Homilía en la Misa del X Congreso de los Institutos Seculares
MOnseñor Adriano Pacífico TOMASI, obispo auxiliar de lima
Queridas Hermanas y Queridos Hermanos,
miembros de los Institutos seculares aquí presentes:
Ustedes han venido a esta gran ciudad de los Santos, para dar vida a su X Congreso en América latina, en intensas jornadas de oración y fraternal comunión.
Hace unos pocos días hemos celebrado la Fiesta Litúrgica del Encuentro, Hypapante para las Iglesias Orientales, en la que se recuerda como, 40 días después del nacimiento de Jesús, el anciano Simeón y Ana encuentran en el templo al pequeño Jesús, cargado hasta allí por sus padres en cumplimiento de la Ley de Moisés, y reconocen en él al Mesías, el Salvador. Por eso, el anciano Simeón exclama: “Nunc dimittis”, Señor, a este siervo tuyo porque según tu promesa ha visto la salvación”.
También este su Congreso es realmente una fiesta del Encuentro, una Hypapante de los Institutos seculares que caminan en América Latina y el Caribe, por el encuentro que se realiza entre ustedes llamados a una misma singular vocación según diversos carismas; pero también por el encuentro de cada uno de ustedes con el Señor, a quien han encontrado en diferentes circunstancias de su vida y de quien han seguido la llamada, conocedores de que, como nos dice el Papa Benedicto XVI en la ‘Deus Caritas est’: “se comienza a ser cristiano con el encuentro con un acontecimiento y con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”, con Cristo el Señor.
Ustedes escriben: “Los Institutos seculares son una forma de vida consagrada y se inspiran en el misterio de la vida oculta de Jesús vivida en un lugar de Nazaret, y constituyen una nueva forma de consagración en la Iglesia que tienen como finalidad contribuir en la transformación del mundo y desde el mundo, de acuerdo con el espíritu del evangelio...”
En esta tarde han venido a este Santuario porque reconocen en Santa Rosa a alguien que hace cuatro siglos y más, ha tenido y sabido vivir ese encuentro con Cristo, y ha escuchado su llamada a una vida singular consagrada en el siglo, con muchos de los ideales que inspiran en este tiempo la vida de ustedes y de sus institutos, convirtiendo de esta manera a Santa Rosa, como su patrona y su modelo.
Vale la pena, entonces, que les recuerde aquí tres puntos esenciales de la vida de Santa Rosa, que son válidos como programa de vida también para la Iglesia de hoy y por ende para sus Institutos, sus comunidades, y sus miembros.
Son unos puntos que resaltó el entonces Card. Ratzinger, en 1986, cuando visitó y celebró una Misa en este Santuario:
1) Primer punto: La oración. Estar en la luz del Señor y dejarse incendiar por el fuego santo.
2) En segundo lugar: Por el amor a Cristo ella se dedicó de una manera muy grande a ayudar a los despreciados, dolientes, a los más pobres.
3) En tercer lugar: un punto importante de Santa Rosa es que ella tenía plena conciencia de su misión.
Como dice nuestro Señor Cardenal Juan Luis Cipriani: Rosa no viajó por ningún lado, sin embargo es una de las Santas más populares en el mundo católico. Es la mujer sencilla que no sale de su barrio pero, delante de Dios, su ejemplo y la misión cumplida trascienden, van más allá, y esto lo vemos de forma luminosa en Santa Rosa.
Mirando a Santa Rosa, recuerden los momentos iniciales de su vocación, cuando ustedes dieron los primeros pasos, cultivaron sus primeras ilusiones, y sintieron ese entusiasmo inicial que todos hemos tenido en nuestra vocación, que, sin embargo, a veces la rutina y el cansancio merman hasta casi apagarlos.
Y sin embargo, Hermanos, nunca como en estos tiempos es necesario el carisma de ustedes que propone un camino de santidad en el mundo, una presencia iluminadora de fe y esperanza en medio de una sociedad descreída y desesperada; una vida donada íntegramente por la Caridad en su castidad consagrada, don y regalo que es signo de contradicción en la vida de hoy tan marcada y desorientada, bajo la influencia de los Medios que buscan intereses y utilidades secundarias, mientras los corazones del hombre y la mujer ansían de pureza y serenidad.
Por eso, también, nunca como en nuestros tiempos tenemos necesidad de mirar a Santa Rosa, como a los grandes Santos, despojándolos de los mitos y de las ingenuas tradiciones populares, para centrarnos en su vida de consagración a Cristo y hacerla nuestra, porque como dice el Papa Benedicto XVI: “La vida consagrada testimonia y expresa de modo “fuerte” la mutua búsqueda de Dios del hombre, el amor que les atrae; la persona consagrada, por el mismo hecho de existir, representa, una llamada, un envío. Y todo esto en base a la mediación de Jesucristo, el Consagrado del Padre, ya que el fundamento es siempre Él. Él, que ha compartido nuestra fragilidad, para que nosotros mismos pudiésemos participar de su naturaleza divina”.
Y con mayor razón cuando esta vida consagrada se desarrolla en medio del mundo del trabajo, del estudio, y de tantas situaciones que viven ustedes, con una consagración aparentemente escondida, mas realmente luminosa como luz encendida y puesta en el candelero.
Hoy, en que el mundo vuelve los corazones materialistas y egoístas, ustedes, laicos consagrados en este mundo concreto, deben sentirse llamados de modo particular a ser testigos de la misericordia del Señor, la única que puede dar esperanza al hombre de hoy y salvarlo.
Ustedes que, al igual que Santa Rosa, experimentan la gratuidad de la gracia, la misericordia y el perdón de Dios hacia con ustedes mismos, siéntanse llamados a ser portadores de ella a los hermanos que sufren y dudan, y sobre todos, a los que están lejos de Dios.
El Santo Padre decía: “Si no existiese la vida consagrada, ¡cuánto más pobre sería el mundo! Más allá de las valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente por su ser signo de gratuidad y de amor, y esto tanto más en una sociedad en la que corre el riesgo de ser sofocado en el torbellino de lo efímero y de lo útil. La vida consagrada, en cambio, testimonia la sobreabundancia del Amor.”
Una última reflexión sobre su vocación-misión, y la tomo de unas palabras del Santo Padre, Benedicto XVI, pronunciadas hace un par de semanas en la Catequesis Semanal dedicada a San Francisco de Asís.
“Es importante observar que San Francisco no renueva la Iglesia sin o, contra el Papa, sino en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor del Pedro, los Obispos, la Iglesia fundada sobre la sucesión de los Apóstoles, y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en este momento para renovar la Iglesia. Juntos, crece la verdadera renovación”. Y también: “El pobrecillo de Asís había comprendido que todo carisma es dado por el Espíritu Santo y debe ser puesto al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por tanto actuó siempre en comunión plena con la autoridad eclesiástica. En la vida de los Santos no hay contraposición entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, éstos deben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo.”
Que estas muy simples reflexiones se añadan a todo el trabajo de estos días de su Encuentro, Hypapante, y les sea de alimento espiritual para reemprender en novedad de Espíritu su misión, viviendo en fidelidad a los dones y carismas recibidos en sus personas y en sus Institutos.
Que Santa María, Madre y Estrella de la Evangelización les guíe siempre en la consagración y el seguimiento de Jesús el Señor.
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