Entrevista a monseñor fray José Rodríguez Carballo, ex ministro general de los Franciscanos y desde abril, arzobispo secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica.
Es una entrevista de Juan Vicente Boo en el diario ABC (17-11-2013):
Con frecuencia, el Padre José Rodríguez Carballo tiene que trabajar hasta tarde en su despacho que se asoma a la plaza de San Pedro. El primer alto cargo del Vaticano nombrado por el Papa Francisco uno de esos españoles «tamaño gigante», elegidos para llevar el timón de grandes instituciones activas en todo el mundo.
Como Adolfo Nicolás en la Compañía de Jesús o Javier Echevarría en la Prelatura del Opus Dei. Jovial y sencillo, José Rodríguez Carballo fue elegido ministro general de los Franciscanos en 2003, y reelegido en 2009 para un segundo sexenio que no ha llegado a terminar, pues el Papa Francisco lo «robó» a principios de abril para la Curia vaticana, donde es el «número dos» de la Congregación para los Religiosos (oficialmente, Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica), presidida por el extraordinario cardenal brasileño Joao Braz de Aviz.
Este franciscano gallego de 60 años (Lodoselo, Orense, 1953) fue invitado por el Papa Francisco a concelebrar con él la misa de Inauguración del Pontificado el 19 de marzo, y a acompañarle el pasado mes de octubre en su peregrinación a Asís, al encuentro del santo de quien toma el nombre.
En realidad, el Papa no era el primero en darse cuenta de su valía. Si los franciscanos le habían elegido dos veces como ministro general, los superiores de las demás órdenes religiosas le eligieron en 2012 presidente de la Unión de Superiores Generales.
«Pepe», como le llaman sus viejos amigos, debe tener varios corazones, pues mantiene uno en Jerusalén, donde estudió cinco años y donde fue ordenado sacerdote; otro en su Lodoselo natal, que visita con frecuencia; y otro en Santiago de Compostela, donde fue Guardián y Rector del Convento de San Francisco, y en cuya catedral fue ordenado obispo por el entonces cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, el pasado mes de mayo.
-¿Cuándo conoció al Papa?
-Fue en Roma en 2004, cuando yo era ministro general de los Franciscanos y él vino a visitarme como presidente de la conferencia episcopal argentina. Hablamos de proyectos en que participaba la orden. Fue un encuentro muy familiar, muy cercano, muy sereno. Noté su gran capacidad de escucha y de síntesis. Después he visto que afronta las cuestiones con realismo y sabe tomar decisiones. Le ayudan una gran memoria y una gran sensibilidad.
-¿Cuándo le vio por primera vez como Papa?
-El 19 de marzo, pues me invitó a concelebrar en la misa de Inauguración del Pontificado cuando yo era todavía general de la Orden de los Hermanos Menores (OFM). Le pregunté si se acordaba de mí. Me interrumpió y dijo que se acordaba perfectamente… «incluso de una cita a la que no acudiste». Le pregunté: « ¿Santidad, cuál?». Y él me contestó: «Durante tu última visita a Buenos Aires habíamos quedado en tomar un café en mi casa, pero luego no pudiste venir».
-¿Habían trabajado juntos antes?
-He disfrutado muchos momentos fraternos y familiares durante dos Sínodos de Obispos, en el trabajo por grupos lingüísticos. Y tuve la dicha de participar, por nombramiento de Benedicto XVI, en la reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano de 2007 en Aparecida, donde el cardenal Bergoglio tuvo un papel importantísimo como presidente de la comisión que redactó el documento final.
-¿Se ha convertido en un mensaje para el mundo?
-Aunque Aparecida estudia sobre todo la situación continental de América Latina, donde viven casi la mitad de los católicos, su mensaje es para toda la Iglesia. Ser «discípulos misioneros» es de una actualidad impresionante. El Papa ha mencionado estas ideas en repetidas ocasiones, y también el llamamiento a la pobreza evangélica. La opción por los pobres está en el Evangelio. De ahí la toma el Papa.
-Usted fue de las pocas personas invitadas a acompañarle a Asís el 4 de octubre. ¿Qué le impresionó?
-Ante todo, su resistencia física. Nunca imaginé que pudiese completar un programa de doce horas tan apretado. Al final le pregunté si estaba muy cansado, y me dijo: «Por lo de hoy, no. Los problemas empiezan mañana». También me impresionó su capacidad de concentrarse en oración en cada santuario, a pesar de que una visita papal está rodeada de muchas cosas externas.
-Su primera cita de aquella jornada fue con discapacitados graves…
-Me impresionó mucho ese encuentro con enfermos. Muchos ni siquiera podían hablar. Saludaba uno a uno, se detenía con cada uno. Nos dijo que había que ver y tocar las llagas de Cristo en aquellos enfermos. Él les abrazaba y les besaba. Sus gestos le salen del corazón y nos llevan a pensar en los de Jesús. En Asís yo pensé muchas veces: «Es San Francisco, que hoy abraza de nuevo a los leprosos». Y al atardecer, el gran encuentro con los jóvenes… Aquella jornada era una peregrinación, y no hizo muchos discursos, pero me impresionó mucho la claridad con que habló a los jóvenes de salir de la cultura de lo provisional, del «aquí y ahora». Les proponía metas altas. Les habló del sentido de la virginidad, de la unidad en el matrimonio, en la familia, de la vocación consagrada y sacerdotal…
-La verdad es que resultaba exigente.
-El Papa nos lleva al Evangelio, y el Evangelio no admite rebajas. Hay que escucharle atentamente para no quedarnos simplemente en lo exterior, en las palabras bonitas que dice. Hay que profundizar para llegar realmente al mensaje que nos quiere comunicar.
-¿Cuál es ese mensaje?
-Ante todo, centrarnos en Jesús. Yo creo que todo el mensaje del Papa es profundamente cristológico y, por tanto, evangélico. Destacaría también que quiere una Iglesia pobre y más cercana a los pobres. Después, insiste mucho en la importancia de la oración. La noche de la oración por la paz en Siria estuvo allí clavado cuatro horas orando con los demás. Me impresiona su insistencia en el Dios-amor, el Dios del perdón, de la misericordia. Y esto está produciendo muchos frutos. La gente lo escucha, redescubre la importancia de la reconciliación con Dios y con los demás. No dice nada nuevo, porque eso está en el Evangelio, pero lo dice de forma nueva y en el contexto que necesita el hombre de hoy: que Dios no se cansa de perdonar porque es amor.
-¿Echa de menos a Benedicto XVI?
-Cuando renunció, me sentí casi huérfano, pues tenía una relación muy cercana como ministro general. Lo apreciaba y lo aprecio. Supo enfrentarse a problemas muy duros en la Iglesia con una línea muy evangélica y muy clara. Mi aprecio aumentó ante el gesto de la renuncia, que ha hecho posible el fenómeno, el milagro, de un Papa Francisco. Benedicto XVI ha sido un gran Papa, y sigue siendo grande en esa vida escondida. Su grandeza será reconocida.
-¿Fue la renuncia el detonante de la reforma?
-Yo creo que el «shock» de la renuncia de Benedicto planteó muchas preguntas: cuáles son los motivos, qué nos quiere decir. Su gesto interrogó a muchos en la Iglesia y fuera de ella. Ahí empezó este movimiento de renovación tan profundo, que no es revolucionario en sentido de echar por tierra lo anterior. No, no. Es continuidad, pero con un estilo nuevo y con una energía nueva. Con un Papa que aporta su persona, su cultura, su formación. Estamos asistiendo a una primavera de la Iglesia, y esto es una gran alegría.
-La riada de peregrinos a Roma es espectacular…
-Desde mi apartamento veo que la gente empieza a llegar a las seis de la mañana para la audiencia general. Esto hay que analizarlo. No podemos decir «es populismo». No. Creo que esta afluencia constante de masas nos habla del deseo profundo del hombre y la mujer de hoy. Ese deseo no pueden saciarlo en ideologías, sino que quieren una persona, y es la persona de Jesús. El Papa no les da otra cosa más que la persona de Jesús, el Evangelio. Los pastores tenemos que preguntarnos: « ¿Qué estamos ofreciendo al pueblo de Dios?». Si seguimos al Papa en esto, nos daremos cuenta de que la gente responde.
-Su ordenación como obispo en Santiago fue un acontecimiento internacional. ¿Cuándo vuelve a Compostela?
-Entre tantos recuerdos de aquellos días conservo uno muy cariñoso por su compañero periodista Enrique Beotas, fallecido en el accidente del tren la víspera de la fiesta del Apóstol. A Compostela voy con mucha frecuencia. Estuve hace poco para recibir el premio «Gallego del Año», y en breve iré a Orense a recibir el premio «Orensanía». Voy con mucha frecuencia, porque el lugar donde mejor consigo descansar es en Galicia, con mi familia, en mi aldea de Lodoselo. Allí me encuentro muy a gusto con mis vecinos. Me siento uno de ellos y me sienten como algo suyo. Descanso, trato de ayudar en mi parroquia o en las cercanas… Para mí, volver a mi tierra es como recuperar las fuerzas. Desde hace más de 20 años presido en Santiago la procesión de la Última Cena, que sale el Jueves Santo precisamente de nuestra iglesia de San Francisco. Este año he aceptado con mucho gusto realizar el pregón de Semana Santa.
-Además ha firmado un convenio con la Xunta de Galicia…
-Tal vez muchos no sepan que Francisco de Asís peregrinó a Compostela en el 1214. Su intención era peregrinar y continuar hacia Marruecos, pero nos dicen las fuentes que enfermó y estuvo un período largo en Compostela, donde quizá fundó el primer convento de la Orden. Sea histórica o no la fundación personal del convento, lo cierto es que allí estuvo y que enseguida los franciscanos fueron allí. Tenemos documentos de que en 1222, todavía en vida de San Francisco, ya había frailes en Santiago. La Xunta de Galicia ofrece un programa muy interesante de actos culturales: tres grandes exposiciones, conciertos, seminarios de estudio sobre la peregrinación, el franciscanismo, etc.
-¿Se hará peregrino el Papa Francisco, siguiendo los pasos de sus dos predecesores?
-Yo diría… ¡esperemos que siga los pasos de Francisco de Asís! Es nuestro gran deseo. Sé que ha sido invitado oficialmente, y espero una respuesta positiva, como la esperamos todos.
-Usted formuló la profesión perpetua en Nazaret y fue ordenado sacerdote en Jerusalén. ¿Habrá algún día paz en Tierra Santa?
-En muchos aspectos, Tierra Santa nos acerca a la tierra prometida. Pero, al mismo tiempo, es una tierra de conflicto permanente. En parte, por la situación geográfica: es un cruce de caminos, de culturas, de religiones… Es un mosaico, y el mosaico es bonito, pero no siempre es fácil mantener juntas las piezas.
-Pero, ¿es posible?
-Sí. Sobre todo si profundizásemos en el mensaje de las tres grandes religiones monoteístas, y no convirtiésemos la religión en arma para atacar a los demás. Como hemos escuchado tantas veces a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y ahora a Francisco, Dios no puede justificar la violencia. Por desgracia, muchas veces se instrumentaliza la religión para la guerra. Además de un conflicto político, étnico, etc., es también un conflicto religioso. Y las comunidades religiosas deberían jugar un papel importantísimo en la paz. La minoría cristiana puede ser puente entre el judaísmo y el Islam. Por desgracia está siendo víctima muchas veces. Pero tiene vocación de puente, porque nadie como el cristianismo puede ayudar a reconstruir puentes de unión y de fraternidad entre esas dos grandes religiones: el Islam y el judaísmo.
-¿Será posible recuperar algún día el Cenáculo de Jerusalén?
-Sería un gesto de justicia. Los franciscanos fuimos expulsados de aquel lugar que para nosotros es el corazón de nuestra presencia en Tierra Santa. Allí está nuestro convento, todavía hoy ocupado por una escuela talmúdica. Su patio es el claustro del convento, y aún había, hasta hace pocos meses, un escudo franciscano, que ha desaparecido… Devolver el Cenáculo es una cuestión de justicia. Requiere buena voluntad por parte de quienes nos expulsaron, los musulmanes, y por parte de quien hoy tiene el control, que es Israel. Sería un gesto de buena voluntad para todo el pueblo cristiano, y yo creo que Israel lo va a hacer. No sé cuándo ni cómo, pero lo va a hacer. Soy muy optimista. Es un gesto que dirá mucho en su favor. Espero que quienes nos expulsaron y todavía dicen ser propietarios de ese lugar, que en realidad pertenece a los franciscanos, lo comprendan y no pongan trabas a que la cesión pueda realizarse en breve.
-Usted es ahora el «número dos» de la Congregación vaticana de la Vida Consagrada. ¿Cómo ve la situación de los religiosos en el mundo?
-Estoy convencido de que hay mucha vida. De que los colectivos de religiosos y consagrados se han tomado muy en serio la renovación que pidió el Concilio Vaticano II. En todo proceso hay luces y sombras, y no todos los intentos dieron resultados positivos, pero esto no hay que confundirlo con una crisis generalizada. En sentido etimológico, crisis quiere decir momento de tomar decisiones. Yo creo que se está tomando muy en serio la renovación profunda, auténtica, de la vida consagrada, que supone volver a los fundamentos y, al mismo tiempo, responder a las exigencias del mundo actual. Y desde ahí podemos mirar el futuro con esperanza. Yo soy optimista. Veo los problemas, pero también veo que la inmensa mayoría de los consagrados están trabajando seriamente y evangélicamente.
-¿Un sueño?
-Servir. Allí donde el Señor me ponga. Servir a todos, sin excluir a nadie. Servir como Francisco de Asís. En última instancia, servir como Jesús nos invitó a servir.
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