Estimados Hermanos y Hermanas: Les hago llegar nuevamente a todos el documento del P. Juan Carlos Bussenius,sj.
Mis disculpas a las personas que antes lo han recibido, pero varios me dijeron no haberlo recibido, por eso lo hago llegar a todos.
Mis saludos, y un abrazo
Juany Monsalve (Presidenta Conis)
LO QUE ESTA EN EL AIRE. PISTAS DE DISCERNIMIENTO DE LO QUE SUCEDE EN LA IGLESIA…
a. El impacto y el desahogo.
Nuevamente en estos últimos meses hemos sido remecidos, confundidos, decepcionados y entristecidos, por las noticias referidas a sacerdotes, incluso obispos, relacionados con temas de abusos a menores y otros escándalos sexuales. Hace pocos años se comenzó a abrir esta especie de “caja de pandora” y han salido públicamente y escandalosamente estas noticias. Narradas muchas veces de una manera morbosa, que evidencia también una forma de vender que tienen los medios.
Es normal y sano que nos sintamos remecidos por los acontecimientos que vamos viviendo; nuestra iglesia tiene mucho de madre y de casa, por lo tanto, hay teclas muy sensibles que tocan nuestro ser. Más, si se trata de personas consagradas, rostros a veces cercanos, que nos pudieron hacer mucho bien pero que ahora nos muestran, como en una pesadilla, su aspecto más tenebroso. Tenemos que sacar, desahogar los sentimientos encontrados pero también encausar y encontrar los lugares adecuados que nos permitan afrontar esta crisis. Nuestras instituciones eclesiales deberían crear y abrir espacios terapéuticos y espirituales para trabajar estos puntos. Ejercicio que tenemos que hacer todos y todas que formamos la iglesia, laicos(as) y consagrados(as), diáconos, sacerdotes y obispos. En una familia, si uno de los miembros tiene un problema grave, todos debemos encontrar los espacios de libertad adecuados para luego afrontar o mejor dicho discernir los pasos a seguir, según las responsabilidades que tengamos. Despejar y aligerar el corazón nos ayudará a las tareas que la razón nos demande. También a discriminar para que con una mirada más lúcida podamos distinguir el paso del espíritu en todo lo que acontece. Debemos ayudar a nuestro pueblo cristiano que hoy día sufre y está desconcertado para que frente a todos estos impactos, construyamos criterios para escuchar la voz de Dios en medio de todo lo que acontece.
Me pregunto:
v ¿He podido expresar lo que siento cuando me entero por los medios de comunicación los escándalos de lo sucedido? ¿Quién me ayuda a contener lo que siento?
v ¿He buscado y encontrado lugares acogedores y positivos para lograrlo?
v ¿Cómo pasar de los sentimientos agresivos y rabiosos al diálogo con paz y justicia que construye, aclara y renace?
b. Otros temas que surgen
Sabemos que un iceberg es una tremenda masa de hielo que muestra en la superficie una pequeña presencia pero su volumen mayor está debajo del agua, por eso es peligroso. Todo lo que ha acontecido nos hace ver que no podemos quedarnos ingenuamente en lo puntual, respecto a los casos de abuso sexual, sino que debemos también observar prácticas y estilos con los cuales se ha formado (o mejor dicho deformado) a una parte del clero y del personal consagrado. Tenemos que abrirnos a otros temas como el uso del poder, la formación de la conciencia, la dirección o acompañamiento espiritual, el secretismo vs. la transparencia e información adecuada, la manera de enfocar la afectividad y la sexualidad en la iglesia y las posturas frente a ella, etc. Tener una mirada más amplia y profunda nos ayudará a darnos cuenta de las dimensiones de la crisis que estamos viviendo, con inquietudes proporcionadas y por lo tanto, ayudará a dimensionar los caminos de sanación y crecimiento. Realidades y modos eclesiales que urgen cambios y renovaciones para enfrentar el hondo conflicto de credibilidad en el cual hoy nos encontramos.
Una actitud decidida y clara frente a los casos de abuso en el orden patológico y de imprudencias extremas, por fin se ha enfrentado y el Vaticano ha dado muestras de ello. Esto ha sido vital y urgente, pero si no abrimos las ventanas para que entre aire fresco en la iglesia, usando el símbolo que inauguró el Concilio Vaticano Segundo, no estaremos intuyendo la presencia del Espíritu que clama en medio de las sombras de modos de proceder que pueden partir de nostalgias de una iglesia de cristiandad, entre otros motivos. Una presencia que debe ir en la línea de los “odres nuevos”, maneras viejas no resultarán (Cfr. Lc.6, 36-38). La dimensión de la crisis no admite remedos, debe originar nuevos estilos y comprensiones sobre todo en los campos de la espiritualidad y la moral.
Hoy son tiempos para enfrentar muchos temas en los nuevos contextos en los que hoy estamos. El mundo ha cambiado y siendo fiel a los grandes valores que surgen del evangelio puede comenzar un Kairós que nos ayude desde la propia fragilidad y la humillación a caminar en el testimonio de la misericordia y del amor, con renovados estilos. Si no tocamos las raíces que llevan o que tienden a comportamientos anómalos o desviados que puede tener toda estructura que tiene poder, como el eclesial, estaremos siendo oídos sordos a una sociedad que hoy nos enjuicia y sobre todo al Espíritu que nos habla en los signos de los tiempos. Estamos en momentos muy delicados que sin duda, marcarán para bien y para mal el devenir eclesial de las próximas décadas. Es una paradojal oportunidad, que al llevar el peso del dolor y del escándalo urge una auténtica reforma.
Me pregunto:
v ¿A qué temas de fondo creo que nos está llevando toda esta crisis?
v ¿Cómo ayudar a la iglesia a comenzar una renovación en la manera de pensar y entregar su moral?
v ¿Qué aportar desde lo que soy y realizo?
v ¿Qué pido y apoyo a la iglesia para tener un personal consagrado maduro e íntegro en su formación afectiva-sexual?
c. Debilidad y madurez.
Estas dolorosas noticias nos han llevado a darnos cuenta una vez más, de la debilidad humana. Aunque muchos de estos casos concretos tienen que ver con desordenes psicológicos y siquiátricos, nos despertamos a la precariedad de lo que hacemos y somos. San Pablo expresa: “Con todo, llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra” (2 Cor.4, 7). Tomamos consciencia de que en nuestro caminar como laicos o personas consagradas ser conscientes de nuestra fragilidad y pecado nos ayuda, en un contexto a veces de triunfalismo social o de exitismo eclesial, a sentir que sin el auxilio del Señor nada podemos. “Somos servidores que no hacíamos falta; solo hicimos lo que debíamos hacer” (Lc.17, 10).
Es una actitud que nos redime y nos desafía a un perdón y a una solidaridad real con otros “mal mirados” por nuestra sociedad. Nuestra moral cristiana surge (o debiera surgir) de una actitud de Jesús que se atrevió a estar y compadecerse con los rechazados de su tiempo. Daremos muestra de conversión frente a todo lo que acontece con nuestro discurso y presencia con los “mal vistos” hoy por la sociedad. Podemos decir que somos solidarios en la misericordia y la salvación desde nuestra experiencia de sufrimiento, no desde la superioridad que muchas veces nos ha tentado.
Nos hemos enfrentado con la cara enferma, imprudente de los que tenían que estar defendiendo y ayudando a los pequeños. Esto indigna pero debemos ampliar la mirada. No estamos ocultando ni aprobando la acción, todo lo contrario, pero todo esto, también nos debe abrir a nuestras propias debilidades para examinar como las trabajamos, como las exorcizamos, como va nuestro proceso de integración, sobre todo en el ámbito de la afectividad y sexualidad. ¡Cuidado con el fariseo que llevamos dentro! No se trata de hacer leña del árbol caído, se trata de ver qué ha sucedido también en mí. Hay que dejar salir también la misericordia del Señor que se encarna en la pecadora pública. Crecemos en la solidaridad de la fragilidad común que lleva a la madurez como cuerpo eclesial.
Que todo lo sucedido nos lleve a estar más cerca de los que sufren, sobre todo de las víctimas. Nos encontramos todos y todas en la debilidad y nos ayudamos a que nunca más sucedan estas situaciones. Crezcamos en el escandalizarnos constructivamente para abrir espacios de contención que lleven al discernimiento para que no, nos quedemos solamente a nivel de los sentimientos y emociones que tienden a enjuician sin la alteridad que significa la responsabilidad personal y común.
Me pregunto:
v ¿Cuánto de fariseo puedo tener frente a mis reacciones ante lo acontecido?
v ¿Cómo enfrento mis propias debilidades frente a los temas afectivos, relacionales, sexualidad?
v ¿Cómo ayudo siendo laico(a) a los consagrados(as) a crecer y asumir sus compromisos de vida?
d. Denunciar, anunciar, prevenir y acompañar
Los desastres telúricos nos han mostrado la importancia de revisar las grietas producidas y no contentarnos con maquillajes superficiales. La verdad nos hará libres, dice el Señor, por lo tanto, es importante enterarse, saber lo que sucede aunque sea doloroso. Ya no se puede ocultar lo que acontece y es bueno que sea así. La sociedad, nos exige transparencia y como miembros de la Iglesia debemos dar cuenta de nuestro modo de proceder y de actuar, como en cualquier otro rol de servicio público. Debemos despertar de nuestros privilegios y actuaciones soterradas.
Deberíamos ser los primeros en denunciar cualquier situación extraña producida pero también cautelar y saber cómo la iglesia hoy está llevando estas situaciones. Además, atrevernos a contribuir o seguir trabajando en la búsqueda de maneras adecuadas en estos temas en los espacios eclesiales que nos toca participar. Sabemos que uno de los elementos que hizo detonar los escándalos fue la mala práctica de ocultar a las personas que eran abusadores o con actitudes imprudentes. Por esta actitud la Iglesia lo está pagando ahora tremendamente caro. La transparencia, la información adecuada y la verdad son signos de los tiempos y sin duda, presencia del Espíritu Santo. Todo en acciones eficaces.
Sabemos que tendemos a generalizar cuando existen situaciones que afectan a cualquiera estructura social, más cuando son negativas. Así, podemos echar un manto de duda y de desconfianza con los sacerdotes y personal consagrado. Sufren el error y el delito de pocos, muchos. La integridad moral ha sido afectada, cuestionada. Pero también, debemos saber precisar y acompañar a la gran mayoría del personal consagrado que ha sido arrastrado injustamente por todo lo acontecido. Los laicos nos deben ayudar y darles espacio para que lo puedan realizar.
Me pregunto:
v ¿No nos podría ayudar como comunidad parroquial/capilla/ colegio, etc., elaborar unas normas básicas de prevención en el trabajo con niños y adolescentes, según corresponda?
v ¿No deberíamos pasar de una actitud “tipo caza de brujas” o ingenua a otra que actué y proponga?
v ¿Cómo ayudarnos a ser cautos como serpientes pero sencillos como palomas con estos temas?
v ¿Cómo ayudar en la iglesia a crear y recrear maneras sanas de comunicación y de relación, puestas al día, en el trabajo con niños(as) y adolescentes?
e. El uso del poder
Sin duda, que un tema de fondo en lo que sucede es el uso del poder. La Iglesia al ser una institución insertada en este mundo siempre ha vivido en la tensión con la estructura y los medios que tiene frente a la pobreza que surge de su creador, Jesús de Nazaret. Estar al lado de los poderosos, teniendo muchos medios de todo orden, marca un estilo en el cual la sencillez y la humildad se resienten o sencillamente se pierden. Aunque en nuestra sociedad haya una separación entre iglesia y estado, sin duda que la Iglesia todavía tiene mucho poder (al menos en Chile) en la opinión pública y en sectores vitales como la educación. Nos hemos acostumbrado a muchos privilegios y estatus que dado lo acontecido se comienza a resquebrajar, y que bueno que sea así; nos daremos cuenta que estos son tiempos de testimonio y no de privilegios sociales.
Tenemos varias asignaturas pendientes en nuestro modo de ser Iglesia como lo soñó el Vaticano Segundo, al señalar que tenemos que ser una comunidad de participación, de diálogo y de comunión. Estos son elementos de conversión y de renovación no suficientemente digeridos y trabajados para que se traduzcan en estilos y modos sobre todo en el clero. Un tema anexo es la relación con el laicado y el rol de la mujer en que todavía hay mucho por construir, y sin duda, pedir perdón.
Me pregunto:
v ¿Cómo formar para tener una actitud humilde y sencilla sobre todo de parte del personal consagrado en la labor apostólica y pastoral, en la relación con los laicos(as), en la sociedad de hoy?
v ¿Cómo construir una espiritualidad del testimonio sencillo y humilde sobre todo en los sacerdotes y obispos?
v ¿Cómo sumir el poder como servicio en la iglesia y de cara a la sociedad?
f. Los medios de comunicación
Debemos agradecer a los medios de comunicación su rol al revelar y difundir (y creer en las víctimas) los casos de abuso sexual a través de todo el mundo. Seguramente, enfrentando presiones de grupos influyentes conservadores. Con todo, debemos agregar que los medios tienden a transmitir las noticias no siempre de la manera más objetiva y veraz. Caen en el morbo, más en noticias que tienen relación con estas temáticas. Debemos ayudarnos a ser críticos frente a lo que nos entregan y tener siempre el respeto debido a las situaciones humanas que nos dan a conocer.
La verdad nos hará libres, dice el Señor, pero con respeto y dignidad. Valores que debemos cuidar y fortalecer permanentemente. Como dice Cicerón: “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.
Me pregunto:
v ¿Sé distinguir en los medios de comunicación los que dan noticias claras y serias y los que solo farandulizan y corroen?
v ¿Qué medios han perdido toda objetividad frente a la Iglesia y solo se dedican a combatirla?
v ¿Cómo encontrar y exigir de parte de la Iglesia toda la información adecuada y veraz al respecto?
g. La presencia y la misión permanente con los más pobres
Estar con los empobrecidos sin duda que nos hará una Iglesia más cercana a Jesucristo. Más hoy día en que pareciera resentirse una presencia mayor y efectiva del personal consagrado en los sectores más desvalidos de nuestra sociedad. Si estuviéramos más cerca y pendiente de los que más sufren hoy, nuestro corazón estaría más sensible a las injusticias sociales y nos llenaríamos más de la pasión por ser buenos samaritanos, despertando una afectividad que crece en generosidad, libertad, solidaridad y justicia.
Hoy debemos ser más reconocidos por nuestra solidaridad frente a los agudos problemas sociales que muchos están sufriendo. La “voz de los sin voz”, como signo eclesial, que se tuvo en años anteriores. Que hagamos noticia por nuestra presencia y cercanía con los que hoy sufren y la propuesta de una espiritualidad que haga tomar sentido a nuestra vida. Todo esto nos hará crecer y ordenarnos en nuestros afectos.
Me pregunto:
v ¿Cómo me relaciono hoy con los empobrecidos y como esto me ayuda a crecer en mi afectividad?
v ¿Tengo amigos(as) entre los empobrecidos?
v ¿Me mantengo informado de las injusticias sociales con los migrantes, mapuches, encarcelados, por nombrar algunos sectores? ¿Qué hago al respecto?
h. El papel de la oración.
Frente a lo que sucede, podemos quedarnos con la conclusión, usando el título de una película chilena de hace varios años, “que ya no basta con rezar”. Por supuesto que no deseamos un tipo de oración que esconda o disfrace lo que sucede en nuestra realidad o que lleve a creer que todo se soluciona pasivamente con “rezar”. Justamente la oración parte de lo que hoy está aconteciendo y desde esta realidad nos enfrentamos a la presencia del Señor para que nos ilumine personal y comunitariamente.
Orar nos lleva a presentar a Jesús lo que estamos viviendo para dejar que la presencia del Espíritu nos encamine a lo que tenemos que destruir y/o construir. A no dejarnos llenar del mal espíritu que sin duda se enquista en todo lo que sucede. Se trata de buscar la senda del buen espíritu en la oración y la meditación. En el ayuno propuesto por el profeta, “romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libre a los oprimidos (…). Compartir el pan con el hambriento, dejar que los pobres entren a nuestra casa, vestir al que veo desnudo y no volver la espalda a tu hermano” (Isaías, 58,6-7)
Me pregunto:
v ¿Cómo es mi oración frente a todos estos sucesos?
v ¿Oro por los victimarios y sobre todo por las víctimas?
v ¿Rezo por mis pastores, sacerdotes y personas consagradas?
v ¿Dejo que el Espíritu Santo me ilumine y fortalezca?
v ¿Cómo orar constructivamente por nuestra Iglesia?
i. Volver a construir a partir del discernimiento
La Iglesia como institución humana y divina sabemos que va a continuar ya que ha pasado por momentos, muy difíciles en su historia. Este es un tiempo para purificarnos, para escuchar la voz del Espíritu, para el perdón que construye y que nos lleva al permanente trabajo por el Reino. La verdadera Misión en el contexto en que nos encontramos. No desaprovechemos esta dolorosa oportunidad.
Sabemos que todo esto es un momento de crecimiento, de vida, de esperanza en el seguimiento al Dios de la Vida. Humillación que se transforma en humildad, que da lugar a la madurez.
A Ignacio de Loyola le tocó vivir también en un tiempo muy crítico de la Iglesia. En una época cambiante que se abre al humanismo y a otros mundos como América. Sabemos que Lutero y Calvino al querer reformar la Iglesia finalmente rompen con ella. Fueron ardores apasionados y dolorosos pero más exteriores y reivindicativos. El Peregrino emprende la tarea de transformación personal, la de disponernos a “buscar y hallar la voluntad de Dios” para que solo desde ahí encontrar las nuevas luces que ayuden a caminar en el arduo sendero eclesial. Esfuerzo que necesitamos construir ahora, para que desde ahí, nuestro mensaje sea más lucido y consecuente con lo que Dios hoy nos está pidiendo. Tarea no fácil, cansadora, y a veces frustrante y solitaria, como también la vivió Ignacio pero, que libera y construye más profundamente. Estos son tiempos de discernimiento, en una sociedad más materialista e individualista pero, por eso mismo necesitada de sentido profundo de vida. Todo esto no cosa nuestra, sino del Espíritu que siempre renueva.
La situación dolorosa que estamos viviendo paradojalmente puede ser fuente de transformación espiritual y moral. Para eso necesitamos dialogar y orar, revisar nuestros estilos y modos para que surja una Iglesia más humilde y más cercana a la manera de Jesús de Nazaret.
Me pregunto:
v ¿Cómo seguir dialogando estos temas?
v ¿Cómo trabajar para que la Iglesia, sobre todo su jerarquía, renueve estilos y maneras que la han llevado a esta crisis actual?
v ¿Cómo establecernos en estado de discernimiento para que nos lleve acciones eficaces en los diversos ámbitos que lo ameritan?
02 de abril de 2011
Juan Carlos Bussenius, S.J.
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