sábado, 25 de septiembre de 2010

Beata Chiara Badano

Teresa y Ruggiero esperaron once años a su niña: nació, creció, murió y la vieron en los altares

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Su hija les animó antes de morir, cuando aún no había cumplido los veinte: «Sed felices, porque yo soy feliz».

En su mayoría han sido jóvenes, casi todos focolares venidos de 57 países para la primera beatificación de un miembro del movimiento que fundó Chiara Lubich.
La historia de Chiara Badano, de su temprana entrega a Jesucristo, de la enfermedad ósea que a los 17 años la fue dejando progresivamente paralítica hasta morir, en 1990, a los 20 años, y sobre todo de la paciencia, alegría y aceptación con la que soportó los dolores, ha estado presente incluso en las declaraciones del alcalde de Roma. Gianni Alemanno afirmó que «el ejemplo de Chiara Badano es importante para los jóvenes y para todos los que deben enfrentarse a un sufrimiento en su vida, porque en su biografía encontramos que el dolor,en vez de ser un hecho terrible y negativo, se convierte en un desafío y un motivo de fortaleza y esperanza».

La ceremonia oficiada por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Amato, y por el cardenal Ennio Antonelli, tuvo lugar en el Santuario del Divino amor, a veinte kilómetros de la Ciudad Eterna. Cuando la joven fue proclamada beata y su retrato descubierto, una atronadora salva de aplausos de dos minutos saludó el acontecimiento mientras, entre los asistentes, dos personas recibían una peculiar atención: Teresa y Ruggiero, los padres de Chiara, señalados por el privilegio especial de ver a su hija convertida ya oficialmente por la Iglesia en mediadora e intercesora entre Dios y los hombres, un caso prácticamente único en la Historia de la Iglesia.


Él estaba más conmovido. Teresa, sin embargo, sonreía, fiel a las palabras con que su niña la animó antes de expirar: «Sé feliz, porque yo soy feliz». No era fácil. Chiara llegó a sus vidas tras once años de espera por parte del matrimonio, que deseaba fervientemente descendencia. «Cuando Chiara llegó, enseguida nos pareció que había sido un don, un regalo. Yo se la había pedido a la Virgen en un santuario de nuestra diócesis, y comprendimos que no sólo era hija nuestra, era sobre todo hija de Dios», explicó estos días su madre.

Y ese don, como vino, se fue: «Durante todo este camino Chiara nos enseñó a cumplir la voluntad de Dios, como hizo ella, porque no sólo hay que decirle sí cuando todo va bien», dijeron sus padres ante los micrófonos de Radio Vaticana.

Ruggiero considera lo que les ha pasado como un «misterio», algo «demasiado grande». Y así fue la beatificación. Monseñor Amato resumió lo sucedido en una frase: «La santidad de Chiara es una alegre canción al amor de Dios. Que los jóvenes sepan cantar alegremente para que canten esta vida de gracia con su propia vida». Y así será, porque sus compañeros focolares continuarán celebrando todo el fin de semana, con reuniones, cánticos y oraciones, la mística «boda» con Jesús que Chiara aguardó durante todo su calvario como único consuelo para ella y los suyos.

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