegó a nosotros para darnos testimonio de su vida. En este poco tiempo conocimos lo que en  toda la vida de María había pasado, diciéndonos cómo se vive amando con desinterés.

Quiero partir desde la historia de su niñez. Su papá Gregorio Martín, su mamá  Andrea Barba. Vivió su infancia hasta la muerte de su madre en un rancho llamado Acahuales Municipio de Tepatitlán.

Su papá que era hombre de campo fuerte y como diríamos muy ”hombre” cada una de las hijas que Dios le concedía después de muy breve tiempo como a la edad de 6 o 7 años  pasaban al cuidado de las hermanas de don Gregorio, ya que éstas insinuaban que su esposa no sabría educarlas y por eso solicitaban al hermano se las llevara a la ciudad para que ellas se hicieran cargo de las niñas, aunque de cuando en cuando las llevaban a visitar a sus papás que vivían en el rancho, a lo que la mamá sin poder decir u opinar nada se conformaba con verlas e ir perdiendo el cariño de ellas.

A María le concedieron vivir al lado de su mamá hasta su muerte debido a un falso que le levantaron las hermanas de don Gregorio ya que decían que esa niña no era de él. Incluso estando aun embarazada quiso deshacerse de su esposa queriendo aventarla a un pozo ya que había creído que el hijo que esperaba no era de él. Las súplicas de un hijo al decirle “no, no, Gregorio, no lo hagas” llegaron hasta el vientre donde el  bebé en gestación sintió el peligro que corría quedándose grabado para siempre en su corazón. Gracias a Dios no logró cometer tal asesinato pero el daño ya estaba hecho. Pasa el tiempo y nace una hermosa niña. Claro que a ella no la arrancaron del  lado de su madre debido a lo que creían.

María recuerda con tristeza cómo veía llorar a su mamá al no tener a su lado a sus hijas, pero sufría en silencio. Cuando María tenía como 8 años su mamá muere a consecuencias de un parto. Lógico que ella pasa a vivir con las hermanas de su padre y se la llevan a la ciudad. Con el paso del tiempo María se haría cargo de sus tías. Para ayudarse a la manutención trabajó durante barios años con los Maristas lavando planchando. Ahí, debido a un accidente que tuvo,  sufrió un problema en la columna que la llevó a usar un chaleco de por vida impidiéndole realizar muchos trabajos. Regresa a Tepatitlán y está al cuidado de sus tías, aquéllas que habían hecho sufrir tanto a su mamá, pero ella las atiende hasta su muerte.

Con el paso del tiempo María platicaba que recordaba aquello que su padre quiso hacerle  cuando aun estaba en el vientre de su mamá, pidiéndole a Nuestro Señor le ayudara a perdonarlo, ya que su padre ya había muerto. Dios le concede esta gracias y decía me sentí con un gran peso menos, pues no sabía cómo perdonarle a mi padre aquello que había sucedido. Vivió dibujando una sonrisa siempre en su rostro, superando cualquier obstáculo que llegaba. Últimamente, para ayudarse económicamente, hacía flanes y los vendía.

Cuando ingresó al Instituto Mensajero de las rosas, el 21 de diciembre de 1997, comentaba que ella desde hace mucho tiempo ya le había ofrecido a Dios su vida, que esto era lo que ella buscaba. Nosotros de cariño la llamamos Maruca, y fuimos testigos del silencio, del amor, y la entrega que ella vivía a diario y sobre todo con tan buen humor.

Su enfermedad fue corta, sufrió una caída y creían que debían operarla ya que después de varios meses su tobillo no sanaba, a lo que ella nos decía “pídanle a Dios que no me operen”. El día 7 de abril del 2009 semana santa Dios la llama a celebrar en el cielo la pascua eterna después de un dolor en el estomago y vómitos de sangre; se duerme para despertar y cantar eternamente en el cielo el cántico de las vírgenes.

El día de su sepultura su familia se extrañó al ver que el templo estaba lleno y una sobrinita de ella dijo a su abuelita (que es hermana de Maruca): “Abuelita, ¿entonces mi tía María era importante?” Al escucharla decir esto, un miembro del Instituto se dijo para sí, ella es importante, lástima que ustedes no lo sabían.

Este es el testimonio de un Mensajero de las Rosas que vivió una vida tan ordinaria como la nuestra.

Con el poeta José María Pemán podríamos concluir: “El encanto de las rosas es que siendo tan hermosas no conocen que lo son”. ¡Gloria a Dios por Maruca en el primer aniversario de su partido para el Cielo!

 

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