martes, 3 de mayo de 2011

EL BEATO JUAN PABLO II, REGALO DEL CIELO, PUENTE ENTRE LOS DOS MILENIOS

Les comparto un artículo que me han pedido para la Revista del Instituto de Pastoral Andina, Cuzco    

 

-          Nos preocupa Su Santidad (dijeron a Juan Pablo II las religiosas que le cuidaban al verle tan agotado)

-          Sí, hermanas, muy por preocuparse de Su Santidad, yo debo de ocuparme también de Mi Santidad

¡Y vaya si se ocupó de su santidad el nuevo beato desde este 1 de mayo!  Elevado a los altares por su sucesor Benedicto XVI. Algo insólito en la historia y que revela la fuerza de este "dulce Cristo en la Tierra" como escribía Santa Catalina. La Iglesia y el Mundo han celebrado una gran fiesta por regalo tan extraordinario.

Para valorarlo en su justa medida puede servirnos asomarnos a la crítica situación del planeta, tanto en lo civil como en lo religioso, también en lo católico, allá por los años 70, y las mejoras que este huracán del Espíritu ha provocado.

G. Weigel –su gran biógrafo- destacará que "Juan Pablo II ha renovado decisivamente el papado para el siglo XXI, recuperando y renovando la primacía evangélica del oficio de Pedro del primer siglo de la Iglesia" convirtiéndolo en "el más consecuente desde la Reforma del siglo XVI"[1] . Sus ocho grandes contribuciones o hitos son: la renovación del papado, la puesta en práctica en su totalidad de la doctrina del Concilio Vaticano II, el desmoronamiento del comunismo, la clarificación de los retos morales a los que se enfrenta la sociedad libre, la impronta del ecumenismo en el corazón del catolicismo, el nuevo diálogo con el judaísmo, la redefinición del diálogo interreligioso y la inspiración personal que ha cambiado incontables vidas. Tras veinte años de estudios sobre la persona y escritos del Papa, así como de cuatro buceando en su mundo interior, el mejor biógrafo del Papa, concluye "es un hombre que se ha esforzado muchísimo por ofrecer a las personas de su tiempo los instrumentos necesarios que hacen que vivamos la vida de una manera digna".

Necesitamos tiempo y silencio para valorar este cambio espectacular. El decreto sobre las virtudes heroicas de Karol Wojtyla, que marca el fin del proceso, fue promulgado por el Papa el 19 de diciembre de 2009, después del voto unánimemente favorable de los cardenales y obispos. El postulador de la causa de beatificación, monseñor Slawomir Oder, había presentado a la Congregación un presunto milagro, uno de los muchos informes de gracias recibidas por la intercesión de Juan Pablo II, recogidos después de su muerte. Se trata, de la curación de sor Marie Simon-Pierre, una religiosa francesa de 44 años, afectada por una forma agresiva del mal de Parkinson. La enfermedad que la había obligado a abandonar su servicio en la sala de maternidad de un hospital de Arles, desapareció de forma instantánea e inexplicable después de que las otras religiosas, en junio de 2005, se dirigieron a Wojtyla, recientemente fallecido, pidiendo el milagro de la curación.

La primera sensación que nos produce el tratar la figura del Papa Juan Pablo II es el desborde de una personalidad extraordinaria, exuberante, que se nos escapa a la hora de tratar de abarcarla. Y lo primero que salta a la vista es lo humano y divino en el pontificado a lo largo de dos mil años. Podemos aventurarnos a decir que en el 264 sucesor de Pedro se ha hecho más consciente si cabe la responsabilidad de la misión de sumo pontífice (constructor de puentes), siervo de los siervos de Dios (gesto de besar el suelo cuando visita todos los países), alter Cristus (cuando la gente le aclama "Juan Pablo II", él susurra "Alabado sea Jesucristo". Me aventuro a decir también que –pensando en su capacidad para el teatro- el mejor papel interpretado ha sido el de Papa; y destaco en él el sentido de la coherencia y de la realidad. El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro,  protagonista del Concilio vive la definición dada por el aula vaticana "es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles". (Lumen Gentium, 23).

A él le tocó introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio. El Santo Padre concluyó su homilía recordando que "la Iglesia peregrina en la tierra, a través de su liturgia, del anuncio del Evangelio, de su testimonio, se hace eco cada día de este canto celeste. Quiera el Señor que, en el nuevo milenio, crezca cada vez más en la santidad, para ser en la historia verdadera "epifanía" del rostro misericordioso y glorioso de Cristo el Señor. ¡Así sea!" Pero es también el mundo del retorno a los valores  espirituales, del deseo intenso de Dios en una sociedad 'postcristiana' (auge de las sectas), de una juventud que en conjunto ha descubierto en su propia carne el envilecimiento...

 

Lo medular de su pensamiento está en la encíclica Fides et ratio (1998), porque está  dedicada a la reflexión sobre las relaciones entre fe y razón, y la teología y el pensamiento cristianos. El objetivo de la encíclica es, en definitiva, dar confianza al hombre contemporáneo. El mensaje último de la Encíclica podría resumirse en una afirmación del número 90: "Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente"[2]. Se trata de un enérgico llamado de Juan Pablo II para despertar la conciencia de cuantos se interesan por la verdadera libertad del hombre. Ésta, afirma el Papa, sólo se puede alcanzar y asegurar si el canal hacia la verdad permanece abierto y accesible siempre, a todos y en todas partes. Por último, se dirige a María, "Trono de la Sabiduría" deseando que "sea puerto seguro para quienes hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría" (n. 108). Dado que con la Veritatis Splendor quiso llamar la atención sobre algunas verdades de orden moral que habían sido olvidadas o mal interpretadas, la presente Encíclica quiere referirse a la verdad misma y su fundamento en relación con la fe.  

Si es cierto que toda la encina está contenida en una bellota, me atrevo a aventurar que todo el exuberante magisterio oral y escrito del Papa está contenido en la breve presentación del día de su elección y el homilía de su primera misa como Papa. La tarde del 16 de octubre de 1978 la gente reunida en la plaza de San Pedro escuchó un nombre en latín poco conocido, Carolum Wojtyla. Algunos pensaron que era un cardenal africano, pero se trataba del arzobispo de Cracovia, Polonia, elegido como el 264 sucesor de Pedro, el pescador de Galilea y primer obispo de Roma, donde murió mártir y cuyos restos son la Primera Piedra de la Iglesia. Su elección fue el 81 cónclave de la historia. Y en sus primeras palabras al mundo confesó: "He tenido miedo al recibir esta  designación, pero la he aceptado con el ánimo puesto en la confianza en nuestro Señor y en la confianza en su Santísima Madre María".

Recordemos su primera intervención como Papa:

"¡Alabado sea Jesucristo!

Mis queridos hermanos y hermanas...Todavía lloramos la muerte de nuestro querido Juan Pablo I. Y ahora los eminentes cardenales han llamado a un nuevo obispo de Roma. Le han llamado de un país lejano; lejano, sí, pero siempre cerca de través de la comunión de la fe y en la tradición cristiano...Temía recibir este nombramiento, pero lo he hecho en el espíritu de obediencia a Nuestro señor Jesucristo y con plena confianza en Su Madre, la Santísima Virgen.

No sí si me expreso con claridad en vuestra...en nuestra lengua italiana. Si cometo algún error, vosotros me corregiréis".

Y de este modo me presento a todos vosotros, para confesar nuestra fe común, nuestra esperanza, nuestra confianza en la Madre de Cristo y de la Iglesia, y también para emprender de nuevo este camino de la historia y la Iglesia, con la ayuda de Dios y con la ayuda de los hombres"

Y a renglón seguido,  en la homilía de la inauguración del pontificado pronunció: "!Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la Humanidad entera!

¡No temáis!¡Abrid, más todavía, abrid de par en la par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines  de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce ´lo que hay dentro del hombre´. Sólo Él lo conoce".

Después de escribir un libro sobre el Papa, conducir varios programas en PAX TV sobre su vida y mensaje, me resulta cada vez más próximo a nuestro misionero gigante Santo Toribio, especialmente por su pasión por Cristo y por el hombre –especialmente el más necesitado-, por la comunión y la misión, por la Iglesia y por el mundo, y siempre desde su íntima unión con Dios y tierna devoción a María.

 

 



[1] Biografía de Juan Pablo II. Testigo de Esperanza Plaza y Janés, Barcelona 1999 p.1125.  p.1129

[2] Es muy elocuente el testimonio de André Frossard quien preguntó al Papa una noche en Castengandolfo que si tuviera que elegir una sola frase del Evangelio para legarla a la Humanidad, ¿cuál elegiría? ..Sin dudar un instante, respondió: "La verdad os hará libres".Cit. en  M.A. Velasco Juan Pablo II, ese desconocido (Anécdotas humanas de un Papa fascinante) Planeta-Testimonio, Madrid, 1998. p.183


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