HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LA BEATIFICACIÓN DE LA MÁRTIR MARÍA AGUSTINA DE JESÚS RIVAS LÓPEZ, AGUCHITA, EN LA FLORIDA, PERÚ, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO.
La Florida, 7 de mayo de 2022.
Los hijos de la selva te alabamos, Señor.
Las aves con sus cantos, los peces y reptiles
las fieras de la Selva te alaban, Señor!
Los pobres y olvidados, con ansias de ser libres,
luchando en su esperanza te alaban Señor.
(canto de entrada)
Muy queridos hermanos y hermanas
Vengo con inmensa alegría, al son del hermoso canto de entrada, junto a "los hijos de la selva, a los pobres y olvidados, luchando en su esperanza, te alabamos Señor". El Papa Francisco está con nosotros de corazón, con su fraternidad, afecto y oración, quien me ha enviado para que lo represente en este hermoso día de la glorificación y elevación a los altares de nuestra mártir "Aguchita".
Les confieso que para mí, estar aquí presente, más que el cumplimiento de una misión, muy grata por lo demás, es una gracia muy especial que me enriquece. En efecto, vengo como peregrino a beber en el pozo insondable de la fe y entrega de nuestra mártir, en las que ustedes, originarios de estas tierras, fueron y son, sostén de la esperanza cristiana que han sabido mantener y cultivar en el tiempo, más allá de las contradicciones y asperezas de la vida. Considero, igualmente, una gracia estar en esta tierra peruana, pues, mucho debemos los países de Suramérica a la sombra benéfica de los concilios limeños que nutrieron la vida cristiana de nuestras nacientes comunidades, al igual que a la reflexión y experiencia pastoral que se ha irradiado desde el postconcilio y en la actualidad desde la pastoral panamazónica.
Es también para mí, una grata sorpresa, compartir la espiritualidad de la Hermana Agustina, pues fui formado por los Padres Eudistas en el Seminario de Caracas, y entre las actividades que debíamos cumplir, estaba el participar en los retiros y convivencias que tenían lugar en la casa de formación de las Hermanas del Buen Pastor, donde conocimos y admiramos desde adolescentes, el recio carisma de las Hijas de San Juan Eudes y Santa María Eufrasia.
Los materiales que fraternalmente me envió Mons. Gerardo Zerdin escritos con pasión y competencia por el P. Alfonso Tapia han sido lectura espiritual, muy propia del tiempo cuaresmal y pascual, haciéndome mucho bien, en la estela de la semilla sembrada por nuestros mayores, hombres y mujeres sencillos de nuestro continente, auténticos transmisores de la fe que se vive en Latinoamérica. Es pues, ocasión propicia para reconocer que, en palabras de Medellín, "la Iglesia ve con alegría la obra realizada con tanta generosidad y expresa su reconocimiento a cuantos han trazado los surcos del Evangelio en nuestras tierras, aquellos que han estado activa y caritativamente presentes en las diversas culturas, especialmente indígenas, del continente: a quienes vienen prolongando la tarea eduadora de la Iglesia en nuestras ciudades y nuestros campos" (Medellín, Conclusiones, introducción, 2).
La lectura del Cantar de los Cantares que acabamos de escuchar, es fiel retrato de nuestra mártir; ella tuvo grabado en su brazo, mejor en todo su cuerpo, como un sello en el corazón, a Jesús, porque el amor es más fuerte que la muerte y, ni las aguas torrenciales podrán ahogar el amor que repartió a borbotones. Junto a ella, cantamos "el Señor es mi pastor, nada me falta", porque con Él nada nos faltará.
Esta palabra de Dios, proclamada hoy aquí, se cumple, en nuestra santa, y debe cumplirse también en todos nosotros, llamados a ser fieles seguidores desde estas lejanas tierras de la inmensa selva amazónica, marcados con el sello del amor en todo nuestro ser, físico y espiritual, para seguir siendo, semillas de paz y de amor que se irradien y extiendan por el mundo entero.
San Pablo, a su vez, lo que parecía una ganancia, lo consideró basura y lo dio por perdido, para ganarse a Cristo. También aquí, queda reflejada la vida y entrega final de nuestra Aguchita, y se convierte en desafío del presente. En efecto, ¿qué significa para nosotros, seguir a Cristo, en medio de las circunstancias actuales, con sus nubarrones, pero también con sus inmensos rayos de luz? La pastoral amazónica es faro luminoso para la región y para el mundo y ustedes son sus protagonistas. Es el sueño cultural, ecológico y eclesial del Papa Francisco, porque "el camino continúa, y la tarea misionera, si quiere desarrollar una Iglesia con rostro amazónico, necesita crecer en una cultura del encuentro hacia una pluriforme armonía…donde debe resonar una y otra vez, el anuncio misionero" (Querida Amazonía, 61).
Antes de hacer referencia al Evangelio del Buen Pastor, preguntémonos qué lección y qué tarea nos deja y exige la Hermana Agustina. Me limitaré a señalar algunos rasgos importantes de su legado, pues necesitamos continuar la labor evangelizadora que ella emprendió. Los santos están puestos, para admirarlos, por las obras que Dios ha hecho en ellos, pero más aún, para imitarlos y seguir sus huellas. Es el crecimiento permanente del grano que muere para que dé fruto abundante.
En primer lugar, su origen. Hija de esta tierra ayacuchana, fue siempre su querencia primera, referencia e interés permanente en su quehacer, porque de Coracora, como de Nazaret ha salido algo bueno. Por eso, cargada de años, virtudes y añoranzas, aceptó gozosa la obediencia de ser misionera en el Vicariato de San Ramón, a pesar de sus achaques. No lo rehuyó, sino que lo asumió con alegría y entusiasmo.
En segundo lugar, la familia fue el vientre nutricio de su vida y de su vocación cristiana. El ejemplo de sus padres, Dámaso y Modesta, fue yunque, primera escuela donde se fraguaron sus virtudes humanas y cristianas. La primera iglesia es el hogar; no desperdiciemos el papel que tienen en la configuración de la personalidad integral de sus miembros. Su alegría al saber que su hermano César abrazaba la vida religiosa como redentorista, fue otro fruto de la siembra familiar. De allí, el trabajo tesonero y la prioridad que debemos dar a la pastoral familiar, más allá de convencionalismos, y de familias truncadas por tantas circunstancias que nos obligan, no a condenar o desechar, sino al contrario, reivindicar el que "con franqueza los condicionamientos culturales, sociales, políticos y económicos, impiden una auténtica vida familiar"; por ello, sin desvincularnos de los problemas reales de las personas, debemos "proponer valores, respondiendo a las expectativas más profundas de la persona humana: su dignidad y la realización plena en la reciprocidad" (Amoris Laetitia, 202 y 201). La Hermana Agustina refirió siempre sus virtudes cristianas, los oficios aprendidos junto a sus padres, la preocupación como hermana mayor de sus numerosos hermanos, la cercanía a la parroquia, a lo aprendido en el hogar.
¿Cuáles fueron esas virtudes aprendidas al calor de sus seres queridos?
La sencillez, la humildad, el sentido del trabajo, la servicialidad, todo ello amasado con actitud amorosa y desprendimiento. "Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que con ello le confiere una dignidad infinita, porque cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios" (Evangelii Gaudium 178).
El amor a los pobres, con actitud samaritana, fue otra de las virtudes aprendidas en el hogar, por el testimonio y ejemplo de sus mayores. Desde niña, la opción preferencial por los pobres estuvo en el horizonte de su vida espiritual y de su servicio misericordioso.
Su espiritualidad se nutrió de la rica religiosidad popular, propia de nuestra gente sencilla. Santa María, San José y la lectura orante de la Biblia, formaron parte de sus devociones primeras y la acompañaron toda su vida. Es una prueba más de la raigambre de la fe en nuestro pueblo, ese sensus fidei, esa especie de instinto que posee todo bautizado para reconocer y apreciar lo que es de Dios, lo que es genuinamente cristiano, que penetra todo su ser y se manifiesta en el profundo amor a la Iglesia. Aparecida nos recuerda "el papel tan noble y orientador que ha jugado la religiosidad popular, especialmente la devoción mariana, que ha contribuido a hacernos más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo". Esta piedad "refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer" (Aparecida, 37 y 258ss).
Los caminos de Dios son insondables. En la respuesta de la Hermana Agustina a las oportunidades que se le presentaron se abrieron nuevos cauces a su vocación de consagrada en la Congregación de las Religiosas de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor. La espiritualidad de San Juan Eudes y de Santa María Eufrasia permearan todo su ser, impregnándola de la riqueza del recio carisma eudista, para ser misionera a tiempo completo en el servicio a la juventud en riesgo, y más allá, a todo el que se acercaba a ella para percibir el buen olor de su comportamiento. Disciplina, oración, compartir fraterno, servir, formación permanente en lo humano y lo divino, con espíritu alegre y deseo permanente de aprender para darlo en abundancia. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús entra en la galería de sus preferencias junto con los santos fundadores, añadidos a San José y Santa María, a quienes refería todas sus necesidades y anhelos.
La presencia testimonial de la Congregación del Buen Pastor en las muchas obras diseminadas por la amplia geografía del país por más de un siglo es signo de la vitalidad de la Iglesia. En ellas también bebió nuestra Hermana Agustina y las interiorizó fuertemente. No digo nada nuevo, ante la inmensidad de testimonios sobre su humildad y compromiso de servicio, y su capacidad de enseñar con disciplina y rigor pero con mano suave y cariñosa. Reconozcamos el valor de la vida consagrada en nuestro tiempo, y la aceptación de la gente de esta región al regresar la presencia activa de las Hermanas al Vicariato.
Pero, lo que más me ha impresionado en Aguchita es encontrarme con su profunda espiritualidad que raya en el misticismo. La contemplación en la acción fue norte de su quehacer cotidiano y se blindó con la exigencia de su congregación de que "la muerte no se improvisa, el amor es nuestra vocación", unida al voto del martirio de San Juan Eudes: "te alabo y glorifico en los diversos martirios que han padecido tantos y tan atroces tormentos por amor a ti". Y al voto de Santa María Eufrasia: "Confío en que nuestra Congregación llegará a ser muy numerosa, a extenderse mucho y que Dios nos concederá la gracia de que algunas lleguen a verter su sangre por la salvación de las almas".
Toda su vida estuvo marcada por asumir, con temor pero con generosidad, la exigencia de estos votos. Sorprende la vigencia de su vocación mística desde edad temprana. Son pocos, poquísimos, los escritos que nos ha dejado la santa, pero suficientes para calibrar la hondura de su amor a Dios y el servicio al prójimo. A los cuarenta años, en la tercera probación, deja entrever su capacidad orante que va más allá de lo ordinario. El sentido oblativo de la vida cristiana y de la vida religiosa, fue para ella bálsamo suave cuando las dudas, las tentaciones o el cansancio intentaban hacer mella en su espíritu.
El dolor fue purificación y llave para la contemplación, para pensar y actuar primero tomando en cuenta al otro antes que a sí misma. Nos evoca el cántico espiritual de San Juan de la Cruz "Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras". Es una experiencia que nos parece rara y difícil de alcanzar, pero no es así, lo palpamos por doquier. El profundo sentido religioso de mucha de nuestra gente sencilla, en la que no hay obstáculo para ver el lado positivo y trascendente de la vida ordinaria, es más común de lo que pensamos, y es sostén de la vida cristiana de nuestros fieles y nos hace descubrir como Elías, la presencia del Señor, en la brisa cuasi imperceptible, que nos arroba en "la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora". Los testimonios de primera hora y los recogidos en la elaboración del proceso de beatificación ratifican esta condición: la Hermana Agustina trasmitía como por ósmosis que detrás de sus actos estaba la acción de la gracia divina, percibida por propios y extraños.
El martirio de la Hermana Agustina tiene varias caras que conviene tener en cuenta. En primer lugar, el sin sentido de la violencia, el crimen, la injusticia y lo nefasto de las ideologías para quienes la vida humana no cuenta. El uso indiscriminado de las armas solo deja muerte y desolación, no soluciona los problemas reales de la convivencia humana. Que la guerrilla y la guerra desaparezca para siempre del mundo entero y de esta tierra bendita de la selva amazónica. Seamos capaces de sanar el dolor y el desprecio, asegurando, construyendo lentamente la globalización de la solidaridad sin dejar a nadie al margen.
En segundo lugar, como creyentes, vemos a la luz de la Palabra y la fuerza de la eucaristía, la necesidad del cultivo de las vocaciones a la vida sacerdotal, a la vida consagrada, a la presencia estable de líderes laicos que abran espacio a la multiplicidad de dones que el Espíritu Santo siembra en todos. Es urgente encarnar la idea de la permanencia de una vida auténticamente humana sobre la tierra, abonada con la exigencia cristiana de asumir la fragilidad y debilidad de la condición humana como una fuerza para la confianza en la acción de la gracia que nos llama a ser constructores de la fraternidad y de la paz. "En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida" (Aparecida 139).
Aguchita hizo de su vida lo anteriormente expuesto en fidelidad al pensamiento de Santa María Eufrasia: "Felices si muriésemos en el ejercicio de nuestro celo, porque seríamos consideradas como mártires". En ella, el martirio no fue una improvisación sino el holocausto final del amor a su vocación. Su vida y su muerte nos recuerdan que para todo bautizado esta es una dimensión constitutiva de su existencia; que la entera vida cristiana mira al martirio como a un horizonte permanente, a esa dimensión oblativa, y sea de manera incruenta las más de las veces, o de manera cruenta.
En la Hermana Agustina se hizo presente el evangelio del Buen Pastor proclamado en esta eucaristía. Como buena pastora, Aguchita dio su vida por sus ovejas. También a ella la amó el Señor porque dio la vida para recobrarla, nadie se la quitó, la dio voluntariamente. La riqueza espiritual y pastoral de Medellín y Puebla la hizo suya, uniendo así el cielo con el suelo, en el ansia de liberación plena y total. La ternura y el amor misericordioso, la tolerancia y el respeto, la acogida y la no discriminación, la opción por la vida y el amor a la naturaleza, propias de la espiritualidad del Buen Pastor, se convirtieron en ofrenda agradable a Dios para bien de todos. Hoy celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte y asumimos el reto pascual de ser discípulos misioneros apasionados por aprender y enseñar a vivir. La bondad que contagiaba fue fruto de un duro trabajo que se lleva a cabo en el corazón del hombre (San Juan XXIII).
Aguchita se convierte con su muerte en el mejor regalo a los desvelos del Papa Francisco para ayudar a despertar el afecto y la preocupación por la tierra amazónica que es también "nuestra" y reconocerla como un misterio sagrado, "sueño con una Amazonía que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida" (Querida Amazonía, 7). La Hermana María Agustina merece ser patrona de esta porción del mundo para bien de toda la humanidad, así como ella incluía en sus oraciones una plegaria por los sacerdotes del mundo entero. Transmitir la hondura de su vida es tarea que está en nuestras manos.
Antes, pues, de continuar esta eucaristía laudatoria, hagamos nuestra la oración de Aguchita:
"Señor, que ves, que puedes, haz de tu miserable, lo que tú quieras, soy tuya, quema mis pecados, mis fallas y miserias; levanta mi alma de mis caídas y recibe mis dolores y sacrificios y lágrimas por mis sacerdotes de Cuba, de mi Patria, por los míos en particular. Soy cobarde, Señor, enséñame a sonreír en el dolor, esconder y disimular mis angustias, que sepa yo sorber las lágrimas".
"Tú lo sabes y ves la intención mía. Soy capaz de tantas calamidades, sostenme, Padre mío de la mano; de todo estoy tan decepcionada de mi trabajo, mis fracasos, la falta de organización, solo tú lo puedes arreglar". Señor, hoy pasé junto a ti bajo la sombra del Amor y Misericordia, has aliviado mis heridas hondas. Comprendo que pides más santidad a mi pobre alma. Quien, sino Vos puede realizar este ideal en mí, mísera y ruin criatura".
Beata María Agustina, ruega e intercede por tu pueblo. Viva Jesús y María. Amén.
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