sábado, 13 de febrero de 2010

CATÓLICOS EN LA VIDA PÚBLICA. Dr. Luis Solari

De una u otra forma, nuestras vidas están relacionadas o regidas por la autoridad pública. Desde la inscripción de nuestro nacimiento hasta la inscripción de nuestra defunción, estamos vinculados a ella.

El Magisterio de la Iglesia, especialmente los Pontífices, en el magisterio social, se han ocupado profusamente de ella. Han sido tratados aspectos vinculados al Estado, el trabajo, el desarrollo, la globalización, las injusticias sociales, la política, la democracia, el totalitarismo, los medios de comunicación, la familia, la vida, entre otros. En todos ellos, los Santos Padres han destacado lo referente a la autoridad pública y su relación con dichos temas.

A lo largo del siglo XX hemos tenido circunstancias particularmente importantes de la humanidad contra la humanidad, donde la violencia, el desprecio por la vida y la muerte, intensificaron su protagonismo. Citaré algunas, una por cada década. (T2) La guerra entre Rusia y Japón (02/1904 a 09/1905; la Primera Guerra Mundial (1914-1918); el asesinato de Pancho Villa (07/1923); la Segunda Guerra Mundial y el genocidio del Holocausto (1939-1945); las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (08/1945); China ocupa al Tibet -hasta ahora- (1950); asesinan al presidente de los Estados Unidos (11/1963); inicio del genocidio abortista en los Estados Unidos (1973); la masacre de la Plaza Tiananmen en China (06/1989); la guerra de Bosnia (1992).

Todos estos acontecimientos estuvieron ligados a decisiones de personas. Alguien dio órdenes, alguien mandó a matar, alguien investigó, alguien decidió encontrar -o no encontrar- la verdad, o peor, ir contra la verdad. En suma, todos estos hechos estuvieron relacionados con autoridades públicas.

Sin embargo, en los últimos veinte años del siglo recién concluido, el ensañamiento de la humanidad contra sí misma ha tenido sombríos signos de empeoramiento.

Una diapositiva (T3) no alcanza para graficar los sucesos de la década de los ochenta. Revisemos los principales: los enfrentamientos del sindicato Solidaridad en Polonia (1980) y el ulterior apresamiento de los dirigentes por el general Jaruzelski (1981); Irak invade Irán y da inicio a una guerra de ocho años con un millón de muertos; la “guerra de las Malvinas” entre Argentina y el Reino Unido (1982); el asesinato de Indira Gandhi, Primer Ministro de la India (1984); el escándalo Irán-Contras (1986), en que asesores del presidente Reagan son involucrados en encubrimiento de la venta  secreta de armas a Irán, para financiar con las utilidades a la guerrilla contra revolucionaria en Nicaragua (Crnel. Oliver North se declara culpable); el accidente nuclear en la planta de Chernobyl (04/1986), Ucrania, que según la Organización Mundial de la Salud produciría cáncer en cinco millones de personas; la explosión del transbordador Challenger y la muerte de su tripulación (01/1986); la Intifada o “guerra de las piedras”, contra la ocupación de Israel en Gaza y en Cisjordania (1987); la masacre de la Plaza Tiananmen en China (06/1989); la invasión estadounidense a Panamá (12/1989).

 

Igual para la década de los noventa. (T4) La invasión de Kuwait por Irak (08/1990); la Guerra del Golfo y la operación Tormenta del Desierto, por 28 países liderados por Estados Unidos (01/1991); golpe de estado en Rusia, contra Mijail Gorbachov (1991); la "Guerra de Bosnia" (04/1992), cuya principal causa fue la disputa por la posesión de territorios en la región de Bosnia-Herzegovina entre los tres grupos étnicos y religiosos: los servios (cristianos ortodoxos), los croatas (católicos romanos) y los bosnios (musulmanes); el levantamiento armado en Chiapas, México (1994); en 1994 la inestabilidad política y el aumento de intereses en los Estados Unidos provocan una fuga de inversiones a corto plazo y llevan el gobierno mejicano a anunciar medidas económicas drásticas. En una reacción en cadena llamada "efecto Tequila" caen los precios de las acciones de los llamados "países emergentes", entre Argentina y Brasil; la invasión rusa a Chechenia (1994); el asesinato de Itzhak Rabin,  Primer Ministro de Israel (11/1995); la guerra entre Perú y Ecuador (01/1995); el “aborto con nacimiento parcial”, defendido por el gobierno estadounidense del partido demócrata (1993-2001), prohibido por una ley patrocinada por el partido republicano (2003); de marzo a junio de 1999, durante 78 días, la OTAN bombardea e invade Serbia para poner fin a la crisis interna entre kosovares y serbios y las crueles matanzas denunciadas. Más de 600,000 civiles escapan de la zona a campos de refugiados improvisados.

¡Que tal final de siglo!

Las autoridades que en múltiples formas estuvieron involucradas en estos terribles sucesos, ¿priorizaron la defensa de la dignidad de las personas? ¿actuaron a favor del bien común? ¿aplicaron el principio de subsidiaridad (del latín, subsidium: ayuda)? ¿aplicaron el principio de solidaridad?. Definitivamente, ninguno de ellos.

Es indispensable recordar aquí, que los recién citados principios de la Doctrina Social de la Iglesia no son enunciados académicos, sino fundamentos esenciales que nos permiten evaluar a la autoridad pública, así como a nosotros mismos en la acción de la vida cotidiana.

 

Para ir más allá de los sucesos en lo visible, es indispensable recordar las palabras del Papa León XIII, que en su Encíclica Immortale Dei, de 1885, indicaba: (T5) “…..no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible  como no querer prestar ayuda alguna al bien común………..De lo contrario, si se abstienen políticamente los asuntos políticos caerán en manos de personas cuya manera de pensar puede ofrecer escasas esperanzas de salvación para el Estado”. (n.22)

Es obvio que los acontecimientos relatados cayeron “en manos de personas cuya manera de pensar puede ofrecer escasas esperanzas de salvación para el Estado”. Deducción fácil es que una de las causas de que aquellas se apropiaran de esos momentos de la historia, es el desinterés de muchos en participar de la vida pública, especialmente de la comunidad política, que es donde actúa la autoridad pública.

Debemos interpelarnos intensamente y preguntarnos por qué a pesar de ser permanentemente exhortados por los Pontífices para participar en esa comunidad, hasta ahora no existe una acción decidida en tal sentido.

 

Recordemos:

(T6)……Pero, por el contrario, donde faltan esos hombres, otros vienen a ocupar su puesto, para hacer de la actividad política el campo de lucha de su ambición, una carrera de lucro para sí mismos, para su casta o para su clase social, mientras la caza de los intereses particulares hace perder de vista y pone en peligro el verdadero bien común.” (n.27). S.S. Pío XII, Radiomensaje “Benignitas et humanitas” (24/12/1944).

 

(T7) “Es una exigencia de la dignidad personal el que los seres humanos tomen parte activa en la vida pública, aun cuando las formas de participación en ella estén necesariamente condicionadas al grado de madurez humana alcanzado por la comunidad política de la que son miembros”. S.S. Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris (11/04/1963).

 

(T8)Al llegar aquí exhortamos de nuevo a nuestros hijos a que participen activamente en la administración pública y cooperen al fomento de la prosperidad de todo el género humano y de su propia nación”. S.S. Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris (11/04/1963).

 

(T9) “......... Aún reconociendo la autonomía de la realidad política, los cristianos, solicitados a entrar en la acción política, se esforzarán por buscar una coherencia entre sus opciones y el Evangelio y, dentro de un legítimo pluralismo, de dar un testimonio, personal y colectivo, de la seriedad de su fe mediante un servicio eficaz y desinteresado hacia los hombres.” (n.46). S.S. Paulo VI,  Carta Apostólica Octogesima adveniens (14/05/1971).

 

(T10) “Para animar cristianamente el orden temporal -en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad- los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la "política", es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Como repetidamente han afirmado los Padres sinodales, todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades.” (n.42). S.S. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30/12/1988).

 

(T11) “El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la «multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común». La misión de los fieles es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad.” (n.22). S.S. Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est (25/01/2006).

 

(T12) “Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional -también política, podríamos decir- de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político.” (n.7). S.S. Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate (29/06/2009).

 

Como lo recuerda el papa Benedicto XVI en esta última cita, el impulso constitutivo de la propia naturaleza de la persona: la caridad, la donación personal, es en la práctica un motor social. De ella deviene (T13) la capacidad para comprometerse; el compromiso a su vez lleva hacia la responsabilidad de unos hacia otros. El conjunto construye a la fraternidad, y ésta es en última instancia la que sostiene a la identidad.

 

Es sumamente grave para la cohesión una nación, que se afecte en ella la capacidad para la donación personal(T14) pues “La unidad no se construye por contraposición a enemigos comunes sino por realización de una identidad común”. (Aparecida, n.528)

 

(T15) La familia, la escuela de humanidad,  la primera y principal escuela de la donación personal, viene siendo agredida persistente y crecientemente, mediante estrategias que precisamente dañan la formación en la donación: 1. Separación de los hijos de los padres, que pretende fracturar el rol educador de los progenitores y, así, la escuela de humanidad; 2. Desprecio por la vida, que trata de introducir el egoísmo en la comunidad de amor que es la familia; y, 3. Ideología de género, que busca introducir el conflicto de la teoría de la lucha de clases en la relación varón-mujer. Las tres afectan seriamente la formación en la donación personal.

 

La reducción de la capacidad para comprometerse puede estar socialmente produciendo disminución de los matrimonios y escasa participación en la vida social y, especialmente en los aspectos públicos, como signos de la grave afectación de la donación personal que existe en nuestras sociedades.

 

No se afecta únicamente la cadena donación-compromiso-responsabilidad-fraternidad, sino que se perturba el sentido de la justicia al afectarse el origen de la relación constitutiva entre (T16) donación-verdad-libertad-justicia, tan excelentemente tratada por el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate.

 

La caritas, la donación de sí, nos lleva a la búsqueda de la verdad, a conocer la realidad, para poder establecer como cambiar la circunstancia injusta hacia una justa. En ese proceso, el ejercicio de la libertad, de decirle sí a este impulso constitutivo, que viene de lo más íntimo de nuestro ser, de donarse, de amar, se convierte en prueba fehaciente de la supremacía de la voluntad.

 

Alcanzada la justicia en la circunstancia, ella nos impulsa nuevamente hacia la realidad, para encontrar la verdad que nos revele cómo perfeccionar aún más la justicia. La verdad nos conduce a donarnos más, y así sucesivamente. Este estupendo ciclo o círculo, que Benedicto XVI enuncia como de la caritas a la veritate y de la veritas a la caritate, es la magnífica forma como construimos la justicia.

 

Al comprometerse el sentido de la justicia y la acción por ella, se reduce la generación de nuevas condiciones para el desarrollo de las personas, afectándose esencialmente el bien común.

 

 

¿Qué sucede cuando le decimos no a la donación personal? Se quiebra la línea de la fraternidad, se quiebra la línea de la justicia. Así descrito, ahora es fácil ver por qué las cosas van como van. ¿Los acontecimientos de nuestras primeras diapositivas, están administrados por quiénes? ¿Por personas que van administrar las diferencias reduciéndolas? ¿O más bien por personas que las van a acrecentar, hasta llevar a las sociedades a volcarse contra sí mismas, además de hacer ganancia en río revuelto?

 

Uno de los impactos sociales más terribles de lo mencionado, es que en la región, prácticamente (T17) nadie confía en nadie. El Latinobarómetro 2009 muestra una confianza interpersonal promedio de 21%, con rango de 7% hasta 36%. La última Encuesta Mundial de Valores (T18) muestra semejanzas en los casos ejemplo de México y (T19) Perú.

Por ahí va la confianza (T20) en las instituciones. Al quebrarse la línea de la fraternidad y la línea de la justicia, campean la desigualdad y la injusticia social. ¿Quién confía en el Estado?

La desconfianza es una prueba tangible de la merma sustancial de la vocación a donarse, en nuestras sociedades. Lo grave del asunto es que (T21) al reducirse la confianza, se reduce la participación y, así, la cooperación.  

(T22) En el Perú, entre el 81% y el 98% no participa en asociaciones educativas, artísticas, culturales o musicales; sindicatos; grupos o partidos políticos; asociaciones de conservación, medio    ambiente, ecología y derechos de los animales; acciones comunitarias locales en pobreza, empleo, vivienda e igualdad; asociaciones profesionales; asociaciones deportivas o de descanso; asociaciones de defensa del consumidor; asociaciones humanitarias o de caridad.

(T23) Entre 74% y 92% tampoco ha participado en actividades reivindicativas.

Como hemos venido revisando, (T24) tres son las áreas sociales donde principalmente se verifica afectación como consecuencia de lo expuesto: 1. La familia, escuela de humanidad, escuela de la donación personal, escuela de caritas; 2. La justicia social, el cambio de la realidad, que crea condiciones favorables para el desarrollo integral de las personas, o bien común; y, 3. la participación en la vida pública y la comunidad política, la donación en el ser autoridad pública.

 

¿Adónde puede llegar una sociedad por esta vía? A vivir realidades como las vistas de nuestras primeras dispositivas.

La historia demuestra que es pues grave y de consecuencias funestas en la vida de las naciones, la disociación de la íntima relación entre caridad y justicia. Esta gravedad es superlativa si tal  disociación se produce entre caridad, justicia y política.

El Papa Benedicto XVI instruye sobre el particular en su Encíclica Deus caritas est: (T25)La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética….”. (n.28). Señala el Pontífice en el mismo  numeral: (T26) “Para definir con más precisión la relación entre el compromiso necesario por la justicia y el servicio de la caridad, hay que tener en cuenta dos situaciones de hecho: a) El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política……b) El amor -caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa”.

 Es urgente el despertar y la acción, en el sentido que indicaba el Papa Pío XII en el Motu Propio Primo Feliciter, refiriéndose a los Institutos Seculares, (T27) que: “……produzcan copiosamente los óptimos frutos de santidad que se esperan; y además, para que, sólida y sabiamente dispuestos en orden de batalla, puedan pelear valerosamente las batallas del Señor”.

 

(T28) Familia, justicia social, vida pública, son los nuevos “campos de batalla”; no se pueden separar. El estandarte: la caritas. Restaurar la donación personal como constitutiva de nuestra pensar, sentir, y actuar, es tarea primordial y esencial.

(T29) Así como el voluntariado, que se inicia como una acción solidaria, lleva inexorablemente al descubrimiento de la donación de sí, participar en la vida pública y la comunidad política produce en la persona un efecto semejante. (T30) En tal forma sucede esto, que ambas acciones -voluntariado y acción pública- pueden equipararse en cuanto a ser instrumentos de rescate de la donación personal en el seno de nuestras sociedades.

(T31)Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión”, n.360, Documento de Aparecida (mayo 2007). Así, en una sola frase, los Obispos de América Latina y el Caribe nos recuerdan al principio de la tercera parte del Documento Final de la V Conferencia General del Episcopado de nuestros países, cuál es en esencia la “misión”: la caritas, donarse, da vida a los demás, así como a uno mismo.

Por tanto, el discípulo en tal misión no enfrenta problemas, acompaña a la gente a resolverlos. Su misión no radica en los problemas por resolver, sino en la donación personal, en la caritas, hacia la gente. Su conducta debe ser invitación para que todos se donen los unos a los otros y, así, construyan una nueva identidad: antes en la solidaridad, después en el amor, en la caritas, en Él. Que todos sean uno en Él. Esta es la conversión personal que convierte en discípulo. Esta es la conversión de un pueblo que se convierte en fraterno.

El discípulo puede constituir como misión su presencia y participación activa en la vida pública. En este caso la mayor exigencia de la misión, la caritas, se convertirá en su mayor fortaleza: (T32)  “El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no sólo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre los valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa”. (Aparecida, n.506)

El discípulo en misión, debe recordar permanentemente que es un sarmiento de la Vid; que es la Vid la que le da vida, y que su misión se resume en trabajar para que todos sean uno en Él.

(T33)La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia”. (Aparecida, n.505). No se trata pues de ir a la aventura en la acción pública y política; se debe procurar una sólida formación en los diversos ámbitos para tal acción.

(T34) Sobre el particular, el Papa Benedicto XVI indicaba en Cagliari, Cerdeña (Italia): “Que os haga capaces de evangelizar el mundo del trabajo, de la economía, de la política, que tiene necesidad de una nueva generación de laicos cristianos comprometidos, que busquen con competencia y rigor moral, soluciones de desarrollo sostenible”. (07/09/2008)

En ese mismo sentido, pero con más precisión, ese mismo año, el 15 de noviembre, Benedicto XVI indicaba en su discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, los requisitos y exigencias para quienes descubran su vocación a la vida pública: (T35) “De modo particular, reafirmo la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y celo de servicio para el bien común”.

 

Cambiar, moldear la realidad, construir la justicia, todas son acciones desde la vida pública. No se puede ejecutar esa misión si el discípulo no asume que él es el primero por convertir, que sólo convirtiéndose en discípulo puede ejecutar la misión, y que es ésta la que le configurará como perfecto misionero.

Que esta conferencia no sea para vosotros un ejercicio de ilustración, sino una arenga a participar de la vida pública en la comunidad política. Deben saber que es un ejercicio muchas veces ingrato, decepcionante, solitario. Sin embargo, los pueblos esperan a gente nueva, que transforme la vida cotidiana en un camino bueno para todos. Constitutivamente no es posible a los utilitaristas construir la justicia; deben ser otros. (T36) La gente aprecia a quienes exhiben principios en la conducta política. Muestren lo que son en la vida pública, no se adapten a lo “gris”, como mazamorra al envase.

La gente espera en nuestro continente. Larga espera. Es hora de responder a esos anhelos. Escuchemos lo que nos dicen los Pastores de América Latina y el Caribe: (T37)Todas las auténticas transformaciones se fraguan y forjan en el corazón de las personas e irradian en todas las dimensiones de su existencia y convivencia. No hay nuevas estructuras si no hay hombres nuevos y mujeres nuevas que movilicen y hagan converger en los pueblos, ideales y poderosas energías morales y religiosas. Formando discípulos y misioneros, la Iglesia da respuesta a esta exigencia”. (Aparecida, n.538)

(T38)La Iglesia tiene que animar a cada pueblo para construir en su patria una casa de hermanos donde todos tengan una morada para vivir y convivir con dignidad……Hay que sumar y no dividir”. (Aparecida, n.534)

(T39) Muchas gracias.

Luis Solari de la Fuente

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