“No hay verdad tan eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”. Lo escribió Pemán en “El Divino Impaciente” y lo pensaba durante Rosario que este domingo 28 de marzo rezamos miles de limeños en el atrio de la Catedral. Y digo sencillo, porque lo único que hicimos fue contemplar los misterios dolorosos del Rosario ayudados por bellísimos pasos procesionales de nuestros templos: el Señor del Huerto, el Cristo de la Columna, el Señor Cautivo, el Señor de las Caídas, el Señor de Burgos; así como la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor. Sentí la fuerza de las cofradías y hermandades que acompañaron su paso –ida y vuelta- desde el templo hasta la Catedral. Sentí la comunión eclesial entre nuestra jerarquía representada en los obispos auxiliares –Monseñor Raúl Chau y Monseñor Adriano Pacífico Tomassi- que nos alentaron con su presencia y breve alocución, así como los sacerdotes –como el P. Miguel Angel Vasallo- que animaba los cantos y los comentarios, y el pueblo fiel –muchas familias, religiosas, movimientos-.
Gusté el espectáculo típicamente barroco de la procesión, con su juego de luces, vestimentas, música, desfile… ¡Qué emotivo el encuentro de los cuatro pasos saludando a María dolorosa! Qué bien lo ejecutan los hermanos que portan los pasos. Yo recordaba lo que san Ignacio de Loyola pretende en los Ejercicios: Madre, tus ojos, tus oídos, tu corazón, para estar con Jesús. O lo que recitamos en el Stabat Mater: ¡Madre, hazme sentir tu dolor para que llore contigo! Y todo ello, sin olvidar la pasión de nuestros hermanos de Chile o de Haití. O de nuestro Papa. ¡Qué afectuosas palabras nos dirigió Monseñor Tomassi, agradeciendo a los fieles y alentándoles a la comunión con nuestro Papa Benedicto XVI! Recordamos también, ¡cómo no! a Monseñor Alberto Brazzini quien siempre soñó con esta iniciativa. ¡Sin duda que desde el Cielo sonrió al verla hecha realidad!
No recuerdo haber visto en Castilla ni en Andalucía una procesión con los misterios dolorosos del Rosario. Me pareció una inspiración de lo alto que espero cunda en el tiempo y en el espacio. Por momentos, la Plaza de Armas de la Ciudad de los Reyes cobró un color especial, lleno de luz celestial y una espiritualidad repleta de esperanza. Sentía que era el pórtico de la Semana Grande, la Semana más santa. Disfruté rezando, con paz, con gozo, contemplando la belleza artística de los pasos y pidiéndole al Señor de la Paz y de la Vida, que esta Pascua 2010 sea un aldabonazo para la renovación, para la conversión, para la misión. Gracias a cuantos tuvieron la magnífica iniciativa y a cuantos la hicieron posible. Repartimos más de mil rosarios y más de dos mil folletos con las oraciones que ayudaron a “meterse en la acción como si presente me hallase”. ¿No es este el sentido de la liturgia? ¿Hacer el memorial de lo vivido por Jesús que en ese momento se actualiza para mí y también anticipar la gloria celestial?. A mí, al menos, me supo a gloria.
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