Por la Congregación para la Educación Católica
La Santa Sede presenta documento para una educación al servicio del bien común
El documento, que será enviado a las conferencias episcopales para que
lo transmitan a las 216.000 escuelas católicas y a las 1.760
universidades católicas en los diversos continentes.
23/09/17 2:15 AM
(InfoCatólica) El día de ayer la Fundación Pontificia "Gravissimum
educationis" ha presentado el documento titulado «Educar al humanismo
solidario. Para construir una "civilización del amor" 50 años después
de la Populorum progressio».
El documento, que será enviado a las conferencias episcopales para que
lo transmitan a las 216.000 escuelas católicas y a las 1.760
universidades católicas en los diversos continentes, subraya la
necesidad urgente de humanizar la educación, favoreciendo una cultura
del encuentro y del diálogo.
El documento fue presentado por el Prefecto de la Congregación para la
Educación, Cardenal Giuseppe Versaldi, quien afirmó que es necesaria
«la globalización de la esperanza guiada por el mensaje de salvación y
de amor de la revelación cristiana. La solidaridad y la fraternidad
resultantes de esta transformación personal y social serán la base
para un proceso inclusivo con la intención de influir en los estilos
de vida y sobre los paradigmas económicos y ambientales».
«Con este documento, la Congregación para la Educación Católica ha
querido analizar aspectos de la Populorum progressio que en el curso
de los años no se han considerado a fondo a pesar de no ser asuntos
secundarios».
Por su parte, el secretario de la Congregación, Angelo Vincenzo Zani,
ha indicado que este documento busca «actualizar el pacto educativo
entre las generaciones, desde la familia hasta la sociedad entera.
Además, ha destacado la importancia de la formación de los formadores,
para garantizar una educación no selectiva sino abierta a la
solidaridad».
«Los contenidos que propone, con un lenguaje sencillo y directo, hacen
referencia a tres fuentes principales: la Declaración del Concilio
Vaticcano II Gravissimum educationis, a la encíclica de Pablo VI
Populorum progressio y al magisterio del Papa Francisco, en particular
la encíclica Laudato si'».
Humanizar la educación
El documento enfatiza que «de manera constante, la Iglesia afirma que
«la buena educación de la familia es la columna vertebral del
humanismo» y desde allí propagar «los significados de una educación al
servicio de todo el cuerpo social, basada en la confianza mutua y en
la reciprocidad de los deberes». Por estas razones, «las instituciones
escolares y académicas que deseen poner a la persona al centro de su
misión son llamadas a respetar la familia como primera sociedad
natural, y a ponerse a su lado, con una concepción correcta de
subsidiariedad».
Por lo tanto «Una educación humanizada, por lo tanto, no se limita a
ofrecer un servicio formativo, sino que se ocupa de los resultados del
mismo en el contexto general de las aptitudes personales, morales y
sociales de los participantes en el proceso educativo».
Cultura de diálogo
El documento resalta la responsabilidad que la educación al humanismo
solidario tiene «de proveer a la formación de ciudadanos que tengan
una adecuada cultura del diálogo», y recuerda que es «propio de la
naturaleza de la educación la capacidad de construir las bases para un
diálogo pacífico y permitir el encuentro entre las diferencias, con el
objetivo principal de edificar un mundo mejor».
Globalizar la esperanza
A este respecto, el documento explica que «globalizar la esperanza es
la misión específica de la educación al humanismo solidario. Una
misión que se cumple a través de la construcción de relaciones
educativas y pedagógicas que enseñen el amor cristiano, que generen
grupos basados en la solidaridad, donde el bien común está conectado
virtuosamente al bien de cada uno de sus componentes, que transforme
el contenido de las ciencias de acuerdo con la plena realización de la
persona y de su pertenencia a la humanidad».
Justamente la educación cristiana puede realizar esta tarea primaria,
porque ella «es hacer nacer, es hacer crecer, se ubica en la dinámica
de dar la vida. Y la vida que nace es la fuente desde donde brota más
esperanza».
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CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA (de los Institutos de Estudios)
Educar al humanismo solidario
Para construir una "civilización del amor"
50 años después de la Populorum progressio
Introducción
1. Escenarios actuales
2. Humanizar la educación
3. Cultura del diálogo
4. Globalizar la esperanza
5. Hacia una verdadera inclusión
6. Redes de Cooperación
7. Prospectivas
INTRODUCCIÓN
1. Hace cincuenta años, con la encíclica Populorum progressio, la
Iglesia anunciaba a los hombres y a las mujeres de buena voluntad el
carácter mundial que la cuestión social había asumido[1]. Dicho
anuncio no se limitaba a sugerir una mirada más amplia, capaz de
abarcar porciones cada vez más grandes de humanidad, sino que ofrecía
un nuevo modelo ético-social. En ella se debía trabajar por la paz, la
justicia y la solidaridad, con una visión que supiera comprender el
horizonte mundial de las opciones sociales. Los presupuestos de esta
nueva visión ética surgieron unos años antes, en el Concilio Vaticano
II, con la formulación del principio de interdependencia planetaria y
del destino común de todos los pueblos de la Tierra[2]. En los años
sucesivos, la validez explicativa de tales principios encontró
numerosas confirmaciones. El hombre contemporáneo experimentó en
muchas ocasiones que lo que ocurre en una parte del mundo puede
afectar a otras, y que nadie puede —a priori— sentirse seguro en un
mundo donde existe sufrimiento o miseria. Si en aquel momento se
intuía la necesidad de ocuparse del bien de los demás como si fuera el
propio, hoy tal recomendación asume una clara prioridad en la agenda
política de los sistemas civiles[3].
2. La Populorum progressio, en este sentido, puede ser considerada
como el documento programático de la misión de la Iglesia en la era de
la globalización[4]. La sabiduría que emana de sus enseñanzas continúa
a guiar aún hoy el pensamiento y la acción de quienes quieren
construir la civilización del «humanismo pleno»[5] ofreciendo —en el
cauce del principio de subsidiariedad— "modelos practicables de
integración social" surgidos del ventajoso encuentro entre "la
dimensión individual y la comunitaria" [6]. Esta integración expresa
los objetivos de la "Iglesia en salida", que "acorta las distancias,
se rebaja hasta la humillación si fuera necesario (…), acompaña la
humanidad en todos sus procesos, por duros o prolongados que sean"[7].
Los contenidos de este humanismo solidario tienen necesidad de ser
vividos y testimoniados, formulados y transmitidos[8] en un mundo
marcado por múltiples diferencias culturales, atravesado por
heterogéneas visiones del bien y de la vida y caracterizado por la
convivencia de diferentes creencias. Para hacer posible este proceso
—como afirma Papa Francisco en al encíclica Laudato si' — "es
necesario tener presente que los modelos de pensamiento influyen
realmente sobre los comportamientos. La educación será ineficaz y sus
esfuerzos serán estériles si no se preocupa además por difundir un
nuevo modelo respecto al ser humano, a la vida, a la sociedad y a las
relaciones con la naturaleza"[9].
Con el presente documento la Congregación para la Educación Católica
entiende proponer las líneas principales de una educación al humanismo
solidario.
1. ESCENARIOS ACTUALES
3. El mundo contemporáneo, multifacético y en constante
transformación, atraviesa múltiples crisis. Estas son de distintas
naturalezas: crisis económicas, financieras, laborales; crisis
políticas, democráticas, de participación; crisis ambientales y
naturales; crisis demográficas y migratorias, etc. Los fenómenos
producidos por dichas crisis revelan cotidianamente su carácter
dramático. La paz está constantemente amenazada y, junto a las guerras
tradicionales que combaten los ejércitos regulares, se difunde la
inseguridad generada por el terrorismo internacional, bajo cuyos
golpes se producen sentimientos de recíproca desconfianza y odio,
favoreciendo el desarrollo de sentimientos populistas, demagógicos,
corriendo el riesgo de agravar los problemas y fomentando la
radicalización del enfrentamiento entre culturas diferentes. Guerras,
conflictos y terrorismo son a veces la causa, a veces el efecto, de
las inequidades económicas y de la injusta distribución de los bienes
de la creación.
4. Estas inequidades generan pobreza, desempleo y explotación. Las
estadísticas de las organizaciones internacionales muestran las
connotaciones de la emergencia humanitaria en acto, que se refiere
también al futuro, si medimos los efectos del subdesarrollo y de las
migraciones en las jóvenes generaciones. Tampoco se encuentran exentas
de tales peligros las sociedades industrializadas, donde aumentaron
las áreas de marginalidad[10]. De particular importancia es el
complejo fenómeno de las migraciones, extendido en todo el planeta, a
partir del cual se generan encuentros y enfrentamientos de
civilizaciones, acogidas solidarias y populismos intolerantes e
intransigentes. Nos encontramos ante un proceso oportunamente definido
como un cambio epocal[11]. Este pone en evidencia un humanismo
decadente, a menudo fundado sobre el paradigma de la indiferencia.
5. La lista de problemas podría ser más larga, pero no debemos
olvidarnos de las oportunidades positivas que presenta el mundo
actual. La globalización de las relaciones es también la globalización
de la solidaridad. Hemos tenido muchos ejemplos en ocasión de las
grandes tragedias humanitarias causadas por la guerra o por desastres
naturales: cadenas de solidaridad, iniciativas asistenciales y
caritativas donde han participado ciudadanos de todas partes del
mundo. Del mismo modo, en los últimos años han surgido iniciativas
sociales, movimientos y asociaciones, a favor de una globalización más
equitativa cuidadosa de las necesidades de los pueblos con
dificultades económicas. Quienes instauran muchas de estas iniciativas
—y participan en ellas— son frecuentemente ciudadanos de las naciones
más ricas que, pudiendo disfrutar de los beneficios de las
desigualdades, luchan a menudo por los principios de justicia social
con gratuidad y determinación.
6. Es paradójico que el hombre contemporáneo haya alcanzado metas
importantes en el conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, de la
ciencia y de la técnica pero, al mismo tiempo, carezca de una
programación para una convivencia pública adecuada, que haga posible
una existencia aceptable y digna para cada uno y para todos. Lo que
tal vez falta aun es un desarrollo conjunto de las oportunidades
civiles con un plan educativo que pueda transmitir las razones de la
cooperación en un mundo solidario. La cuestión social, como dijo
Benedicto XVI, es ahora una cuestión antropológica[12], que implica
una función educativa que no puede ser postergada. Por esta razón, es
necesario «un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo
que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del
planeta nos urge a dar ese impulso, para que la integración se
desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la
marginación».[13]
2. HUMANIZAR LA EDUCACIÓN
7. «Experta en humanidad», como subrayó hace cincuenta años la
Populorum progressio [14], la Iglesia tiene ya sea la misión que la
experiencia para indicar itinerarios educativos idóneos a los desafíos
actuales. Su visión educativa está al servicio de la realización de
los objetivos más altos de la humanidad. Dichos objetivos fueron
evidenciados con visión de futuro en la Declaración conciliar
Gravissimum educationis: el desarrollo armonioso de las capacidades
físicas, morales e intelectuales, finalizadas a la gradual maduración
del sentido de responsabilidad; la conquista de la verdadera libertad;
la positiva y prudente educación sexual[15]. Desde esta perspectiva,
se intuía que la educación debía estar al servicio de un nuevo
humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta a dialogar y
a trabajar para la realización del bien común[16].
8. Las necesidades indicadas en la Gravissimum educationis siguen
siendo actuales. A pesar que las concepciones antropológicas basadas
en el materialismo, el idealismo, el individualismo y el colectivismo,
viven una fase de decadencia, todavía ejercen una cierta influencia
cultural. A menudo ellas entienden la educación como un proceso de
adiestramiento del individuo a la vida pública, en la que actúan las
diferentes corrientes ideológicas, que compiten entre sí por la
hegemonía cultural. En este contexto, la formación de la persona
responde a otras exigencias: la afirmación de la cultura del consumo,
de la ideología del conflicto, del pensamiento relativista, etc. Es
necesario, por lo tanto, humanizar la educación; es decir,
transformarla en un proceso en el cual cada persona pueda desarrollar
sus actitudes profundas, su vocación y contribuir así a la vocación de
la propia comunidad. "Humanizar la educación"[17] significa poner a la
persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que
constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino
común. De este modo se cualifica el humanismo solidario.
9. Humanizar la educación significa, también, reconocer que es
necesario actualizar el pacto educativo entre las generaciones. De
manera constante, la Iglesia afirma que «la buena educación de la
familia es la columna vertebral del humanismo»[18] y desde allí se
propagan los significados de una educación al servicio de todo el
cuerpo social, basada en la confianza mutua y en la reciprocidad de
los deberes[19]. Por estas razones, las instituciones escolares y
académicas que deseen poner a la persona al centro de su misión son
llamadas a respetar la familia como primera sociedad natural, y a
ponerse a su lado, con una concepción correcta de subsidiariedad.
10. Una educación humanizada, por lo tanto, no se limita a ofrecer un
servicio formativo, sino que se ocupa de los resultados del mismo en
el contexto general de las aptitudes personales, morales y sociales de
los participantes en el proceso educativo. No solicita simplemente al
docente enseñar y a los estudiantes aprender, más bien impulsa a todos
a vivir, estudiar y actuar en relación a las razones del humanismo
solidario. No programa espacios de división y contraposición, al
contrario, ofrece lugares de encuentro y de confrontación para crear
proyectos educativos válidos. Se trata de una educación —al mismo
tiempo— sólida y abierta, que rompe los muros de la exclusividad,
promoviendo la riqueza y la diversidad de los talentos individuales y
extendiendo el perímetro de la propia aula en cada sector de la
experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad,
comunión y conduce a compartir[20].
3. CULTURA DEL DIÁLOGO
11. La vocación a la solidaridad llama a las personas del siglo XXI a
afrontar los desafíos de la convivencia multicultural. En las
sociedades globales conviven cotidianamente ciudadanos de tradiciones,
culturas, religiones y visiones del mundo diferentes, y a menudo se
producen incomprensiones y conflictos. En tales circunstancias, las
religiones frecuentemente son consideradas como estructuras de
principios y de valores monolíticos, inflexibles, incapaces de
conducir la humanidad hacia la sociedad global. La Iglesia Católica,
al contrario, «no rechaza nada que sea verdadero y santo en estas
religiones» y es su deber «anunciar la cruz de Cristo como signo del
amor universal de Dios y como fuente de toda gracia»[21]. Está también
convencida que, en realidad, las dificultades son a menudo el
resultado de una falta de educación al humanismo solidario, basada en
la formación a la cultura del diálogo.
12. La cultura del diálogo no recomienda el simple hablar para
conocerse, con el fin de amortiguar el efecto rechazante del encuentro
entre ciudadanos de diferentes culturas. El diálogo auténtico se lleva
a cabo en un marco ético de requisitos y actitudes formativas como así
también de objetivos sociales. Los requisitos éticos para dialogar son
la libertad y la igualdad: los participantes al diálogo deben ser
libres de sus intereses contingentes y deben ser disponibles a
reconocer la dignidad de todos los interlocutores. Estas actitudes se
sostienen por la coherencia con el propio específico universo de
valores. Esto se traduce en la intención general de hacer coincidir
acción y declaración, en otras palabras, de relacionar los principios
éticos anunciados (por ejemplo, paz, equidad, respeto, democracia...)
con las elecciones sociales y civiles realizadas. Se trata de una
«gramática del diálogo», como lo indica el Papa Francisco, que logra
«construir puentes [...] y encontrar respuestas a los desafíos de
nuestro tiempo»[22].
13. En el pluralismo ético y religioso, por lo tanto, las religiones
pueden estar al servicio de la convivencia pública, y no
obstaculizarla. A partir de sus valores positivos de amor, esperanza y
salvación, en un contexto de relaciones performativas y coherentes,
las religiones pueden contribuir significativamente a alcanzar
objetivos sociales de paz y de justicia. En dicha perspectiva, la
cultura del diálogo afirma una concepción propositiva de las
relaciones civiles. En lugar de reducir la religiosidad a la esfera
individual, privada y reservada, y obligar a los ciudadanos a vivir en
el espacio público únicamente las normas éticas y jurídicas del
estado, invierte los términos de la relación e invita a las creencias
religiosas a profesar en público sus valores éticos positivos.
14. La educación al humanismo solidario tiene la grandísima
responsabilidad de proveer a la formación de ciudadanos que tengan una
adecuada cultura del diálogo. Por otra parte, la dimensión
intercultural frecuentemente se experimenta en las aulas escolares de
todos los niveles, como también en las instituciones universitarias;
por lo tanto es desde allí que se tiene que proceder para difundir la
cultura del diálogo. El marco de valores en el cual vive, piensa y
actúa el ciudadano que tiene una formación al diálogo está sostenido
por principios relacionales (gratuidad, libertad, igualdad,
coherencia, paz y bien común) que entran de modo positivo y categórico
en los programas didácticos y formativos de las instituciones y
agencias que trabajan por el humanismo solidario.
15. Es propio de la naturaleza de la educación la capacidad de
construir las bases para un diálogo pacífico y permitir el encuentro
entre las diferencias, con el objetivo principal de edificar un mundo
mejor. Se trata, en primer lugar, de un proceso educativo donde la
búsqueda de una convivencia pacífica y enriquecedora se ancla en un
concepto más amplio de ser humano — en su caracterización psicológica,
cultural y espiritual — más allá de cualquier forma de egocentrismo y
de etnocentrismo, de acuerdo con una concepción de desarrollo integral
y trascendente de la persona y de la sociedad[23].
4. GLOBALIZAR LA ESPERANZA
16. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», concluía la
Populorum progressio [24]. Dicha afirmación encontró apoyo y
confirmación en las décadas sucesivas, y se clarificaron las
direcciones del desarrollo sostenible desde el punto de vista
económico, social y del medioambiente. Desarrollo y progreso, sin
embargo, siguen siendo descripciones de procesos, no dicen mucho sobre
los fines últimos del devenir histórico-social. Lejos de exaltar el
mito del progreso inmanente de la razón y la libertad, la Iglesia
Católica relaciona el desarrollo con el anuncio de la redención
cristiana, que no es una indefinida ni futurible utopía, sino que es
ya «sustancia de la realidad», en el sentido que por ella «ya están
presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida
verdadera»[25].
17. Es necesario, por lo tanto, a través de la esperanza en la
salvación, ser desde ya signos vivos de ella. ¿En el mundo
globalizado, cómo puede difundirse el mensaje de salvación en
Jesucristo? «No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es
redimido por el amor»[26]. La caridad cristiana propone gramáticas
sociales universalizantes e inclusivas. Tal caridad informa las
ciencias que, impregnadas con ella, acompañarán al hombre que busca
sentido y verdad en la creación. La educación al humanismo solidario,
por lo tanto, debe partir de la certeza del mensaje de esperanza
contenido en la verdad de Jesucristo. Compete a ella, irradiar dicha
esperanza, como mensaje transmitido por la razón y la vida activa,
entre los pueblos de todo el mundo.
18. Globalizar la esperanza es la misión específica de la educación al
humanismo solidario. Una misión que se cumple a través de la
construcción de relaciones educativas y pedagógicas que enseñen el
amor cristiano, que generen grupos basados en la solidaridad, donde el
bien común está conectado virtuosamente al bien de cada uno de sus
componentes, que transforme el contenido de las ciencias de acuerdo
con la plena realización de la persona y de su pertenencia a la
humanidad. Justamente la educación cristiana puede realizar esta tarea
primaria, porque ella «es hacer nacer, es hacer crecer, se ubica en la
dinámica de dar la vida. Y la vida que nace es la fuente desde donde
brota más esperanza»[27].
19. Globalizar la esperanza también significa sostener las esperanzas
de la globalización. Por una parte, en efecto, la globalización ha
multiplicado las oportunidades de crecimiento y abrió las relaciones
sociales a nuevas e inéditas posibilidades. Por otro lado, además de
algunos beneficios, ella causó desigualdades, explotación e indujo de
manera perversa a algunos pueblos a padecer una dramática exclusión de
los circuitos de bienestar. Una globalización sin visión, sin
esperanza, es decir sin un mensaje que sea al mismo tiempo anuncio y
vida concreta, está destinada a producir conflictos, a generar
sufrimientos y miserias.
5. HACIA UNA VERDADERA INCLUSIÓN
20. Para corresponder a su función propia, los proyectos formativos de
la educación al humanismo solidario se dirigen hacia algunos objetivos
fundamentales. Antes que nada, el objetivo principal es permitir a
cada ciudadano que se sienta participante activo en la construcción
del humanismo solidario. Los instrumentos utilizados deben favorecer
el pluralismo, estableciendo espacios de diálogo finalizados a la
representación de las instancias éticas y normativas. La educación al
humanismo solidario debe tener una especial atención para que el
aprendizaje de las ciencias corresponda a la conciencia de un universo
ético donde la persona actúa. En particular, esta recta concepción del
universo ético tiene que avanzar hacia la apertura de horizontes del
bien común progresivamente más amplios, hasta llegar a toda la familia
humana.
21. Este proceso inclusivo supera los límites de las personas que
viven actualmente en la tierra. El progreso científico y tecnológico
demostró en los últimos años, cómo las decisiones que se toman en el
presente son capaces de influir en los estilos de vida y —en algunos
casos— sobre la existencia de los ciudadanos de las futuras
generaciones. «La noción de bien común incorpora también a las
generaciones futuras»[28]. El ciudadano de hoy, de hecho, debe ser
solidario con sus contemporáneos donde quiera que se encuentren, pero
también con los futuros ciudadanos del planeta. Ya que «el problema es
que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta
crisis [...] y hace falta construir liderazgos que marquen caminos,
buscando atender a las necesidades de las generaciones actuales
incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras»[29]
entonces la tarea específica que puede realizar la educación al
humanismo solidario es contribuir a edificar una cultura basada en la
ética intergeneracional.
22. Esto significa que la educación extiende el ámbito clásico del
alcance de su acción. Si hasta ahora se consideraba la escuela como la
institución que forma los ciudadanos del mañana, si las agencias
formativas responsables de la educación permanente se ocupan de los
ciudadanos del presente, a través de la educación al humanismo
solidario se cuida la humanidad del futuro, la posteridad, con quienes
se debe ser solidarios tomando decisiones responsables. Es aún más
verdadero con respecto a la formación académica, porque es a través de
ella que se proporciona las competencias necesarias para tomar las
decisiones decisivas del equilibrio de los sistemas humano-sociales,
naturales, ambientales, etc.[30]. Los temas desarrollados en los
cursos universitarios, en este sentido, deberían realizarse según un
criterio decisivo para la evaluación de su calidad: la sostenibilidad
con las exigencias de las generaciones futuras.
23. Para que sea una verdadera inclusión es necesario hacer un paso
ulterior, es decir construir una relación de solidaridad con las
generaciones que nos precedieron. Lamentablemente, la afirmación del
paradigma tecnocrático, en algunos casos, redimensionó el saber
histórico, científico y humanístico —con su patrimonio literario y
artístico— mientras que una visión correcta de la historia y del
espíritu con el cual nuestros antepasados han enfrentado y superado
sus desafíos, puede ayudar al hombre en la compleja aventura de la
contemporaneidad. Las sociedades humanas, las comunidades, los
pueblos, las naciones son el fruto del pasaje de la historia donde se
revela una identidad específica en continua elaboración. Comprender la
relación fecunda entre el devenir histórico de una comunidad y su
vocación al bien común y al cumplimiento del humanismo solidario
implica la formación de una conciencia histórica, basada en la
conciencia de la indisoluble unidad que lleva a los antepasados, a los
contemporáneos y a la posteridad a superar los grados de parentesco
para reconocerse todos igualmente hijos del Padre, y por lo tanto en
una relación de solidaridad universal[31].
6. REDES DE COOPERACIÓN
24. Así como la Encíclica Populorum progressio recomienda la
elaboración de «programas concertados»[32], hoy es evidente la
necesidad de hacer converger las iniciativas educativas y de
investigación hacia los fines del humanismo solidario, con la
conciencia que «no deberían permanecer dispersos o aislados, y menos
aún opuestos por razones de prestigio o poder»[33]. Construir redes de
cooperación, desde el punto de vista educativo, escolar y académico,
significa activar dinámicas incluyentes, en constante búsqueda de
nuevas oportunidades para introducir en el propio circuito de
enseñanza y aprendizaje sujetos distintos, especialmente aquellos que
les resulta difícil aprovechar un plan una formación adecuado a sus
necesidades. Recordando también, que la educación sigue siendo un
recurso escaso en el mundo, considerando que existen sectores de la
humanidad que sufre por la falta de instituciones idóneas al
desarrollo, el primer esfuerzo de educación al humanismo solidario es
la socialización de sí mismo a través de la organización de redes de
cooperación.
25. Una educación al humanismo solidario desarrolla redes de
cooperación en los distintos ámbitos donde se realiza la actividad
educativa, particularmente en la educación académica. En primer lugar,
solicita a los actores educativos que asuman una actitud que favorezca
la colaboración. En particular, prefiere la colegialidad del cuerpo
docente en la preparación de los programas formativos, y la
cooperación entre los estudiantes en lo concerniente a las modalidades
de aprendizaje y a los ambientes formativos. Aún más: como células del
humanismo solidario, unidas por un pacto educativo y por una ética
intergeneracional, la solidaridad entre quien enseña y quien aprende
debe ser progresivamente incluyente, plural y democrática.
26. La universidad debería ser el principal crisol para la formación a
la cooperación en la investigación científica, prefiriendo —en el
lecho del humanismo solidario— la organización de investigaciones
colectivas en todas las áreas del conocimiento, cuyos resultados
puedan ser corroborados por la objetividad científica de la aplicación
de lógicas, métodos y técnicas idóneas, como también por la
experiencia de solidaridad realizada por los investigadores. Se trata
de favorecer la formación de grupos de investigación integrados entre
el personal docente, jóvenes investigadores y estudiantes, y también
solicitar la cooperación entre las instituciones académicas ubicadas
en un contexto internacional. Las redes de cooperación deberán
instituirse entre sujetos educativos y sujetos de otro tipo, por
ejemplo, del mundo de las profesiones, de las artes, del comercio, de
la empresa y de todos los cuerpos intermedios de las sociedades donde
el humanismo solidario necesita propagarse.
27. En muchos lugares se solicita una educación que supere las
dificultades de los procesos de masificación cultural, que producen
los efectos nocivos de nivelación, y con ella, de manipulación
consumista. El surgimiento de redes de cooperación, en el marco de la
educación al humanismo solidario, puede ayudar a superar estos
desafíos, ya que ofrece descentralización y especialización. En una
perspectiva de subsidiariedad educativa, tanto a nivel nacional como
internacional, se favorece el intercambio de responsabilidad y de
experiencia, esencial para optimizar los recursos y evitar los
riesgos. De esta manera se construye una red no sólo de investigación
sino — sobre todo — de servicio, donde uno ayuda al otro y se
comparten los nuevos descubrimientos, «intercambiando temporalmente
los profesores y proveyendo en todo lo que pueda contribuir a una
mayor ayuda mutua»[34].
7. PROSPECTIVAS
28. La educación escolar y universitaria estuvieron siempre en el
centro de la propuesta de la Iglesia Católica en la vida pública. Ella
defendió la libertad de educación cuando, en las culturas
secularizadas y laicistas, parecían reducirse los espacios asignados a
la formación de los valores religiosos. A través de la educación,
continuó suministrando principios y valores de convivencia pública
cuando las sociedades modernas, engañadas por los logros científicos y
tecnológicos, jurídicos y culturales, creían insignificante la cultura
católica. Hoy, como en todas las épocas, la Iglesia Católica tiene
todavía la responsabilidad de contribuir, con su patrimonio de
verdades y de valores, a la construcción del humanismo solidario, para
un mundo dispuesto a actualizar la profecía contenida en la Encíclica
Populorum progressio.
29. Para dar un alma al mundo global, atravesado por constantes
cambios, la Congregación para la Educación Católica vuelve a lanzar la
prioridad de la construcción de la "civilización del amor"[35], y
exhorta a todos los que por profesión y vocación están comprometidos
en los procesos educativos —en todos los niveles— a vivir con
dedicación y sabiduría dicha experiencia, según los principios y los
valores enucleados. Este Dicasterio —después del Congreso Mundial
"Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva" (Roma-Castel
Gandolfo, 18 - 21 de noviembre de 2015)— dio eco a las reflexiones y a
los desafíos que surgieron ya sea por parte de los docentes, de los
alumnos, de los padres, como de las Iglesias particulares, las
Familias religiosas y las Asociaciones comprometidas en el vasto
universo de la educación.
30. Estos lineamientos fueron entregados a todos los sujetos que
trabajan con pasión para renovar cotidianamente la misión educativa de
la Iglesia en los diferentes continentes. Se desea, también,
proporcionar una herramienta útil para un diálogo constructivo con la
sociedad civil y los Organismos Internacionales. Al mismo tiempo, el
Papa Francisco erigió la Fundación "Gravissimum educationis"[36] para
aquellas "finalidades científicas y culturales dirigidas a promover la
educación católica en el mundo"[37].
31. En conclusión, los temas y los horizontes para explorar — a partir
de la cultura del diálogo, de la globalización de la esperanza, de la
inclusión y de las redes de cooperación — solicitan ya sea la
experiencia formativa y de enseñanza que las actividades de estudio y
de investigación. Será necesario, por lo tanto, favorecer la
comunicación de dichas experiencias y los resultados de las
investigaciones, con la finalidad de permitir que cada sujeto
comprometido en la educación al humanismo solidario comprenda el
significado de su propia iniciativa en el proceso global de la
construcción de un mundo fundado sobre valores de solidaridad
cristiana.
Roma, el 16 de abril de 2017, fiesta de la Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo
Card. Giuseppe Versaldi Prefecto Arzbpo. Angelo Vincenzo Zani Secretario
NOTAS:
[1] Pablo VI, Carta encíclica Populorum progressio (26 de marzo de
1967), 3. [2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral
Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (28 de
octubre de 1965), 4-5. [3] Pontificio Consejo Justicia y Paz,
Compendio de la doctrina social de la Iglesia (2004), 167. [4] También
por ello, la Populorum progressio a menudo fue comparada, por el
alcance de su discurso social, con la Rerum novarum de León XIII: cf.
Juan Pablo II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis (30 de
diciembre de 1987), 2-3; Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in
veritate (29 de junio de 2009), 8. [5] Populorum progressio, 42. [6]
Cf. Papa Francisco, Discurso a los Participantes al Congreso promovido
por el Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral en el
50º aniversario de la "Populorum Progressio", 4 de abril de 2017.
[7] Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (24
noviembre 2013), 24. [8] "El amor en la verdad —Caritas in veritate—
es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresivo y
penetrante globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la
interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no
corresponda la interacción ética de las conciencias y de las
inteligencias, de la cual pueda emerger como resultado un desarrollo
verdaderamente humano." Benedicto XVI, Carta enciclica Caritas in
veritate (29 junio 2009), 9. [9] Papa Francisco, Carta encíclica sobre
el cuidado de la casa común Laudato si' (24 de mayo de 2015), 215.
[10] Cf. UNICEF, Informe de la condición de la infancia en el mundo
2016, UNICEF, Florencia 2016; UNICEF, Hijos de la recesión. EL impacto
de la crisis económica en el bienestar de los niños en los países
ricos, UNICEF-Office of Research Innocenti, Florencia 2014. [11] Cf.
International Organization for Migration, World Migration Report 2015
– Migrants and Cities: New Partnerships to Manage Mobility, IOM,
Ginebra 2015. [12] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate
(29 de junio de 2009), 75. [13] Ibíd., 53 [14] Populorum progressio,
13; Cf. Pablo VI, Discurso en las Naciones Unidas, 4 de octubre de
1965. [15] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la
Educación Cristiana Gravissimum educationis (28 de octubre de 1965), 1
B [16] Ibíd., 1. [17] Papa Francisco, Discurso a los participantes a
la Asamblea plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9
de febrero de 2017. [18] Ver Papa Francisco, Catequesis del 20 de mayo
de 2015 sobre la familia y la educación. [19] Ibíd. [20] Papa
Francisco, Discurso a los participantes al Congreso mundial "Educar
hoy y mañana. Una pasión que se renueva" promovido por la Congregación
para la Educación Católica, Roma, 21 de noviembre de 2015. [21]
Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la
Iglesia con las religiones no cristianas Nostra aetate (28 de octubre
de 1965), 2, 4. [22] Papa Francisco, Discurso a los participantes a
la Asamblea plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9
de febrero de 2017. [23] Cf. Congregación para la Educación Católica,
Educar al diálogo intercultural en la escuela católica. Vivir juntos
para una civilización del amor, Ciudad del Vaticano 2013, n. 45.
[24]Populorum progressio, 87. [25] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe
salvi (30 de noviembre de 2007), 7. [26] Ivi, 26 [27] Papa Francisco,
Discurso a los participantes a la Asamblea plenaria de la Congregación
para la Educación Católica, 9 de febrero de 2017. [28] Papa Francisco,
Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común Laudato si' (24 de
mayo de 2015), 159. [29] Ivi, 53 [30] Cf. Juan Pablo II, Constitución
Apostólica Ex corde Ecclesiae (15 de agosto de 1990), 34. [31]
Populorum progressio, 17 [32] Ivi, 50 [33] Ivi. [34] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la Educación Católica
Gravissimum educationis, 12 [35] La expresión "civilización del amor"
fue usada por primera vez por Pablo VI el 17 de mayo de 1970, el día
de Pentecostés (Insegnamenti, VIII/1970, 506), y retomada varias veces
durante su pontificado. [36] Papa Francisco, Quirógrafo para la
erección de la Fundación "Gravissimum educationis" (28 de octubre de
2015). [37]ibid.
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