Lección inaugural del año académico 2013
Benedicto XVI: El Papa de la fe
Hace algunos meses, escuché decir a una persona de reconocido prestigio en el mundo de la cultura que estaba ansiosa por la pronta salida de la cuarta encíclica de Benedicto XVI. Todo hacía suponer que ésta iba a ser sobre la fe. La sorpresiva renuncia de nuestro querido Benedicto XVI ha truncado esta expectativa. Sin embargo, para exponer su pensamiento no es necesaria una encíclica suya sobre la fe. Él nos ha mostrado la fe no sólo través de sus diversos documentos e intervenciones, cuya profundidad y claridad han asombrado a todos, creyentes y no creyentes; sino también a través de su misma vida.
Al leer con calma esas breves pero profundas palabras en las que anunció su renuncia, percibimos el corazón de un hombre de fe. En efecto, su fe le impulsó a dejar el ministerio petrino. La fe nos da la certeza de que la Iglesia en definitiva la sostiene Cristo. A la luz de la fe percibimos que nosotros, los hombres, sólo somos instrumentos en manos del Señor.
He querido realizar esta lección inaugural, como un homenaje a un gran Papa. La he titulado el “Papa de la fe”. Sus casi ocho años de pontificado han sido como una gran catequesis sobre la fe católica. Es imposible expresar en una conferencia todo el magisterio de Benedicto XVI sobre la fe. Por eso, he intentado hacer más bien una síntesis apretada en siete puntos sobre las enseñanzas que nos dejó en su fecundo pontificado. De antemano pido disculpas por lo limitado de mi exposición, pues pretender abarcar en pocas hojas el magisterio del llamado “Papa teólogo” es una verdadera osadía.
I. Fe y Cristo.
Antes de ser elegido Romano Pontífice, el entonces Cardenal Ratzinger, en la homilía de la Santa Misa de inicio del Cónclave, llamaba la atención que frente a las diversas modas que presenta el mundo, el creyente tiene otra medida, Cristo. Si el relativismo ofrece medidas al gusto de cada uno, diversos vientos de doctrina, “nosotros – afirmaba Ratzinger- en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Es él la medida del verdadero humanismo. “Adulta” no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Es esta amistad que nos abre a todo aquello que es bueno y nos dona el criterio para discernir entre el verdadero y el falso, entre engaño y verdad. Esta fe adulta es la que debemos madurar, a esta fe debemos guiar el rebaño de Cristo. Y es esta fe- sólo la fe- que crea unidad y se realiza en la caridad. San Pablo nos ofrece a este propósito- en contraste con las continuas peripecias de aquellos que son como niños llevados a la deriva por las olas- una bella palabra: hacer la verdad en la caridad, como fórmula fundamental de la existencia cristiana. En Cristo, coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad sería como “un címbalo que tintinea” (1 Cor 13, 1)”[1].
Ya como Papa, Benedicto XVI insistió en todo momento que la fe tiene como centro a Cristo. Es radicalmente cristocéntrica y por ello trinitaria. En la Santa Misa con la cual iniciaba su ministerio petrino, retomando una expresión de Juan Pablo II: “No tengáis miedo”, nos decía: “Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”[2].
A lo largo de su Pontificado, Benedicto XVI ha remarcado constantemente el cristocentrismo de la fe. En la carta Apostólica Porta fidei, con la cual convocó el año de la fe, afirmó que “La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él”[3]. En esta breve pero contundente frase, se resume la dimensión esencialmente cristocéntrica de la fe. En efecto, la fe nos lleva a un profundo encuentro con Cristo. Benedicto XVI, nunca se cansó de proclamar la centralidad de Cristo en la vida del creyente. “El Señor está siempre atento a nuestra voz. Nosotros podemos alejarnos de Él interiormente. Podemos vivir dándole la espalda. Pero, él nos espera siempre, y está siempre cerca de nosotros”[4].
El año paulino, convocado el 2008 por Benedicto XVI, fue ocasión para que nos exhortara a buscar como Pablo una auténtica experiencia de Cristo. Nos mostró a Pablo como un hombre conquistado por Cristo. Citando la expresión paulina de Ga 2, 20: “Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”, afirmaba: “Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él- a Pablo- y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha donado por él. Su fe es el ser alcanzado por el amor de Jesucristo, un amor que lo perturba hasta lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo”[5].
Al comentar la conversión de Pablo, Benedicto XVI nos decía que ésta no se puede explicar por análisis psicológicos, está en otro nivel. Expresa lo que ocurre realmente en una persona cuando deja que Cristo entre en su vida. Pablo al encontrarse con Cristo recibió la “vida nueva” (cf. Rm 6, 4). Eso mismo estamos llamados a experimentar nosotros. Por eso, “en relación con nuestra vida, podemos preguntarnos: ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad”[6].
La fe en Cristo es fe eucarística. Benedicto XVI nos ha regalado un documento hermoso sobre el Sacramento del Altar: Sacramentum caritatis. Ahí nos dijo: “La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía… La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos”[7].
II. Fe e Iglesia.
Benedicto XVI puntualizó siempre que la fe es eclesial. En otras palabras, nos encontramos con el verdadero Cristo sólo en su Iglesia. Una frase magistral ha sido constantemente repetida de diversas maneras por el Papa de la fe: “Quien cree nunca está solo, no lo está en esta vida, ni tampoco en la muerte”[8]. La Iglesia es ese espacio donde podemos decir que no estamos solos. Más aún, “el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación”[9]. Creemos en la Iglesia en cuanto que ella viene de Cristo y es la que precede, engendra, alimenta y sostiene nuestra fe. “A Cristo lo descubrimos, lo conocemos como una persona viviente, en la Iglesia. Esta es su “cuerpo””[10].
Benedicto XVI hizo notar que la fe no es un asunto exclusivamente personal. Al contrario, requiere de la comunidad fundada por Cristo. En otras palabras, yo “no puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me introduce así, en la multitud de los creyentes, en una comunión que no es sólo sociológica, sino enraizada en el eterno amor de Dios que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal sólo si es también comunitaria: puede ser mi fe sólo si se vive y se mueve en el «nosotros» de la Iglesia, sólo si es nuestra fe, la fe común de la única Iglesia”[11].
Dejar de la lado a la Iglesia, en definitiva, lleva a dejar de lado al verdadero Jesús. Por eso, “es del todo incompatible con la intención de Cristo un slogan que estuvo de moda hace algunos años: “Jesús sí, Iglesia no”. Este Jesús individualista elegido es un Jesús de fantasía. No podemos tener a Jesús prescindiendo de la realidad que él ha creado y en la cual se comunica”[12]. Entre Cristo y la Iglesia existe una unidad inseparable. Cristo es actual gracias a su Iglesia. Por decirlo de otra manera: “Entre el Hijo de Dios encarnado y su Iglesia existe una profunda, inseparable y misteriosa continuidad, en virtud de la cual Cristo está presente hoy en su pueblo. Es siempre contemporáneo nuestro, es siempre contemporáneo en la Iglesia construida sobre el fundamento de los Apóstoles, está vivo en la sucesión de los Apóstoles. Y esta presencia suya en la comunidad, en la que él mismo se da siempre a nosotros, es motivo de nuestra alegría. Sí, Cristo está con nosotros, el Reino de Dios viene”[13].
Además, la Iglesia es la comunidad ungida por el Espíritu Santo. Gracias a la acción del Paráclito, la Iglesia es verdadero misterio de comunión. En Pentecostés, “el Hijo de Dios muerto y resucitado y vuelto al Padre sopla ahora sobre la humanidad, con inédita energía, el soplo divino, el Espíritu Santo. Y ¿qué cosa produce esta nueva y potente auto-comunicación de Dios? Allí donde hay laceraciones y donde son extraños entre sí, ésta crea unidad y comprensión. Se acciona un proceso de reunificación entre las partes de la familia humana, divididas y dispersas; las personas, muchas veces reducidas a individuos en competición o en conflicto entre ellos, alcanzadas del Espíritu de Cristo, se abren a la experiencia de la comunión, que puede involucrarlos a un punto tal de hacer de ellos un nuevo organismo; un nuevo sujeto: la Iglesia. Este es el efecto de la obra de Dios: La unidad. Por esto la unidad es el signo de reconocimiento, la ‘tarjeta de presentación’ de la Iglesia en el curso de su historia universal. Desde el inicio, desde el día de Pentecostés ella habla todas las lenguas. La Iglesia universal precede a las iglesias particulares, y estas deben siempre conformarse a aquella, según un criterio de unidad y de universalidad. La Iglesia no permanece jamás prisionera de los confines políticos, raciales y culturales; no se puede confundir con los Estados ni tampoco con las Federaciones de Estados, porque su unidad es de género diverso y aspira a atravesar todas las fronteras humanas”[14].
En las catequesis que dio sobre la Tradición, Benedicto XVI mostró con admirable claridad la importancia de insertarnos en la vida de la Iglesia. Esta vida no es otra cosa que la gran Tradición de la Iglesia que nos remonta hasta el mismo Cristo a través de los Apóstoles y sus legítimos sucesores. Nos decía en una sus audiencias que: “Gracias a la Tradición, garantizada por el ministerio de los Apóstoles y de sus sucesores, el agua de la vida que brotó del costado de Cristo y su sangre saludable llegan a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos. Así, la Tradición es la presencia permanente del Salvador que viene para encontrarse con nosotros, para redimirnos y santificarnos en el Espíritu mediante el ministerio de su Iglesia, para gloria del Padre”[15].
La Tradición nos lleva a hablar de la presencia de los Padres de la Iglesia. Podemos decir que Benedicto XVI nos regaló verdaderas clases de patrología desarrollando la vida y el pensamiento de los Padres y escritores eclesiásticos más relevantes de la Iglesia.
En relación con la eclesialidad de la fe, se inserta la importancia del ministerio sacerdotal. En su primer encuentro con el clero de Roma, Benedicto XVI les señalaba a los sacerdotes que la fe implica una “visibilidad”. Esta se expresa en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, la cual a su vez necesita del ministerio ordenado. “La fe cristiana no es algo puramente espiritual e interior, y nuestra relación con Cristo no es sólo subjetiva y privada. Al contrario, es una relación totalmente concreta y eclesial. A su vez, el sacerdocio ministerial tiene una relación constitutiva con el cuerpo de Cristo, en su doble e inseparable dimensión de Eucaristía e Iglesia, de cuerpo eucarístico y cuerpo eclesial”[16].
No podemos dejar de evocar aunque sea sólo brevemente lo que significó el año sacerdotal. Cómo no agradecerle a Benedicto XVI por ese año de gracia. Fueron numerosas las veces que Benedicto XVI exhortó a los sacerdotes a dar un auténtico testimonio de fe. El sacerdote es ante todo y sobre todo un “hombre de fe”. Es el hombre llamado a conducir a los demás a Cristo. A este respecto, indicaba a los sacerdotes: “En esta vida terrena no hay bien mayor que llevar a los hombres a Dios, despertar la fe, sacar al hombre de la inercia y de la desesperación, dar la esperanza de que Dios está cerca y guía la historia personal y del mundo: en definitiva, este es el sentido profundo y último de la tarea de gobernar que el Señor nos ha encomendado. Se trata de formar a Cristo en los creyentes, mediante ese proceso de santificación que es conversión de los criterios, de la escala de valores, de las actitudes, para dejar que Cristo viva en cada fiel. San Pablo resume así su acción pastoral: «Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Ga 4, 19)”[17].
Conviene también señalar, aunque sólo sea de manera muy breve, la insistencia de Benedicto XVI por mostrar que la liturgia expresa la naturaleza más íntima de la Iglesia. En una de sus catequesis nos decía: “Queridos amigos, la Iglesia se hace visible en muchos aspectos: en el trabajo caritativo, en proyectos misioneros, en el apostolado personal que cada cristiano debe realizar en su entorno. Pero el lugar donde se vive plenamente como Iglesia es la liturgia: esta es el acto por el que creemos que Dios entra en nuestra realidad y le podemos encontrar, le podemos tocar. Es el acto por el que entramos en contacto con Dios: Él viene a nosotros, y nosotros somos iluminados por Él. Por lo tanto, cuando en las reflexiones sobre la liturgia centramos nuestra atención solo en cómo hacerla atractiva, interesante, hermosa, corremos el riesgo de olvidar lo esencial: la liturgia se celebra por Dios y no por nosotros mismos; es obra suya; es Él el sujeto; y nosotros debemos abrirnos a Él y dejarnos guiar por Él y por su Cuerpo que es la Iglesia”[18].
III. Fe y Palabra de Dios.
En las enseñanzas de Benedicto XVI hay una continua llamada a escuchar “la Palabra de Dios”. Gracias a la escucha de esta Palabra se suscita la fe en el corazón del hombre. En su exhortación apostólica Verbum Domini, enseñó el sentido analógico de la Palabra de Dios, siendo el analogado principal, el Verbo eterno quien se ha hecho hombre para comunicar la salvación a todos los hombres. “La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad”[19].
Escuchar verdaderamente la Palabra de Dios desemboca en un encuentro auténtico con Cristo. “La fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de la Palabra divina: «la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo» (Rm 10,17). La historia de la salvación en su totalidad nos muestra de modo progresivo este vínculo íntimo entre la Palabra de Dios y la fe, que se cumple en el encuentro con Cristo. Con él, efectivamente, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida. Cristo Jesús está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y eclesial”[20].
En relación con la Palabra de Dios, está la Sagrada Escritura y la Tradición. Ambas se reclaman e implican mutuamente. En cuanto a la Sagrada Escritura, Benedicto XVI siempre remarcó la necesidad de una lectura eclesial. A las pocas semanas de asumir el pontificado afirmaba: “Cuando la Sagrada Escritura se separa de la voz viva de la Iglesia, pasa a ser objeto de las disputas de los expertos. Ciertamente, todo lo que los expertos tienen que decirnos es importante y valioso; el trabajo de los sabios nos ayuda en gran medida a comprender el proceso vivo con el que ha crecido la Escritura y así apreciar su riqueza histórica. Pero la ciencia por sí sola no puede proporcionarnos una interpretación definitiva y vinculante; no está en condiciones de darnos, en la interpretación, la certeza con la que podamos vivir y por la que también podamos morir. Para esto es necesario un mandato más grande, que no puede brotar única y exclusivamente de las capacidades humanas. Para esto se necesita la voz de la Iglesia viva, la Iglesia encomendada a Pedro y al Colegio de los Apóstoles hasta el final de los tiempos”[21].
La lectura de la Sagrada Escritura ―insistió Benedicto XVI- contribuye a alimentar la fe del creyente sólo cuando se hace “in Ecclesia”, es decir, dentro de la Tradición viva de la Iglesia. El hogar de la Biblia es la vida de la Iglesia. Si no separamos la Escritura de la Tradición de la Iglesia podemos escuchar la verdadera voz de Dios. Por ello, Benedicto XVI enfatizó que “la Iglesia vive con la certeza de que su Señor, que habló en el pasado, no cesa de comunicar hoy su Palabra en la Tradición viva de la Iglesia y en la Sagrada Escritura. En efecto, la Palabra de Dios se nos da en la Sagrada Escritura como testimonio inspirado de la revelación que, junto con la Tradición viva de la Iglesia, es la regla suprema de la fe”[22].
IV. Fe y Amor.
La fe no solamente lleva al encuentro con Cristo y es suscitada por la escucha de la Palabra de Dios, sino que se manifiesta en la caridad. La fe y la caridad son inseparables. En su primera encíclica Deus Caritas est, Benedicto XVI nos hizo una magistral enseñanza sobre la esencia del amor cristiano. Este amor brota de Dios, tiene como fuente el amor trinitario. Citando el texto de 1 Jn 4, 16: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16) nos decía que “estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana: el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”[23].
Una fe auténtica desemboca en la caridad. La fe hace posible hablar de una verdadera solidaridad con los demás. La comunión eucarística, comunión íntima con el Sacramentum fidei que además es Sacramentum caritatis, es un impulso a pensar en las necesidades de los demás. “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos”[24].
En su encíclica Caritas in veritate, Benedicto XVI nos enseñó que la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia es el amor teologal. “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”[25]. Al mismo tiempo, afirmó que este amor, no es cualquier sentimiento. Es un amor relacionado con la verdad.
En su carta apostólica Porta fidei, nos decía: “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado”[26].
Conviene citar el mensaje que Benedicto XVI redactó con motivo de la cuaresma de este año 2013. En él nos hizo una bella exposición de la relación que existe entre la fe y la caridad. “La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef. 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30)”[27].
V. Fe y Esperanza
En su encíclica Spe salvi, Benedicto XVI mostró la relación entre fe y esperanza. Al inicio de esta encíclica afirmaba: “Según la fe cristiana, la «redención», la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”[28].
En cierta manera, la fe y la esperanza se confunden. Por eso, la crisis de fe es crisis de esperanza. Citando Hb 11, 1, Benedicto XVI explicaba que la “fe es sustancia de lo que se espera, es argumento de lo que no se ve”. La fe aparece así como la “sustancia” de una realidad que si bien no vemos, va más allá de los sentidos, es trascendente. Sin embargo, es real. Se trata, en definitiva, de la “vida eterna”. La fe lleva en sí una tensión a la “vida eterna”. Pero, en cierta manera, la hace presente. No es puro futuro. “La fe no es sólo un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que, está todavía totalmente ausente, la fe nos da algo: nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una “prueba” de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro « todavía-no ». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras”[29].
En esta encíclica, Benedicto XVI indicaba que la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana está indisolublemente unida a la fe. No es la fe ni en el progreso ni en la ciencia, la que genera en el corazón del hombre la verdadera esperanza. Sólo el Dios revelado en Cristo es capaz de generar la auténtica esperanza. Por ello, “es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2, 12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que se resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (cf. Jn 13, 1; 19, 30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente « vida ». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la « vida eterna », la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud”[30].
VI. Fe y Razón
A Benedicto XVI no sólo le podemos llamar el “Papa de la fe”, sino también el “Papa de la razón”. Qué duda cabe que el mundo de la cultura lo reconoce como un gran pensador y todos admiran su gran talla intelectual. A lo largo de su magisterio, Benedicto XVI ha mostrado cómo la fe cristiana ayuda a forjar una sociedad más justa. Con una gran claridad ha afirmado que la fe potencia la razón. La eleva a alturas insospechadas. Gracias a la luz de la fe, que purifica la razón, los cristianos conocemos la verdad, rechazamos todo relativismo, y estamos llamados a ser apóstoles de la verdad. Y, todo ello contribuye al bien de la sociedad.
En Deus caritas est, Benedicto XVI indicaba: “La naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que nos abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón. Pero, al mismo tiempo, es una fuerza purificadora para la razón misma. Al partir de la perspectiva de Dios, la libera de su ceguera y la ayuda así a ser mejor ella misma. La fe permite a la razón desempeñar del mejor modo su cometido y ver más claramente lo que le es propio. En este punto se sitúa la doctrina social católica: no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica”[31].
En su encíclica social Caritas in veritate, Benedicto XVI explicó la relación esencial entre verdad y amor. Hizo notar cómo tanto la fe como la razón potencian la práctica de la caridad. Esta relación entre la fe y la razón contribuye al bienestar de todos independientemente del credo religioso. En efecto, “el diálogo fecundo entre fe y razón hace más eficaz el ejercicio de la caridad en el ámbito social y es el marco más apropiado para promover la colaboración fraterna entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz de la humanidad”[32].
Benedicto XVI ha dedicado varias ocasiones para hablar de la racionalidad de la fe. En una de las catequesis del año de la fe, decía: “La tradición católica, desde el inicio, ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer contra la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) no es fórmula que interprete la fe católica. Dios, en efecto, no es absurdo, sino que es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado, de verdad. Si, contemplando el misterio, la razón ve oscuridad, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay demasiada. Es como cuando los ojos del hombre se dirigen directamente al sol para mirarlo: sólo ven tinieblas; pero ¿quién diría que el sol no es luminoso, es más, la fuente de la luz? La fe permite contemplar el «sol», a Dios, porque es acogida de su revelación en la historia y, por decirlo así, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre, se ha ofrecido a su conocimiento”[33].
Una razón que sea abierta a la verdad trascendente, que no se cierre sólo en el mundo de lo sensible, es lo que ha pedido siempre Benedicto XVI. Por ejemplo, en Ratisbona afirmó: “Una razón que es sorda a lo divino y que relega la religión al espectro de las subculturas es incapaz de entrar al diálogo con las culturas”[34].
Benedicto XVI no perdió la ocasión de remarcar a los hombres de ciencia que la fe cristiana, al profesar la doctrina de la creación, contribuye a un valioso diálogo con las investigaciones científicas. En efecto, dado que toda la realidad viene del Logos, hay un diseño, un orden que la razón humana legítimamente puede profundizar. A los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias les decía: “Precisamente por la idea de la creación, el pensamiento cristiano ha empleado la analogía no sólo para la investigación de las realidades mundanas, sino también como un medio para elevarse del orden de la creación a la contemplación de su Creador, teniendo debidamente en cuenta el principio de que la trascendencia de Dios implica que toda semejanza con las criaturas implica necesariamente una mayor desemejanza: cualquiera que sea la estructura de la criatura es aquella cuyo ser es un ser por participación, mientras que Dios es aquel cuyo ser es ser por esencia, o Esse subsistens”[35].
El diálogo entre la fe y la razón es hoy urgente para conocer la verdad sobre el hombre y el cosmos. Por eso, les hacía notar a los hombres de ciencia lo siguiente: “En la gran empresa humana del esfuerzo por descubrir los misterios del hombre y del universo, estoy convencido de la urgente necesidad de continuar con el diálogo y la cooperación entre los mundos de la ciencia y de la fe en la construcción de una cultura de respeto al hombre, la dignidad humana y la libertad, para el futuro de nuestra familia humana y para el desarrollo sostenible a largo plazo de nuestro planeta. Sin esta interacción necesaria, las grandes preguntas de la humanidad salen del dominio de la razón y la verdad, y son abandonadas a lo irracional, el mito, o la indiferencia, con un gran daño a la humanidad, a la paz mundial y para nuestro destino final”[36].
VII. Fe y María.
Si bien es cierto que Benedicto XVI no escribió ningún documento sobre la Santísima Virgen María, la menciona con frecuencia presentándola como “modelo de fe”. María -enseña Benedicto XVI- es modelo de “la fe obediente”. En efecto, “la fe obediente es la forma que asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2, 19.51). María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad”[37].
María, afirmaba Benedicto XVI en una de sus catequesis, es “icono” de la fe obediente. Si en el AT, Abraham es el modelo de la fe, en la plenitud de los tiempos, lo es María. “El evangelista Lucas narra la vicisitud de María a través de un fino paralelismo con la vicisitud de Abrahán. Como el gran Patriarca es el padre de los creyentes, que ha respondido a la llamada de Dios para que saliera de la tierra donde vivía, de sus seguridades, a fin de comenzar el camino hacia una tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa divina, igual María se abandona con plena confianza en la palabra que le anuncia el mensajero de Dios y se convierte en modelo y madre de todos los creyentes”[38].
María es Madre Verbi y también Mater fidei pues concibe al Verbo encarnado, la Palabra eterna que se hace hombre, mediante un acto de fe. María es modelo de fe porque se abre totalmente sin poner condiciones a la Palabra de Dios. “Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo: si, en cuanto a la carne, sólo existe una Madre de Cristo, en cuanto a la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos. Así pues, todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos”[39].
En la Santísima Virgen María aprendemos como la fe desemboca necesariamente en el amor. Ella, “como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama”[40]. Es la fe de María lo que hace de ella una mujer de esperanza y que alumbra nuestra esperanza. Su “sí” lleno de fe hizo que sea también modelo de esperanza. “Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)?”[41]
En definitiva, María es “modelo de fe” –en consecuencia de caridad y amor- por su unión inigualable con Cristo. Por eso, en Lourdes, Benedicto XVI afirmaba de una manera audaz: “Todo ha venido de Cristo, incluso María. Todo ha venido por María, incluso Cristo”[42].
Valoración final.
Como hemos podido percibir nos encontramos con un magisterio admirable sobre la fe. Corresponde ahora a los teólogos sacar todas las potencialidades de este tesoro que ha significado para la Iglesia el magisterio de Benedicto XVI.
Para concluir mi modesta exposición, quisiera simplemente agradecer, al hoy Papa emérito Benedicto XVI, por sus enseñanzas sobre la fe. Sus palabras de despedida fueron: “Soy un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinación aquí en la tierra”. La fe es lo propio del peregrino, de quien está en camino hacia la patria celestial. Su Santidad Benedicto XVI, gracias por habernos acompañado en nuestra peregrinación en la fe con sus enseñanzas y sobre todo con su ejemplo.
P. Carlos Rosell De Almeida
Rector (e) de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
[1] J. RATZINGER, Homilía en la Santa Misa de inicio del Cónclave. 18/04/2005.
[2] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa de inicio del ministerio petrino. 24/04/2005.
[3] BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta fidei, n. 10.
[4] BENEDICTO XVI, Homilía en la toma de posesión de la Cátedra en San Juan de Letrán. 07/05/2005.
[5] BENEDICTO XVI, Homilía en las primeras vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo con ocasión de la inauguración del año paulino. 28/06/2008.
[6] BENEDICTO XVI, Audiencia general. La conversión de San Pablo. 03/09/2008.
[7] BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis n. 6.
[8] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa de inicio del ministerio petrino. 24/04/2005.
[9] BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta fidei, n. 10.
[10] BENEDICTO XVI, Audiencia general. 03-09-2012.
[11] BENEDICTO XVI, Audiencia general. La fe de la Iglesia. 31/10/2012.
[12] BENEDICTO XVI, Audiencia general. La voluntad de Jesús sobre la Iglesia y la elección de los doce. 15/03/2006.
[13] BENEDICTO XVI, Audiencia general. La voluntad de Jesús sobre la Iglesia y la elección de los doce. 15/03/2006.
[14] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés. 23/05/2010.
[15] BENEDICTO XVI, Audiencia general. La Tradición comunión con el tiempo. 26/04/2006.
[16] BENEDICTO XVI, Discurso al clero de Roma. 13/05/2005.
[17] BENEDICTO XVI, Audiencia. 26/05/2010.
[18] BENEDICTO XVI, Audiencia. 03/09/2012.
[20] BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, n. 25.
[21] BENEDICTO XVI Homilía en la toma de posesión de la Cátedra en San Juan de Letrán. 07/05/2005.
[22] BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, n. 18.
[23] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n.1
[24] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n.14
[25] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n.2.
[26] BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta fidei n. 14.
[27] BENEDICTO XVI, Mensaje para la cuaresma 2013.
[28] BENEDICTO XVI, Encíclica Spe salvi, n.1.
[29] BENEDICTO XVI, Encíclica Spe salvi, n. 7.
[30] BENEDICTO XVI, Encíclica Spe salvi, n. 27.
[31] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 28.
[32] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 57.
[33] BENEDICTO XVI, Audiencia. 21/11/2012.
[34] BENEDICTO XVI, Encuentro con los representantes de la ciencia en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona. 12/09/2006.
[35] BENEDICTO XVI, Audiencia a los participantes en la Asamblea Pontificia de las Ciencias, 8/11/2012.
[36] BENEDICTO XVI, Audiencia a los participantes en la Asamblea Pontificia de las Ciencias, 8/11/2012.
[37] BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis n. 33.
[38] BENEDICTO XVI, Audiencia general. La Virgen María: icono de la fe obediente. 19/12/2012.
[39] BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, n. 29.
[40] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 41.
[41] BENEDICTO XVI, Encíclica Spe salvi, n.49.
[42] BENEDICTO XVI, Procesión eucarística en Lourdes. 14/09/2008.
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