miércoles, 22 de febrero de 2012

Promover vocaciones: un desafío para la Vida Consagrada. P. Elías Royón, S.I. (2-2-2012)

Promover vocaciones: un desafío para la Vida Consagrada.

Santiago Castrillo nos envía el texto de la conferencia impartida en Zamora por el presidente de la Vida Consagrada en España, P. Elías Royón, S.J., el pasado día 2 de febrero, Jornada de la Vida Consagrada. Lo precede el mensaje enfatizando la importancia de la jornada: http://www.masdecerca.com/2012/02/en-el-dia-de-la-vida-consagrada-p-elias-royon-confer/

Queridos hermanos y hermanas:

 

La Jornada de la Vida Consagrada en la festividad de la Presentación de Jesús en el templo, nos da ocasión para agradecer con gozo y humildad el don que el Señor ha hecho y continúa haciendo a la Iglesia a través de nuestras Congregaciones Religiosas. Cuando el Beato Juan Pablo II instituía en 1997 esta Jornada invitaba a los religiosos y religiosas acelebrar juntos y solemnemente las maravillas que el Señor ha realizado en sus vidas, cayendo en la cuenta de que “con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente, tienen una típica y permanente “visibilidad” en medio del mundo” (VC 1). También señalaba el Papa como objetivo  de esta Jornada,hacer más viva en el pueblo de Dios la conciencia de la insustituible misión de la vida religiosa en la Iglesia y en el mundo; recogía así lo que había afirmado en Vita Consecrata: “la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión” (VC 3)

Una Jornada, pues, para la acción de gracias desde el reconocimiento que “todo es don y gracia”, y para el sincero examen de nuestra respuesta a “tanto bien recibido”.

El lema escogido en España para celebrar esta Jornada “Ven y sígueme. La Vida Consagrada y la Nueva Evangelización”, subraya dos importantes desafíos a la Iglesia de hoy, y, en ella, a la vida religiosa: las vocaciones y la Nueva Evangelización. Nuestra reciente Asamblea General ha intentado  afrontar con honestidad la crisis vocacional en las Congregaciones Religiosas. Conscientes de que el futuro de la vida consagrada no se juega en el número, sino en la radicalidad de nuestro seguimiento a Jesús, en el gozo y la generosidad con que nuestras vidas testimonian y anuncian a Jesucristo, sin embargo, es legítima y responsable la preocupación por la disminución de las vocaciones.  A la vez, no podemos olvidar que cada vocación es, ante todo, una llamada del Señor, un don suyo, gratuito, al que responde en libertad aquel o aquella que se siente así convocado. Una gracia que es preciso pedir con confianza al Señor de la mies, que nos urge a que se la pidamos. Pero un don que está condicionado también a los esfuerzos de la comunidad cristiana y por tanto, de cada una de nuestras Congregaciones por suscitarlo, descubrirlo, y acompañarlo. Todos somos responsables de crear una cultura vocacional  en nuestras comunidades y en  nuestras instituciones apostólicas.

La celebración de esta Jornada propicia una reflexión orante, personal y comunitaria,  sobre el testimonio de nuestras vidas que constituyen la imagen humana visible de la llamada, y sobre el compromiso con la misión a la que somos enviados, en el contexto eclesial de la Nueva Evangelización.

El icono de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; una luz que partiendo de Cristo nos irradia a todos y nos compromete a ser reflejo de ella para los demás. Benedicto XVI hacía referencia a este símbolo en su homilía de la celebración de las Vísperas de esta fiesta el año pasado. Y recordaba que “Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada…la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo” (VC 15).

Efectivamente, la cultura vocacional y la nueva evangelización en la vida consagrada tienen su clave en el testimonio profético de la vida de los religiosos y religiosas. La vida consagrada está llamada a ser ese testimonio profético, vinculado a la manifestación de la primacía de Dios en sus vidas, a la pasión por Jesucristo y al anuncio de su evangelio a los pobres y los últimos de la tierra. “La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con El, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia” (VC 84), en definitiva, de acoger generosamente la llamada a “estar con El”, en que se sintetiza la auténtica experiencia “mística”.

En este testimonio de vida profética se puede encontrar lo fundamental de donde emane  la aportación de la Vida Religiosa a la Nueva Evangelización. Desde la radicalización del seguimiento concretada en los votos, “exégesis viva de la Palabra de Dios”, asoma ya un modo propio y peculiar de evangelizar de la Vida Religiosa, independiente de las tareas en que se traduzca. Los votos colorean la misión dándole una hondura particular. No podemos estar ausentes, ni en los márgenes de este desafío eclesial del siglo XXI, sino en primera línea, con sentido de comunión eclesial. Con ello no haremos sino continuar la historia de nuestras Congregaciones que están estrechamente ligadas a la historia de la evangelización, como reconoce los Lineamenta: “los grandes movimientos de evangelización  surgidos en dos mil años de cristianismo, están vinculados a formas de radicalismo evangélico” (n.8). Estas formas radicales de seguir a Jesucristo son las que encarnan los Institutos Religiosos.
 
Quisiera terminar este saludo en la Jornada de la Vida Consagrada con una fraterna invitación a la esperanza. Una esperanza confiada en el Señor de quién proviene todo bien. Una esperanza realista desde la que mirar al futuro que estimula y anima a seguir invitando a los jóvenes a que “vengan y vean” nuestro testimonio profético de vida y nuestro compromiso con la Nueva Evangelización.

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CONFER Regionales y Diocesanas.

Promover vocaciones: un desafío para la Vida Religiosa.

 

Queridos hermanos, queridas hermanas.

Como sabéis los objetivos del trienio están centrados en dos líneas de fuerza, en torno a las cuales estamos haciendo lo posible por que giren las actividades de CONFER, sea a nivel nacional, como también Regional y Diocesano. Esas dos líneas son la comunión y la esperanza. No son autónomas, sino fuertemente interrelacionadas. La comunión nos lleva a insertarnos más en la Iglesia, a vivirnos como parte de esa Iglesia, fundada por Jesús, en la que encuentra sentido y razón nuestra existencia, como seguidores de Jesús. Pero esa realidad carismática al servicio de la Iglesia, se vive en la esperanza del Señor Resucitado, para poder ser esperanza para el mundo al que somos enviados.

El curso pasado insistimos en la urgencia de vivir y ser esperanza. Y dedicamos a ello la Asamblea General y bastantes intervenciones en diversos encuentros de formación y asambleas de CONFER diocesanas y regionales. Este curso continuamos profundizando en esa esperanza tan importante para vivir la novedad del Espíritu. Y nos fijamos en la dimensión vocacional. La Vida Religiosa es ante todo “vida”, vida en el Espíritu, vida animada por el envío del Resucitada, vida para ser donada y entregada para que engendre novedad y vida en medio del mundo. Sin novedad y  sin vida la esperanza se difumina y nos amenaza la desilusión y el desaliento. La novedad y la vida se concretizan de modo particular en las vocaciones. Nuevas presencias de hermanos y hermanas que responden a la misma llamada que el Señor nos hizo a nosotros, que aportan novedad y futuro al carisma y a la misión, que traen el aire fresco de las nuevas generaciones religiosas, nuevos interrogantes y nuevas respuestas. Por eso hemos elegido para la Asamblea y recomendamos para las actividades de este curso, aunque no exclusivamente, la promoción vocacional.

 

Nadie puede negar que se trata de una tarea de gran trascendencia  eclesial. La falta de vocaciones religiosas no es un problema que afecte solo a las congregaciones e institutos religiosos. Afecta a la comunidad cristiana. Y es toda la comunidad cristiana: obispos, religiosos, sacerdotes y laicos, la que debe preocuparse de ello, como indicó recientemente el Papa.

 

         Me ha parecido que podría ser útil compartir con vosotros/as algunas reflexiones sobre esta realidad. Evidentemente no sobre paradigmas de la pastoral vocacional propiamente dicha, lo que sería una osadía por mi parte, sino desde el interior de nuestra vida de consagrados y consagradas, intentando afrontar algunas cuestiones que de un modo u otro están en el ambiente: ¿la vida religiosa en nuestro tiempo es "engendradora de vida"; atrae a los jóvenes, suscita el deseo de ser imitada, genera seducción y contagia entusiasmo?. O en otras palabras ¿Será que la vida consagrada ha dejado de ser fragancia de Cristo (2 Cor 2,15) dentro de la misma Iglesia?. ¿sus modos de vivir y actuar, personal y comunitariamente, han dejado de tener esa "sobreabundancia de gratuidad" que contagia y atrae a los jóvenes más generosos? (cfr VC n 104).

 

         Unas cuestiones a las que nos queremos acercar con honestidad, sin defendernos con justificaciones que fácilmente podemos encontrar a mano, sin pasar de largo ante ellas, pero a la vez sin dejarnos atrapar del desengaño o la desilusión, sino con un objetivo claro: construir la esperanza. Esta es absolutamente necesaria para la misión de la Iglesia y en especial, para la pastoral vocacional. Los jóvenes no miran la vida preferentemente como verdad sino como experiencia deseable. Para entusiasmarles por la vida como vocación, es preciso que los religiosos y las religiosas seamos, como se ha dicho, “samaritanos de la esperanza”. [1] Nuestro futuro, el futuro de la vida consagrada, no se juega en el número de personas con que cuentan los institutos, sino sobre la calidad del seguimiento evangélico de Jesús y sobre la “fidelidad creativa” que vivan y testimonien sus miembros.

 

         Una sana preocupación por la falta de vocaciones.

 

Existe y es lógico que exista una preocupación por la falta de un número suficiente de vocaciones, pero debemos preguntarnos también por las motivaciones de esta preocupación por el número de entradas en  nuestros noviciados.

 

Porque la preocupación debe ser evangélica y no angustiosa; que cuando suplicamos al Señor de la mies, nos mueva más su Reino y el deseo de que su voluntad se cumpla, que la necesidad o angustia por tener sucesores que nos sustituyan en determinadas tareas o trabajos pastorales. Son importantes nuestros proyectos apostólicos para los que contamos cada vez con menos recursos humanos, pero nos debe preocupar más, que pueda continuarse la misión salvadora de Jesús tal y como la quiera el Padre que le envió; y que los carismas que el Espíritu ha regalado a su Iglesia continúen engendrando vida; así, nuestro protagonismo disminuye y crece en nosotros la conciencia de gratuidad y gratitud al Dador de todo bien.  Preocupación, pues, porque la mies es mucha y los obreros pocos, pero de una mies universal que necesita sementeras diversas según los lugares y las estaciones.

 

Un conjunto complejo de causas.

 

No raramente esta falta de vocaciones ha originado, y continúa creando, actitudes contrapuestas dentro de la Iglesia, y también entre las mismas congregaciones religiosas. Es causa de un malestar que en ocasiones, llega a adoptar la forma de victimismo, fatalismo y culpabilidad, que ciertamente no ayudan a resolver las cuestiones, porque dificultan un análisis objetivo del problema, y no ofrecen soluciones válidas. Crean división, y a veces, llevan a vivir poco serenamente la consagración al Señor.

 

Es preciso, pues, un discernimiento atento para poner en evidencia la complejidad del fenómeno vocacional de nuestro tiempo. Un análisis somero de la cultura actual es más que suficiente para darnos cuenta de esta complejidad. Un cúmulo tal de circunstancias y de cambios profundos se ha verificado con tal rapidez en nuestra sociedad y en la misma Iglesia, que a veces tenemos la tentación de pensar que cada vocación es un verdadero milagro. Parece como si no quedara en nuestra sociedad espacio para Dios, y por tanto, para estilos de vida como los propugnados por los religiosos y las religiosas. Los compromisos definitivos no parecen ni fáciles ni evidentes, el voto de castidad se antoja desmesurado e incomprensible, el número de hijos ha disminuido notablemente, el clima religioso familiar casi ha desaparecido en amplios sectores de la sociedad; un proyecto de vida fundado en el “perder la vida para encontrarla,” es considerado como restrictivo para la libertad personal. La vida se construye sobre la imagen, el tener, la afirmación de sí mismo. Se vive pues, en las antípodas de una existencia guiada por la lógica evangélica de la donación y la gratuidad. Los medios de comunicación reflejan frecuentemente una imagen negativa de la Iglesia y de las Instituciones religiosas. Y en los últimos años los abusos a menores ha agravado considerablemente esta imagen.

 

Si estos son factores que no favorecen preguntas vocacionales, sin embargo, no falta el nacimiento de “nuevos valores” o sensibilidades que tienen un explícito ligamen con la vocación. Existen en muchas zonas del  mundo juvenil una clara simpatía por la vida como valor absoluto, un compromiso con  las experiencias de solidaridad, de amor a los otros, con los derechos fundamentales de todo ser humano; un rechazo de lo inauténtico, un deseo de justicia y apertura a la diversidad de cualquier índole. Incluso en no pocos, una nostalgia de absoluto, de silencio, de interioridad, de oración.  Premisas fecundas para acoger una propuesta de proyecto de vida, una acogida a una llamada del Señor.

Acabamos de ser testigos de la experiencia de fe que ha significado la JMJ del pasado agosto. Cientos de miles de jóvenes de un perfil bastante diferente del que nos indican las encuestas y los estudios sociológicos. Jóvenes abiertos a la trascendencia, sinceramente creyentes, sensibles a los símbolos litúrgicos, a la oración y al silencio. Que expresan públicamente su fe y que se siente bien en los grupos y comunidades eclesiales.

Estaban allí porque creían en Jesucristo, y querían escuchar al Papa que les hablaba muy claramente de El, como camino para encontrar a Dios y al hermano, como salvador y fuente de esperanza para todos los hombres.

Hay que mirar esta experiencia como un signo y una llamada del Espíritu y sacar conclusiones pastorales, especialmente en el marco de la Nueva Evangelización. La Vida Religiosa, en comunión eclesial, les ha acompañado en esta peregrinación y ha gozado con ellos en esta fiesta del encuentro con Jesucristo. Ahora debe asumir el compromiso de seguir a su lado, de acompañarles para que la experiencia se arraigue en  roca  y no sea una experiencia más propia de una cultura consumista, del “usar y tirar”. Incluso para que esta experiencia se pueda transformar en un encuentro con Cristo tal que les haga preguntarse por lo que quiere Dios de sus vidas; en definitiva, por una pregunta vocacional.

No obstante esta experiencia tan esperanzada, es evidente que vivimos un cuadro sociocultural y eclesial complejo que dificulta lo religioso y, con mayor razón, la escucha y la respuesta vocacional; incluso el entender  la vida como vocación. Por consiguiente, es posible afirmar con objetividad que no todos los factores que inciden negativamente en el descubrimiento y acogida de las vocaciones son achacables a los defectos y debilidades de los religiosos; hay que reconocer que, la mayoría de estas causas, por su origen y naturaleza escapan a nuestra capacidad de hacerlas cambiar o desaparecer.

Pero una lectura en fe de la realidad de “fuera” y de “dentro” de la vida religiosa, lleva consigo a examinar, ignacianamente hablando, la propia realidad de nuestra vida y misión; es decir, preguntarse después de  una acción de gracias por tanto bien recibido de los carismas fundacionales que el Espíritu ha concedido a su Iglesia, de los frutos de evangelización de tantos religiosos y religiosas; preguntarse digo ¿qué hemos hecho?, ¿qué hacemos?, ¿Cómo lo hemos hecho, cómo lo hacemos?. Posiblemente hoy el “cómo” de nuestro “hacer” es tan importante como los “hechos” mismos de nuestro quehacer.

 

No podemos olvidar que las vocaciones son ante todo un don de Dios, un don plenamente gratuito, pero un don condicionado a nuestra colaboración por suscitarlas y descubrirlas. Es posible que en algunos ambientes de la vida religiosa, haya hoy más preocupación por la falta de vocaciones que interés real por promoverlas y se haya caído en la resignación de no poder contar ya con nuevos candidatos, estando a punto de abandonar prácticamente, la promoción vocacional. Hay quien observa, sin embargo, que el Señor continúa llamando a jóvenes a seguirle en la radicalidad de la consagración, pues la “mies sigue siendo mucha”, y la vida religiosa está en el “corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión” (VC 3). Pero tal vez no estemos poniendo todos los medios y recursos necesarios para colaborar con esta gracia. [2] “No podemos, pues, acostumbrarnos a rechazar el desafío de apostar por los jóvenes y de sembrar entre ellos la buena semilla de la vocación a seguir al Señor que llama.”[3]

Aunque junto a esto, es necesario también afirmar que debe ser mayor la preocupación por la calidad que por el número de las vocaciones. No se trata, ante todo, de tener más candidatos; hay que cuidar y examinar bien la calidad de sus motivaciones, las cualidades humanas en las que se presume una cierta garantía de la autenticidad de la llamada.

 

Un salto de cualidad en la animación vocacional.

En el documento conclusivo del Congreso, "Nuevas vocaciones para una nueva Europa" de 1997, se constata, una realidad a mi parecer significativa: la exigencia de un cambio radical o de un "salto de cualidad" en la pastoral vocacional, como recogía el Papa en el discurso final. El documento describe los diferentes elementos de cambio, que en la pastoral vocacional se están ya actuando o se deberían actuar. Uno de ellos se describe así: "Es tiempo de que se pase decididamente de la patología del cansancio y de la resignación, que se justifica atribuyendo a la actual generación juvenil la causa única de la crisis vocacional, al valor de hacerse los interrogantes oportunos y ver los eventuales errores y fallos a fin de llegar a un ardiente nuevo impulso creativo de testimonio”[4]

 

No se trata sólo de una invitación a reaccionar ante una sensación de cansancio o de desaliento por los escasos resultados, o simplemente incitar a renovar ciertos métodos pastorales; se trata mas bien, de pasar a interrogarnos sobre nosotros mismos y en un clima de sinceridad, examinar qué cambios deben operarse en la vida y misión de los religiosos y religiosas, para ser signos creíbles de una vida que transparente la entrega y la disponibilidad en el servicio a nuestro Señor, a fin de que aquellos que son llamados puedan descubrir en nuestras Congregaciones e Institutos el lugar y el modo de su respuesta.

Si no podemos controlar todo lo que dificulta la floración de vocaciones, sí podemos analizar los factores que se juegan en nuestro campo y tratar de encontrar una respuesta.

 

Los procesos de renovación o de revitalización de la vida religiosa, que estamos viviendo, están en íntima relación con la promoción vocacional. Una vida consagrada “nueva,” renovada, exige nuevas cualidades en las vocaciones que llegan a nuestros noviciados; pero también los “nuevos jóvenes”, inculturados en el contexto de la postmodernidad desafían a la vida consagrada para que se arraigue en los valores más esenciales del evangelio. Se reconoce que la causa de la crisis de vocaciones no solo se debe a la carencia de valores profundos en la sociedad actual, y de modo particular en los ámbitos juveniles y familiares, sino también influye en ella el modo de vivir algunos aspectos esenciales de la vida consagrada.[5]

 

Una cultura vocacional.

Este “salto cualitativo” está en relación con lo que se suele llamar “cultura vocacional”, que afecta los diversos aspectos de la pastoral juvenil y vocacional, pero que tiene también su particular referencia a los que se remiten a la vida y misión de los consagrados y consagradas.

 

Así, entre los elementos teológicos, eclesiales, culturales y congregacionales que integran esta “cultura vocacional”[6], voy a hacer especial hincapié en los congregacionales, en cuanto afectan a los procesos de revitalización a los que acabo de referirme.

 

Es imprescindible el papel de “mediación” de las comunidades cristianas, y en su tanto de las Congregaciones religiosas, para suscitar y descubrir las vocaciones. Es importante que exista una comunidad eclesial que ayude de hecho a descubrir al joven la propia vocación. El Señor sigue llamando, según apuntamos más arriba, pero esa llamada no puede crecer y prosperar, como el árbol, sino plantado en el terreno que le conviene. (K. Rahner) Quien recibe esa llamada necesita descubrir, “ver”, en unos hombres y mujeres concretos, la realización de la vocación que siente, Es como decir, que la fidelidad vocacional de una comunidad creyente, es la primera y fundamental condición para el florecimiento de la vocación en cada creyente, especialmente en los jóvenes. [7] 

 

Revitalizar la vida y misión es pues, un desafío que afecta a toda la realidad de la vida religiosa. Va al fondo de su misma esencia y afecta a personas, comunidades e instituciones apostólicas.

         Presupone sencillez y humildad para reconocer que necesitamos este proceso de conversión. Compartimos que la vida religiosa en nuestro entorno sociocultural está viviendo momentos de debilidad y pobreza, que nos está haciendo más humildes; una situación que, con la ayuda de la gracia, la vida religiosa está afrontando como una oportunidad del Espíritu, para enraizarnos más decididamente en los valores evangélicos, lo cual podemos interpretar como un signo de esperanza.

         El Papa nos ha definido como “buscadores de Dios”:[8] la búsqueda de un Dios presente en todas las cosas, que funda la urgencia de la contemplación retirada y del encuentro con los apaleados de los caminos.  Colocar a Jesucristo en el centro de nuestra mística y de nuestra profecía, integrando acción y contemplación, siendo la raíz y el por qué del servicio generoso y desinteresado a los hermanos más débiles y marginados de esta sociedad.

Lo que se necesita no es, pues, una nueva arquitectura pastoral (planes, programaciones) que se sume a la que vamos acumulando a lo largo de los años, sino algo más radical y a la vez más simple: creer que el Espíritu de Dios, que llenó de alegría a Jesús (Lc 10,21) y a María (Lc 1,28), puede también inundarnos a nosotros si pertenecemos a la categoría de los pequeños y sencillos.[9] Aceptar con humildad la pequeñez,  nuestra disminución, y acoger la novedad de ese Espíritu que hace todas las cosas  y siempre, “nuevas”.

Visibilidad y transparencia de la Vida Consagrada.

Otro elemento que, a mi parecer, se requiere para este "salto cualitativo" de la animación vocacional, de la “cultura vocacional,” se relaciona con la "visibilidad" y transparencia de la vida consagrada. Una visibilidad y transparencia que suscite interrogantes en su entorno, deseo de conocer más profundamente el por qué de un modo de vivir y, en definitiva, el seguimiento radical de Jesús según el carisma de una concreta familia religiosa. Que el “llamado” por el Señor pueda descubrir, “ver”, como se realiza una vida en respuesta a una llamada.

 

No creo que esta visibilidad deba relacionarse solo con este aspecto vocacional. Se trata, pienso, de un factor de gran calado para la renovación de la vida religiosa; de un aspecto importante en el modo de concebirla y vivirla en las circunstancias actuales de nuestra cultura, de un "modelo" de vida consagrada que, pienso, se abre al futuro del Espíritu. Llamados a manifestar, especialmente en el mundo contemporáneo de ruido y estímulos incesantes, un fuerte sentido de lo sagrado, inseparablemente unido a una implicación activa en el mundo. En resumen, un profundo amor a Dios y una pasión por su mundo.[10]

 

¿Qué visibilidad?

         Esto está indicando de qué visibilidad se trata. No ciertamente la de los medios de comunicación social; aunque con frecuencia ellos son para mucha gente lo único visible. Tampoco se trata de esa visibilidad que se confunde o identifica con el poder, las estadísticas. la influencia, la eficacia, más en coherencia con los criterios de la visibilidad mundana que con los criterios de los frutos de que habla Jesús.[11]

 

Porque Jesús habla también de frutos, de eficacia apostólica; incluso maldice la higuera que no puede saciar su hambre con higos (Mc 11,12-14); y condiciona el conocimiento del corazón del hombre a la visibilidad de los frutos: "por sus frutos los conoceréis; todo árbol bueno da frutos buenos..."(Mt 7,16-20); o afirma que no se puede ocultar una ciudad situada en la cima de un monte (Mt 5,14). Pero Jesús habla de unos frutos, de una visibilidad que no lleva al protagonismo, ni a brillar con luz propia, sino a ser la luz que hace patente el Evangelio en el mundo. Se complace en que las buenas obras de sus discípulos sean contempladas por los hombres y den gloria al Padre del Cielo (Mt 5,16).

 

En una cultura que elogia y premia la eficacia y el éxito, que fomenta la competitividad y la lucha individualista por los primeros puestos, la visibilidad que la vida consagrada debe buscar es la transparencia del evangelio; una transparencia en el modo de vivir y actuar que hagan visibles a nuestros contemporáneos las actitudes de Jesús y los valores de las Bienaventuranzas,

 

Se trata también de una visibilidad que sea expresión de lo que cada familia religiosa es; signo de lo que le distingue y le es peculiar dentro de la Iglesia en su seguimiento a Jesús; lo cual le ha sido concedido como don carismático del Espíritu y que a lo largo de la historia se ha ido plasmando en formas concretas. Una visibilidad que muestra en definitiva, la coherencia de vida y misión de cada Instituto.

 

…Tenían un solo corazón y una sola alma (Hech. 4,32)

 

Un factor de visibilidad, pero también de renovación es la vida comunitaria; tal vez sea hoy uno de los más atractivos para los jóvenes. A veces casi el más significativo para los que disciernen o están en camino de búsqueda. Por eso se hace necesario presentar en su justa medida lo que es y pretende la vida comunitaria en la vida consagrada, especialmente si esta es apostólica. A pesar del individualismo tan arraigado en nuestra sociedad, son precisamente actitudes comunitarias como la acogida, la fraternidad, la simplicidad, la hospitalidad, el perdón, la misericordia...las que atraen y contagian, las que cuando son transparentes provocan el deseo de compartirlas.

         Los jóvenes de hoy están más interesados por el testimonio de las vidas de las personas que por su declaración de intenciones; y exigen signos que transparenten la coherencia de vida; la propia necesidad de seguridad les lleva a considerar como imprescindible, para tomar una decisión vocacional, la experiencia de ser atraídos por la vida de otros de tal modo que les envuelva todo el conjunto de la persona.

 

En la Exhortación postsinodal Vita Consecrata el Papa hace a la vida religiosa una llamada apremiante para que cultivemos con tesón la vída fraterna a ejemplo de los primeros cristianos de Jerusalén; desea poner ante el mundo el testimonio de comunidades "en las que la atención recíproca ayuda a superar la soledad, y la comunicación contribuye a que todos se sientan responsables; en las que el perdón cicatriza las heridas, reforzando en cada uno el propósito de la comunión" (VC 45).

 

Estas son las comunidades que transparentan el gozo y la alegría de vivir en fraternidad de amor y en tensión apostólica; no se trata de esconder las dificultades que existen en toda convivencia prolongada, porque los jóvenes pueden entenderlas sin escandalizarse, sino de poder decirles: "venid y veréis" cómo nos esforzamos por hacer posible el "amor de los unos a los otros", el compartir la fe y la plegaria, el superar con la bondad y la acogida las heridas no cicatrizadas, el diálogo en la diversidad..., "venid y veréis" cómo intentamos, a veces fatigosamente, construir comunidades de solidaridad y reconciliación...

 

Es necesario añadir todavía un elemento determinante de visibilidad en estas comunidades: la pobreza y simplicidad de vida. En la autenticidad de nuestra pobreza nos jugamos la coherencia y transparencia de nuestra profesión religiosa de seguidores de Jesús pobre y amante de los pobres. La pobreza religiosa, que nos hace más disponibles para el servicio del Evangelio y la entrega gratuita a los más desheredados, es en sí misma misión y anuncio de las Bienaventuranzas del Reino.

 

La pobreza personal y comunitaria es condición inequívoca de nuestra credibilidad y los jóvenes tienen una sensibilidad especial para percibirla. Frente a las actitudes y valores de la cultura dominante, la vivencia radical de la pobreza evangélica es un testimonio contracultural del valor evangélico de la gratuidad y la transparencia de que deseamos vivir de Dios y para Dios, sin poner la confianza en los bienes materiales.

 

Saber dar razón de nuestra esperanza...(1 Petr 3,15).

 

¿Qué condiciones ambientales se requieren para que se suscite en los jóvenes ese deseo de vivir como éste o aquél grupo religioso?. De hecho, se contagia cuando una persona o un grupo de personas crean un entorno tal que suscita en alguien el deseo de compartir ese ambiente y, en definitiva, la vida que transparentan esas personas.

 

El terreno propicio, pues, para que crezca y prospere una vocación es sin duda un ambiente donde el seguimiento de Jesús se viva con gozo, convicción e ilusión, y genere un espacio en que sea posible vivir con esperanza; este clima seduce y suscita el deseo de participar de esa misma vida. No podemos olvidar aquí la importancia que la seducción y el deseo juegan en los procesos vocacionales; estos procesos deberán recorrer un camino que conduce a la opción libre de toda la persona por el Señor, un camino reconocido como capaz de plenificar la propia existencia; para ello no basta ni anunciarlo ni afirmarlo, es preciso ofrecer la experiencia de quien ya lo ha recorrido, para que pueda ser compartida.

 

El discurso religioso con el que presentar la vocación debería ser preponderantemente simbólico y dirigido a la fantasía y al deseo, ya que un lenguaje propositivo, lógico y racional, resulta poco atractivo y nada seductor. Dicho de un modo más directo, sólo si nosotros mismos, nuestras comunidades e instituciones hablamos el lenguaje simbólico de la vida que habla al deseo y al corazón, será posible interesar a los jóvenes por la opción de vida religiosa. Porque toda vocación es un don gratuito y misterioso de Dios, pero la calidad de nuestras vidas, habrá que repetirlo una vez más, es la imagen humana visible de la llamada del Señor, porque solo se puede escoger lo que se conoce y ama.

 

Tenemos, pues, que preguntarnos con toda sinceridad si el ambiente que se respira en el interior de la vida consagrada es capaz de contagiar deseos de entrega incondicional al Señor, gozo en el vivir la radicalidad evangélica y esperanza en el futuro. Unas vidas tristes, mediocres y grises no suscitan en nadie el deseo de compartirlas. Preguntémonos si hablamos este lenguaje existencial o por el contrario casi siempre necesitamos intérpretes para hacernos comprender; si las señales que emitimos a nuestro alrededor son con frecuencia más ambiguas y difusas que entusiastas y fácilmente inteligibles. Necesitamos experiencias de “sentir arder nuestro corazón” como los discípulos de Emaus (cfr Lc 24,34). [12]

 "Y tú, ¿qué dices de ti mismo...? (Jn 1,22)

Uno de los factores más significativos de la visibilidad de un grupo es la capacidad de dar respuesta sobre la propia identidad; saber responder a la pregunta "vosotros ¿quiénes sois?".

 

Parece que resulta más comprensible y asimilada la identidad del sacerdote diocesano que la del religioso; sin duda, influyen en esta mayor comprensión los ministerios que realiza y la cercanía a los fieles que la parroquia normalmente supone.[13]

 

Los jóvenes, por lo general, no se sienten atraídos por un grupo que no sabe bien quién es y que al explicar su identidad deja entrever una indefinición o ambigüedad en cuanto a su lugar y función en la Iglesia. Es difícil que se suscite la atracción por la vocación religiosa si ésta no se percibe socialmente con los rasgos que motivan una donación total de la persona al seguimiento de Jesús.

 

Hay un convencimiento común en que las vocaciones sólo surgen en los ambientes de una fuerte experiencia de Dios, de donde deriva un amor gratuito y de servicio a los más pobres; ahí se puede ver con facilidad que hay una radicalidad en el seguimiento a Jesús a la que Dios llama a algunos.

 

Esta experiencia de Dios como dimensión mística de nuestra existencia y nuestra misión, constituye ciertamente un aspecto de la identidad de la vida religiosa; ha de ser visible y transparente y no oculta en lo íntimo de nuestro corazón; no sólo individual sino comunitariamente, porque la identidad tiene una fuerte connotación corporativa.

 

Sociológicamente hablando, los demás esperan que el religioso sea y transparente un "hombre de Dios", una “mujer de Dios”; alguien que ha sido seducido por el Señor, que le ha encontrado como "tesoro escondido", hasta el punto de "venderlo todo con alegría" (cfr Mt 13,44-46) para seguirle y convertirlo en razón de su existencia.

 

Las experiencias de la pastoral juvenil parecen mostrar que hoy el interés primero de los jóvenes se centra más en el ser de los religiosos que en el hacer; es decir, en conocer qué tiene de distintivo nuestra vida cualitativamente hablando: el testimonio de vida que damos, cómo hacemos lo que hacemos, con qué espíritu, con qué actitudes, con qué motivaciones, cómo vivimos, cómo rezamos, cómo nos relacionamos unos con otros en comunidad, cómo son nuestros vínculos fraternos...

Necesitamos ser en nuestro mundo y en nuestra Iglesia hombres y mujeres con una clara identidad, testigos de lo trascendente. Si se nos percibe como profesionales competentes, pero carentes de esos rasgos esenciales a la vida religiosa, contagiaremos poco. Cada día somos más sustituibles en tantos campos apostólicos por la escasez numérica. Sin embargo nadie podrá sustituirnos en este aspecto  de nuestra identidad que colorea muy particularmente nuestra misión, y donde el ser y el hacer se integran armónicamente.

 

Punto final: construir la esperanza.

Hasta aquí han llegado las reflexiones que con toda sinceridad propongo a vuestra consideración y crítica.

Solo deseo añadir la expresión de una convicción profunda que sin duda puedo compartir con todos vosotros: la vida religiosa está enraizada en los planes de Dios para su Iglesia; no es un fenómeno social o cultural de una época determinada, sino un don del Espíritu para la Iglesia de todos los tiempos; también para los tiempos presentes y futuros, como tan recientemente ha formulado Benedicto XVI.[14] Pero un futuro que confiamos a la bondad y a la fidelidad de Dios.

No pretendamos tener bien atados todos los cabos para construir el futuro; tampoco los tuvieron nuestros Fundadores y Fundadoras que pusieron toda su confianza en el "solo Señor", y El les fue abriendo caminos de esperanza; a veces, caminos y veredas ajenos a sus planes, pero que recorrieron con generosidad.

A nosotros se nos pide que confiando en el Espíritu que nos engendró en la Iglesia, abramos las puertas a la esperanza. Continua habiendo jóvenes que nos miran con fe y generosidad, tengamos  las  puertas y ventanas abiertas y respondamos al desafío de invitarles a que "vengan y vean".  Esta será la mejor manera de construir la esperanza.  Elías Royón, S.J.Presidente de Confer (ESPAÑA) http://www.masdecerca.com/2012/02/en-el-dia-de-la-vida-consagrada-p-elias-royon-confer/

 



[1] Cfr La Pastoral de las vocaciones en las Iglesias Particulares de Europa, Congreso sobre vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa, Roma, 5-10 mayo 1997. n. 88.

[2] Cfr. P.H.Kolvenbach, Cartas a toda La Compañia de Jesús, sobre la promoción de vocaciones, 8 noviembre 1993, 29 septiembre 1997.

[3] Juan Carlos Martos cmf. “Invertir en futuro” Carta de animadores vocaciones, año 2011.

[4] “Nuevas vocaciones para una nueva Europa”, n. 13c.

[5] “Nuevas vocaciones” para una vida consagrada “revitalizada”, 55ª Asamblea de Superiores Generales. Roma 1999, pag 2

[6] Cfr. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, n. 13b, pag, 20.

[7] Ibidem n. 19 b, pag. 44.

[8] Discurso a los Superiores y Superioras Generales 26 noviembre 2010.

[9] Gonzalo Fernández Sanz, cmf, “La vocación de la alegría, la alegría de la vocación” en CONFER 49(2010) 412.

[10] Cfr. XXXV Congregación General de la Compañía de Jesús, D. 2 n. 10.

[11] Para los párrafos que siguen cfr. mi conferencia “Animación vocacional ‘por contagio’. Qué visibilidad para una vida consagrada capaz de suscitar vocaciones?” en: 55º Conventos Semestralis de la Unión de Superiores Generales, Roma 1999, pp. 57 ss.

[12] Para este punto cfr Gonzalo Fernandez Sanz, “La vocación de la alegría, la alegría de la vocación” en: CONFER, 49(2010) 406 ss.

[13] Cfr. A. Cencini, “Quali vocazioni per una vita consacrata rinnovata?” En: AA. VV. Le vocazioni alla vita consacrata nel contesto della società moderna e post-moderna. 55 Conventus Semetralis, USG, Roma 1999, pag. 11.

[14] Benedicto XVI a los Superiores y Superioras Generales el  26 noviembre 2010.

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