Ahora comienza el congreso eucarístico. Al igual que los montañeros podemos decir: cuando parece que se ha dado todo, se puede dar un paso más. Llega el momento de evaluar lo vivido en este magno acontecimiento de la arquidiócesis de Lima. Y el primer sentimiento que aflora es el de gratitud y alabanza. Han sido días de cielo en la tierra. Numerosos movimientos, parroquias, instituciones, personas, que se han dado por entero, que han trabajado de lleno. En primer lugar, las religiosas contemplativas y enfermos; se nota que es un congreso que ha sido regado por la oración y el ofrecimiento.
El sábado fue la campanada, de la mano de María, con ese Rosario gigante desde Santo Domingo a la Catedral, en compañía de Nuestra Señora de la Evangelización, con nuestros pastores, con todos los órganos vivos de la diócesis, con los pastores a la cabeza y todos en comunión. Y luego el denso y alturado magisterio del Simposio Teológico con cardenales, obispos, teólogos y testigos de fe en la vida pública. Queda claro que la Eucaristía no es un apéndice ni un pegote, tampoco una fiesta social, es el momento cumbre de la liturgia cristiana, la pascua renovada, el memorial sacrificial de Cristo que se entrega por nosotros y al que debemos adoración respetuosa que debe manifestarse hasta en la recepción del sacramento con el mayor respeto.
Los encuentros de la familia y de los jóvenes han sido un llamado a la esperanza, a la confianza. Las fuerzas vivas están más vivas de lo que pensamos. ¡Qué contento me puse al escuchar del Cardenal que hay que ir con el Rosario en el bolsillo para rezarlo a menudo y saber que yo lo llevo siempre! Y esa tarea de invitar cada uno a uno, apostolado. Y nuestro amor por Jesús, por María, por la Iglesia, por el Perú, el llamado a las vocaciones, a los más necesitados.
Y qué decir del Corpus como fin de fiesta del Congreso. ¡Qué concurrencia tan masiva, qué participación tan viva, qué bien preparado el marco de la celebración en Campo de Marte, qué cuidada la liturgia, el servicio de orden! Se respiraba comunión, en primer lugar con el Señor pero también con nuestro pastor, y con las parroquias y agrupaciones, algunas venidas de tan lejos como las de Manchay! Cierto que se notó que Cristo está con nosotros, iglesia de Lima. Cierto que se ha sentido su presencia y que los problemas se han detenido como en una nueva “tregua de Dios”. En estos días hemos aprendido a dejarnos amar por Dios Eucaristía, hemos experimentado aún más la comunión. Mi felicitación al servicio de prensa del Arzobispado que con tanta celeridad ha ido colgando en la web la información auditiva y gráfica (http://www.arzobispadodelima.org/content/view/4757/482/). Sé también que muchos que no hemos podido estar en primera línea o participando activamente lo hemos hecho desde las parroquias, desde los grupos que continuamente han hecho “barra” con la oración, el ofrecimiento, la comunicación. La oración del Papa en Aparecida se siente: ¡Quédate con nosotros Señor! Le repetimos y vivimos como los de Emaús. ¡Y que nada nos detenga! Avanti y Dios nos valga.
José Antonio Benito
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