sábado, 4 de septiembre de 2010

JOSÉ ANTONIO MEDINA, LEGIONARIO EN EL DOLOR

Un laico consagrado, del Movimiento Regnum Christi, me facilita un video “Destellos de luz”- sobre este joven mexicano, arquitecto, de este movimiento vinculado con la Legión de Cristo, y que es todo un testimonio de protagonista de jóvenes de la Nueva Evangelización.

Roma, 13 de octubre de 2005. La finalidad del movimiento Regnum Christi consiste en extender el Reino de Cristo mediante la santificación de cada uno de sus miembros en el estado y condición de vida al que Dios les ha llamado, y por una acción apostólica personal y organizada. El presente testimonio confirma que es posible vivir un cristianismo integral, en todos sus aspectos y en todas las circunstancias, cuando una persona hace la experiencia personal de Cristo que nos ha invitado a conocerle, amarle y transmitirle a los demás.

José Antonio Medina nació en Guadalajara, México, el 28 de junio de 1969.  Era de temperamento fuerte, tenaz en sus propósitos, de carácter alegre. Estudió arquitectura y le gustaba practicar el deporte; llegó a ser un excelente nadador. Sin embargo, inicialmente su vida espiritual no llegaba mucho más allá de asistir a misa los domingos con la familia. Por lo demás, llevó una vida sana, coherente con los principios de un buen católico. La vida de José Antonio dio un vuelco radical tras acudir a las primeras misiones de Semana Santa con Juventud y Familia Misionera. Dios tiene sus caminos. José Antonio se inscribió inicialmente porque asistiría una amiga y pensó que podría pasar algo de tiempo con ella. Fue en estas misiones donde comenzó su conversión interior llevándole a entablar una fuerte amistad con Jesús. Posteriormente, entró a formar parte del Movimiento Regnum Christi y desde el inicio se esforzó por vivir con total fidelidad sus compromisos de oración y apostolado.

Con el deseo de hacer más por Cristo, decidió dar un año de su vida como colaborador en la sede de la dirección general de la Legión de Cristo y del Movimiento Regnum Christi, en Roma; y, acabando su año de servicio, decidió seguir trabajando como arquitecto al servicio de la legión y del Movimiento su sede central en Roma. Poco después, a inicios del año 2000 le diagnostican cáncer de pulmón, y en medio de la confusión y el miedo, pero bajo la luz del Espíritu Santo, tomó las decisiones necesarias. Lo operaron en México durante el verano para quitarle la parte infectada de su pulmón. En diciembre de ese mismo año, su primer chequeo post-operatorio mostraba que el cáncer había desaparecido. Mientras tanto José Antonio seguía trabajando en Roma, en la medida en que su salud se lo permitía. Nunca le faltó la cercanía de sus compañeros y amigos, entre ellos un miembro del Regnum Christi de Venezuela que trabajaba con él en Roma y que después, junto con otros amigos y familiares, cuidó de él con mucha dedicación y caridad. A uno de ellos José Antonio le dirigió una carta en febrero de 2001 donde le comentaba que su enfermedad no la veía con resignación, sino como esperanza, porque «la bondad infinita de Dios supera cualquier expectativa humana que te hayas hecho»

Un mes más tarde, en enero 2001, mientras planificaba un viaje a Fátima donde daría gracias a la Virgen por su intercesión, se sintió mal y realizó un examen médico. El doctor confirmó su sospecha sobre el regreso de la enfermedad. José Antonio no perdió la fe. Realizó su viaje a Fátima a pesar del nuevo panorama. Allí, en medio de su oración, sintió que la Virgen le acompañaba en su sufrimiento. Esta certeza la guardó siempre consigo y le ayudó a luchar, como lo hizo, hasta su último día. En Semana Santa del año 2001, emprendió la lucha contra el cáncer. Fueron cuatro años de tratamientos muchas veces dolorosos en donde siempre puso toda su confianza y su vida en manos de Dios, de la Virgen y de los doctores.

En enero de 2005 su capacidad respiratoria se redujo repentinamente al 6%, y entonces comenzó otra etapa, la más dura, en el camino de su enfermedad y de su santificación. Pasó gran parte de los siguientes cuatro meses en el hospital, cada vez en un estado más delicado. Salió del hospital, definitivamente, en mayo para seguir en su casa con cuidados paliativos. En este período su enfermedad avanzó notoriamente. Durante toda su enfermedad, no le faltó la comunión diaria y la asistencia de los legionarios de Cristo y miembros del Regnum Christi de varias partes del mundo: México, Venezuela, Italia, Estados Unidos, España, Alemania, Irlanda, Chile, Brasil, Argentina. Niños de Mano Amiga de varias ciudades de México oraban todos los días por él, y llegaron a enviarle cartas y ramilletes espirituales, cosa que lo llenó de gran alegría y alimentó aún más su gran esperanza, haciéndolo sentir realmente agradecido con Dios. Estando hospitalizado escribió al Fundador para agradecerle por la fundación de esta gran familia del Movimiento Regnum Christi y le mencionaba que todo su sufrimiento lo ofrecía por la perseverancia de las vocaciones.

José Antonio quiso acompañar en sus sufrimientos también al Papa  Juan Pablo II, a quien profesó un amor incondicional a su persona y a su magisterio. La noche del 16 de agosto su mamá le entregó la cruz de san Benito que tradicionalmente se relaciona con la súplica por una buena muerte. Más tarde, después de recibir la comunión y haber rezado el rosario comentó «¡Qué bueno es Dios! No es casualidad que ese crucifijo llegara a mis manos. Ésta ha sido la mejor señal que he recibido en estos meses… ¡Bendito y alabado sea Dios! Creo que ya llegó la hora y qué bendición. ¿Qué más puedo pedir?».

La madrugada del 17 de agostó, José Antonio se encontró de rodillas al pie de la cama habiendo entregado su vida al Señor. ¿Cómo se puso de rodillas? Nadie lo sabe, pues él llevaba más de un mes en que no se podía mover por sí mismo. Así José Antonio quiso encontrarse con Cristo, de rodillas.

 

 

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