ANIMACIÓN BÍBLICA DE LA PASTORAL
VICARÍA GENERAL DE PASTORAL – ARZOBISPADO DE SANTIAGO
LA ORACIÓN QUE VERDADERAMENTE TRANSFORMA
DIOS ESCUCHA
PALABRA (Lc 18, 9-14) El Señor escucha al pobre que suplica y rechaza al que se vanagloria y desprecia a los demás.
RESUENA LA PALABRA
- La parábola que nos presenta San Lucas nos reproduce dos formas tipológicas de estar ante Dios:
- La del ser humano cumplidor, correcto, que se ha hecho a sí mismo, complacido de su trabajo y dado a la autoglorificación...
- Su oración expresa una acción de gracias por la satisfacción que tiene de sí mismo (v. 11-12).
- El publicano tiene el buen gusto de ir al templo para acusarse a sí mismo y no a los demás.
- No multiplica las palabras y no busca sus buenas acciones.
- Su oración es sobria, humilde -"manteniéndose a distancia" (v.13)-, penetrada de la conciencia de su indignidad y de su propia miseria (v.13).
- Sencillamente se reconoce indigno (v.13), no pretende llamar la atención de Dios ni sobre él, ni sobre ningún personaje.
- Como contrapunto del reconocimiento de su pecado abre su "nada" al don, su miseria a la misericordia (v.13)
Jesús, en esta parábola, nos revela un Dios que no sabe de "méritos", un Dios que da sin medida misericordia y perdón a quien tiene necesidad de Él; un Dios que no está interesado por nuestro "dossier de méritos", sino por nuestros "precedentes" que nos acercan a su infinita ternura de Padre. En la relación con Dios "el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado" (v.14).
Bendiciones
Estudio Bíblico de base para la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Trigésimo del tiempo ordinario – 24 de Octubre de 2010
CATEQUESIS SOBRE LA ORACIÓN (III):
La oración que verdaderamente transforma
Lucas 18, 9-14
“La confesión de los pecados invita al médico que te va a curar,
del mismo modo que repele al médico aquella persona
que en su dolencia dice: ‘Estoy sano’”
(San Agustín)
“Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás”
Comencemos orando:
Enséñanos a orar, Jesús,
con espíritu humilde,
abiertos a la obra
del Padre Creador
en nosotros
con la fuerza
generadora de vida
del Espíritu Santo.
Amén.
Introducción
El domingo pasado la liturgia nos presentó la parábola de “la pobre viuda y del juez inicuo”, con la cual se ilustraba la fuerza de una oración perseverante. Este domingo la catequesis sobre la oración continúa con otra parábola, la “del fariseo y el publicano”. Esta insistencia es importante, no es por acaso que una los temas importantes en la formación del discípulo, según el evangelio de Lucas, es el de la oración.
La parábola “del fariseo y el publicano” también nos muestra la eficacia de la oración, la cual no depende de la bondad del orante sino ante todo de la bondad de Dios quien escucha y responde las plegarias. Igualmente se denuncia un mal hábito, lastimosamente expandido entre algunas personas piadosas que piensan que la salvación depende de su esfuerzo solamente, razón por la cual se vuelven excesivamente rígidas en el cumplimiento de las normas, y olvidan que ella es esencialmente un don de Dios.
Leamos atentamente el texto:
18,9Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
10«Dos hombres subieron al templo a orar;
uno fariseo, otro publicano.
11El fariseo,
de pie, oraba en su interior de esta manera:
"¡Oh Dios!
Te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros,
ni tampoco como este publicano.
12Ayuno dos veces por semana,
doy el diezmo de todas mis ganancias."
13En cambio el publicano,
manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
"¡Oh Dios!
¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"
14Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no.
Porque todo el que se ensalce, será humillado;
y el que se humille, será ensalzado.»
Profundicemos despacio en cada línea esta catequesis sobre la oración que nos ofrece Jesús en el evangelio de Lucas.
1. El texto y su contexto
La conexión con el pasaje anterior la vemos en la temática de la “justicia”. Mientras la parábola anterior enfatizó que Dios “hará justicia” (18,7.8), esta otra presenta la comparación entre un fariseo que “confiaba en su propia justicia” (se tenía por “justo”; 18,9.11) y un cobrador de impuestos que salió del Templo “justificado”, es decir, que buscaba la justicia de Dios (18,14).
La relación con Dios vuelve a colocarse sobre el primer plano. La última frase de Jesús en el pasaje anterior fue la pregunta: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (18,8). Esta la leímos como un llamado de atención sobre la actitud que debe corresponder a la justicia inminente de Dios. Dios obra, es verdad, pero es muy importante cómo nos presentamos ante él. El pasaje de hoy trata de la actitud correcta que hay que tomar ante Dios, la que se ajusta a “la fe”.
Por ser parábola esta no es una “historia verdadera” sino una “historia que dice algo verdadero”. Para ayudarnos a comprender cuál es la actitud “justa” del hombre con Dios, Jesús propone dos ejemplos contradictorios: el del un fariseo y el de un cobrador de impuestos.
El pasaje sigue una estructura a la que ya nos vamos familiarizando cada vez que leemos parábolas lucanas:
(1) La introducción (18,9).
(2) La parábola del fariseo y el publicano (18,10-13).
(3) La aplicación de la parábola (18,14).
2. La introducción (18,9)
Comienza el pasaje con la anotación: “(Jesús) dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola” (18,9).
Esta introducción anticipa el objetivo primario de la parábola: expresar un juicio sobre aquellos que se presentan ante el Señor con la equivocada convicción de que son “justos”, o sea, de que están perfectamente sintonizados con la voluntad de Dios por el simple hecho de poner en práctica las normas legales y cultuales, al mismo tiempo que desprecian a los demás.
En el presentarse como “justos” y al mismo tiempo “despreciar a los demás” hay una contradicción interna. El Dios de la misericordia predicado por Jesús “es bueno con los ingratos y perversos” (Lc 6,35).
¿Cómo era este desprecio de los demás? La parábola que sigue lo va a ilustrar. Pero anticipemos un buen ejemplo de “desprecio por los demás” en la declaración altiva de un grupo de fariseos en Juan 7,49: “Esa gente que no conoce la Ley son unos malditos”.
La línea que demarcaba una clara división entre los fariseos y los demás era el conocimiento de la Ley. Su actitud orgullosa se basaba en el poder que les daba el conocimiento: “Yo conozco; tú eres un ignorante”, “Yo soy justo; tú eres pecador”, “Yo tengo valor ante Dios y los demás; tú eres un pobre tonto”.
¿Cuál era la realidad que había por detrás de esta mentalidad? Por el mundo-ambiente de los tiempos de Jesús, sabemos que el conocimiento “perfecto” de la Ley estaba reservado para la clase privilegiada de los escribas, particularmente los del grupo de los fariseos, quienes eran los más meticulosos. No era fácil conocer la Ley como la conocían estas personas piadosas, por eso era complicado conseguir ponerse al nivel de ellos. Para conocerla bien había que estudiar mucho tiempo, preferiblemente desde niños.
El hecho es que, puesto que la Ley era la expresión de la voluntad de Dios, solamente quienes la conocían a fondo estaban en condiciones de cumplirla y presentarse como “justos”. Los demás, quienes transgredían continuamente muchos de sus pormenores, fuera por ignorancia o por falta de una disciplina espiritual estricta, automáticamente eran clasificados entre los “pecadores”.
3. La parábola del fariseo y el publicano (18,10-13)
A aquellos que “se tenían por justos y despreciaban a los demás” Jesús les propone una parábola que pone en el escenario, en el Templo (ante la presencia de Dios, que es quien determina quién tiene valor ante él y quién no), a dos personajes que representan las posturas extremas en torno al conocimiento y cumplimiento de las normas divinas: un fariseo y un publicano.
3.1.El contexto de la oración en el Templo (18,10ª)
La primera línea de la parábola levanta el telón del escenario y presenta de manera increíblemente sintética el lugar, los personajes y la acción: “Dos hombres subieron al templo a orar” (18,10ª).
Jesús se refiere al Templo de Jerusalén, el que conoció en su forma monumental con las reformas arquitecturales queridas por el rey Herodes el Grande, y que en este tiempo todavía tiene algunas partes en “obra negra”.
Para la mentalidad bíblica, el Templo de Jerusalén, era considerado como el lugar donde el Dios de Israel moraba de un modo especial; era un signo de la presencia del Dios de la Alianza que, sin perder su trascendencia, habita con su pueblo.
El Templo era lugar de oración comunitaria y también personal. En tiempos de Jesús, muchos judíos iban al Templo con motivo de las grandes fiestas y, para los que habitaban más cerca, el lugar preferido para recitar las oraciones cotidianas sobre todo la de los sábados.
Había una convicción profunda de que éste era el lugar más propicio para ser escuchado por Dios. Así se lo había pedido Salomón –el primer constructor del Templo- a Dios el día de la consagración del edificio: “Oye pues la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona” (1ª Reyes 8,30).
Hasta el Templo “suben a orar” (lo cual concuerda bien con el “bajar” al final; 18,14b) sugiere un acto formal y quizás peregrinación. Se dejan ver enseguida dos personajes que el pueblo identifica con facilidad por sus comportamientos públicos: el típico santo (el fariseo) y el típico pecador (el cobrador de impuestos).
¿Qué sucede al interior de la oración de cada uno de ellos?
3.2.La oración del fariseo (18,11-12)
La sola denominación “fariseo” ya es diciente, significa “separado”:
· Así se diferenciaban de los otros grupos judíos de su época: los saduceos, zelotas, esenios.
· Se caracterizaban por una estricta disciplina espiritual que los llevaba a tomar distancia de los otros que no seguían las normas al pie de la letra.
· Consideraban estar a una buena distancia física y espiritual de los “pecadores” y de todo aquello que pudiera “contaminarlos”.
Para cumplir la voluntad de Dios en sus detalles mínimos los fariseos le daban mucha atención a las obras externas. Éstas eran tantas que terminaban descuidando la actitud interna que debía acompañarlas. Terminaban poniendo su confianza, como dirá Pablo, en las “obras de la Ley”, logrando así una “justicia” –la actitud correcta que una persona debe adoptar ante Dios- por las obras, es decir, por mérito propio.
La rigidez externa que descuida la actitud interna será duramente combatida en diversos pasajes de los evangelios y es una de los motivos por los cuales el movimiento fariseo no parece ser muy apreciado. Sin embargo, no hay que generalizar: no todos los fariseos eran así, en los mismos evangelios encontramos fariseos dignos de grata recordación como Nicodemo, José de Arimatea; en los Hechos se presenta al gran Gamaliel y uno de sus discípulos más famosos, Pablo, quien –ya siendo cristiano- se vanagloriaba delante del Sanedrín por haber “vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión” (Hch 26,5).
Los fariseos no eran los únicos a quienes se les podía aplicar el perfil de orante que aparece enseguida; pero puesto que en general el movimiento fariseo era más reconocido por su piedad externa estricta –la cual debía notarse más en ellos que en las otras personas- se ganaron el cliché que se refleja en esta parábola (una caricaturización).
¿Cómo ora el fariseo?
La oración del fariseo de la parábola es descrita con todos los detalles de un perfil:
(1) Ora “de pie”
Es la posición normal de la oración en el mundo hebreo. Sólo antes o después de la oración era que se adoptaban las otras posturas de reverencia: la inclinación profunda de cabeza y pecho, arrodillarse o postrarse completamente en el suelo. Entonces el fariseo se presenta con una postura formalmente correcta: una oración normal.
(2) Ora “en su interior”
Esto ya no es común en una oración en el Templo. Lo habitual es recitar las oraciones establecidas en voz alta o al menos susurrándolas.
Esto tiene su interés: cuando se ora en voz alta (pensemos por ejemplo en el rezo comunitario del rosario o del breviario) la mente puede distraerse fugazmente y aún así seguir orando. Si aquí se deja entender que ora con la boca cerrada (“diciendo en su interior”) es que hay un buen nivel de concentración, lo cual –ahora que se vea el contenido- indica que sabe muy bien lo que está cavilando. Su oración es una murmuración.
(3) Ora “diciendo…”
Después de invocar a Dios (¡Oh Dios!) entona una acción de gracias (en hebreo “agradecer” quiere decir también “alabar”) que se apoya en un doble listado: lo que no hace (18,11c) y lo que sí hace (18,12).
La frase “no soy como los demás hombres” aparece como el núcleo de la alabanza, de allí proviene su “hacer” distintivo:
- Lo que “no” hace: (a) Robar, (b) Cometer injusticias, (c) Cometer adulterios.
- Lo que “sí” hace: (a) Ayunar dos veces por semana, (b) Pagar el diezmo de todas las ganancias.
Hacer oración declarando la propia inocencia no es extraño para quien conoce el mundo de los Salmos, por ejemplo: “Odio la asamblea de los malhechores / y al lado de los impíos no me siento. / Mis manos lavo en la inocencia / y ando en torno a tu altar, Yahvé” (Salmo 26,5-6). Este estilo de oración encaja bien para un piadoso ilustrado, ya que un estudioso de la Ley evita el contacto con la gente mala: “ni en la senda de los pecadores se detiene, / ni en el bando de los burlones se sienta” (Salmo 1,1).
Llama la atención que el fariseo que se autoconsidera diferente de todo el mundo, al final enfatice: “Ni tampoco como este publicano”. Así el catálogo de vicios que son extraños a su vida se corona con algo peor de lo que se ha librado: ser “publicano”. Si ya es reprochable orar agradeciendo “no ser cómo los demás hombres”, mucho más lo es el agradecer comparándose directamente con quien tiene a su lado. Aquí se le va la mano al fariseo puesto que los Salmos no oran así. Su “piedad” cae en la vanidad que desprecia.
También en el catálogo de virtudes –la propaganda de sus buenas obras- se la va la mano al fariseo; éste cumple la Ley y todavía un poquito más:
· El ayuno es obligatorio una vez al año, en la fiesta de la “Expiación” (el “Yom-Kippur”), y quizás también en el aniversario de la “Dedicación” del Templo. Existía también el ayuno voluntario, opcional, dos veces a la semana (los lunes y jueves). El fariseo practica también éste último, esto indica que con frecuencia se le debía ver con la cabeza cubierta de ceniza y los vestidos rotos, esperando que Dios se apiadara de su miserable condición.
· El diezmo –el 10% de todo lo que se adquiriera- debía ser pagado a los sacerdotes. El fariseo dice “de todas mis ganancias”.
El ayuno y el diezmo son actos externos que no necesariamente prueban las disposiciones íntimas del corazón. Ya en un pasaje anterior, Jesús había censurado esto: “Pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis de lado la justicia y el amor de Dios” (11,42); entonces la “justicia” de este hombre se presenta como “justo” no necesariamente es “justicia”.
El fariseo aparece aquí como la típica persona que pregona a los cuatro vientos lo que hace, esperando el reconocimiento y la felicitación. Él se considera una persona superior a todos los pecadores y su oración consiste en presentarle a Dios la factura de sus obras, como una especie de orden de cobro de la recompensa. Al fariseo no se le ocurre pensar que es un pobre pecador que tiene necesidad de la misericordia de Dios.
3.3.La oración del publicano (18,13)
También aquí cuando decimos “publicano”, tenemos que hacer una precisión: no es el típico de su grupo. Aquí no es el típico “pecador” sino el “típico” convertido que vuelve a la casa del Padre (ver Lc 15,1-2).
Su mención es familiar para los que venimos leyendo el evangelio de Lucas. Se trata de personas consideradas despreciables por su empleo al servicio del dominador romano. La manera de ganarse el cargo suponía procedimientos oscuros: era un puesto que se compraba. Por eso se veían obligados a compensar su inversión exigiendo más de lo establecido. De ahí que se ganaran correctamente el título de “pecadores” (contrarios al querer del Dios de la Alianza y la fraternidad: lejos de Dios y de sus hermanos) (ver lo que ya se ha dicho al respecto en la Lectio del 12 de septiembre pasado).
El “publicano” era marginado, mediante actos de desprecio, de la vida social hebrea y sólo era readmitido cuando cumplía los requisitos. Las posibilidades de que esto sucediera eran muy pocas. El común de la gente ya estaba habituada a pensar que no había que esperar la conversión de una persona así, porque para ser readmitido plenamente en la comunidad de fe (1) tenía que renunciar al cargo y (2) pagarle el 20% de intereses a todas las personas que hubiera defraudado. Con esas condiciones era prácticamente impensable la posibilidad de la conversión.
¿Cómo ora el publicano?
El “publicano” llega en desventaja ante Dios ya que el fariseo lo acaba de acusar explícitamente. Pero él acude ante Dios con una actitud diametralmente opuesta a del fariseo:
(1) Ora “manteniéndose a distancia” y “sin levantar los ojos”
El punto focal en el Templo es el “Santo de los Santos”, la “morada” del Señor. Con relación a éste el publicano se mantiene a distancia como un reconocimiento de su indignidad. No se siente con “derechos” ante Dios y expresa físicamente su real distanciamiento moral del Dios de la Alianza.
“Levantar los ojos” en la oración significa “confianza” en Dios. Éste en cambio “no se atreve” a hacerlo: siente vergüenza de su vida pasada.
(2) Ora “golpeándose el pecho”
Se trata de un gesto de arrepentimiento que es común en varias religiones. Este gesto era muy apreciado dentro los rituales hebreos. El gesto entraña tristeza y firme voluntad de querer cambiar el corazón:
· Tristeza. En el antiguo Egipto las plañideras se daban golpes en su pecho desnudo para simbolizar la tristeza de la familia del difunto.
· Querer cambiar el corazón. El corazón “duro”, allí donde nacen los pensamientos y las acciones malas, quiere ser sometido a la docilidad a Dios.
De esta manera el publicano admite públicamente (aunque no le interesa ser visto, como se vio anteriormente) que ha cometido un pecado grave. Su gesto físico –con su doble significación- muestra que el arrepentimiento es verdadero.
(3) Ora “diciendo…”
El gesto va acompañado de una sola frase que consta de tres partes: (a) La invocación, que es idéntica a la del fariseo (¡oh Dios!); (b) la súplica “Ten compasión de mí”, que retoma la primera línea del Salmo “Miserere” (51,3); y (c) el reconocimiento “soy pecador” (que es mucho más profundo que el “pues mi delito yo lo reconozco” del Salmo 51,5).
El orante no dice cuál es su pecado: todo él se presenta como pecador. El Dios que sondea los corazones (Salmo 139,1) sabe de qué se trata.
A diferencia del fariseo, este orante no trae nada entre sus manos para apoyarse en la relación con Dios. No trae ninguna obra buena, excepto su arrepentimiento. Es aquí donde el publicano corona su Salmo Miserere, como si quisiera decir: “Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias” (51,19b).
El Salmo del Perdón no necesita ser recorrido en todas sus palabras, porque la actitud completa de este hombre le da voz y se hace su lenguaje.
4. La aplicación de la parábola (18,14)
Finalmente Jesús mismo se da la palabra para declarar cuál es la visión de Dios sobre los comportamientos analizados en la parábola: ¡Una conclusión sorprendente!
Jesús pone de relieve que en la parábola había un tercer personaje quien, además, es el personaje central: Dios mismo. Es a él a quien se le han dirigido las oraciones y es él quien las responde o las rechaza. Jesús interpreta la respuesta del Padre, a quien él conoce como ningún otro, y nos dice qué recibirá tanto al fariseo como al publicano: el Padre justificará a quien pide ser justificado y no podrá hacer nada por quien se justifica a sí mismo. La justicia de Dios es para quien se hace digno de ella abriéndose a su misericordia.
En el versículo conclusivo vemos entonces cómo Jesús hace dos declaraciones:
(1) Le pone el epílogo (la respuesta de Dios) a la oración de los personajes (“Os digo que…”; 18,14ª).
(2) Enuncia una enseñanza en forma de principio válido para todos (“Porque todo el que…”; 18,14b).
4.1.El epílogo (18,14ª)
Jesús le coloca el epílogo a la historia con esta frase: “Os digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél no” (18,14ª).
Se establece una diferencia al final: uno es justificado y el otro no. Es el publicano el que representa la actitud justa que se debe adoptar ante Dios.
Con el fariseo aprendemos que la orgullosa confianza en sí mismo anula la confianza en Dios. Con el publicano entendemos que la verdadera devoción a la cual responde la misericordia de Dios, no está relacionada con la humildad sincera.
4.2.La lección (18,14b)
Un principio general queda en la mente del lector de la parábola: “Porque todo el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado” (18,14b).
La oración de Ana, en el Antiguo Testamento, ya evocada por Lucas en el Magníficat (1,46-55) parece asomarse detrás del enunciado de Jesús: es Dios quien “enriquece y despoja, abate y ensalza” (1 Sm 24-8).
Se quiere decir que delante de Dios el hombre no puede vanagloriarse de nada y que, de hecho, no está en condiciones de hacerlo (ver Isaías 40,5). El ser reconocidos como “agradables” y “dignos” en la presencia de Dios es algo que le compete a él y no a nosotros. Esto aparece claro en la conciencia profética: “Yahvé, tú nos pondrás a salvo, que también llevas a cabo todas nuestras obras” (Isaías 26,12). “Yo sé, Yahvé, que no depende del hombre su camino, que no es del que anda enderezar su paso” (Jeremías 10,23).
Por tanto en lugar de gloriarnos de las buenas obras lo que hay que hacer es presentarse ante Dios para dejarlo ser nuestro Dios: aquél toma el barro de nuestra vida y lo moldea formando en nosotros el hombre nuevo. Es así Dios “ensalza” a su humanidad.
En fin…
La oración auténtica es aquella que en la cual nos abrimos a la obra creadora de Dios en el perdón: el perdón que transforma la existencia haciéndola renacer para la vida plena. La oración puede tener sus lugares, sus formas, sus posiciones, pero lo que más importa es la actitud que le da contenido: la entrega del “ser” (como bien dice el publicano: “soy”; no el “hago” del fariseo) completamente anonadado ante la infinita grandeza de la misericordia renovadora de Dios.
5. Releamos el evangelio con un Padre de la Iglesia
Veamos cómo aborda san Agustín el evangelio de hoy.
5.1.Reconoce lo que eres
“Nadie te dice: ‘Sé un poco menos de lo que eres’, sino ‘reconoce lo que eres’. Reconoce que estás enfermo, reconoce que eres hombre, reconoce que eres pecador; reconócete manchado, porque es Él quien te justifica. Que aparezca en tu confesión la mancha de tu corazón y pertenecerás al rebaño de Cristo. Porque la confesión de los pecados invita al médico que te va a curar, del mismo modo que repele al médico aquella persona que en su dolencia dice: ‘Estoy sano’.
¿No habían subido al Templo el fariseo y el publicano? Aquél se gloriaba de su salud, éste mostraba sus llagas al médico.
El primero decía: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias, porque no soy como este publicano’ (Lc 18,11). Se gloriaba por encima del otro. Por eso, si aquel publicano estuviera sano, el fariseo tendría envidia de él porque no tendría sobre quién elevarse. (…) Por tanto, no estaba sano. Pero ya que decía que estaba sano, no bajó curado.
El otro, por el contrario, con los ojos mirando al suelo y no atreviéndose a elevarlos al cielo, se golpeaba en el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! Sé propicio conmigo, que soy pecador’ (Lc 18,13).
¿Y qué dice el Señor? ‘En verdad os digo que bajó justificado del Templo el publicano y no el fariseo; porque todo aquel que se eleva será humillado y quien se humilla será elevado’ (Lc 18,14).” (San Agustín, Sermón 137,4)
5.2.Guárdate de ser soberbio
“‘Yo –dice el fariseo- no soy como este publicano’. Yo soy único: éste es de los otros. Por mis obras justas, yo no soy como éste. Gracias a ellas, no soy inicuo. ‘Ayuno dos veces por semana y doy el diezmo de todo lo que poseo’.
¿Qué fue lo que el fariseo le pidió a Dios?
Examina sus palabras y no encontrarás nada. Subió a orar y en vez de rogarle a Dios, se alabó a sí mismo. Todavía es poco decir que en vez de rogarle a Dios se alabó a sí mismo; todavía más: subió para insultar a aquel a quien le rogaba.
‘El publicano se quedó a distancia’. Y, con todo, se aproximaba de Dios. (…) Y Dios lo atendía de cerca. El Señor es excelso, pero dirige su mirada al que es humilde. A los que se exaltan, sin embargo, como hacía aquel fariseo, los conoce de lejos (ver Salmo 137,6). A las cosas elevadas, por tanto, las conoces de lejos, pero las ignora.
Escucha ahora la humildad del publicano. No sólo permanecía a distancia, sino ‘sin siquiera atreverse a levantar los ojos al cielo’. No se atrevía a mirar, para ser visto. No se atrevía a mirar hacia lo alto: lo oprimía la conciencia, pero lo levantaba la esperanza.
Escucha todavía más: “se golpeaba el pecho”. Él mismo se aplicaba el castigo. Por eso el Señor perdonaba a aquel que se confesaba, sólo se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Señor, ten compasión de mí, que soy pecador!’. He aquí la verdadera oración.
(San Agustín, Sermón 115,2)
6. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
6.1. ¿Con qué finalidad pronuncia Jesús la parábola de hoy? ¿Sigue siendo válida todavía en el contexto actual?
6.2. Los personajes están claramente delineados. ¿Qué caracteriza a cada uno?
6.3. ¿Mi forma de oración a cuál de ellos se aproxima más?
6.4. La oración auténtica hace que se salga de ella “justificado” (como el publicano). ¿Qué se quiere decir con esto? ¿Qué relación tiene con el ser “ensalzado”? ¿Qué habría que esperar de las experiencias de oración?
6.5. Hoy tenemos una buena ocasión para hablar en familia y en comunidad sobre la oración y los cambios que ella debería introducir en medio de nosotros. ¿Cómo vamos a impulsar caminos de oración que sigan el ejemplo del publicano convertido?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
Miniatura del fariseo y el publicano. Biblioteca Nacional de Madrid. Obra Cardenal Cisneros
Anexo 1
Pistas para las otras lecturas del domingo
Sumario: En el evangelio de hoy, Jesús nos invita a situarnos honesta y sinceramente ante Dios. La oración del pobre atraviesa las nubes, dice Ben Sirac. El Señor escucha a quienes le claman, canta el salmista. El Señor me salvará, me hará entrar al cielo, en su Reino, escribe san Pablo. Entremos por parte nuestra en este domingo con una gran confianza en Dios, nuestro Padre.
Primera Lectura: Eclesiástico 35, 12-14.16-18
Este pasaje del libro del Eclesiástico (se llama así porque era muy leído en las antiguas asambleas cristianas; su nombre original es “Sirácida” por su autor: Jesús Ben Sirac), nos presenta a Dios como un juez imparcial que no tiene en cuenta el rango social o la fortuna de quien se presenta ante él. Pero eso sí, Dios escucha los gritos del pobre, la viuda y el huérfano, cuando claman a él. Aquí el pobre es una persona desprovista de bienes materiales pero también de relaciones sociales, no cuenta con apoyo, no tiene quien se ocupe de él.
En el centro del texto se describe una oración ardiente y perseverante que tiene gran eficacia.
Se plantea también el tema de la relación entre el culto y la rectitud moral. El autor pregunta: ¿Cómo puede agradar a Dios la ofrenda en sacrificio de un producto adquirido con la práctica de la injusticia y el fraude? Quien le ofrece a Dios un don obtenido por la opresión y la explotación de los más débiles, se comporta como si pretendiera sobornar y corromper al Altísimo.
Pero el Señor trata a todos con una equidad soberana. Nunca se deja sobornar por los fuertes y ricos en perjuicio de los débiles y pobres. Por el contrario, en su bondad se conmueve y atiende con benevolencia las súplicas de los indigentes, de los huérfanos y de las viudas.
Salmo 33
Se trata de un canto de acción de gracias.
La primera estrofa es un invitatorio dirigido a los “pobres”. Estos pueden ser los indigentes y también las personas que no cuentan con buenas obras para presentarse ante el Señor. A ellos se les asegura que encontrarán en Dios un oído atento: El Señor “mira, escucha y libera”.
En la última estrofa se destaca la imagen de un Dios que “redime a sus servidores”. Esto ayuda a corregir una malvada teología de la redención que presenta a Dios como alguien que exige la sangre de su Hijo para liberar a los seres humanos de sus faltas. En el lenguaje bíblico, “redimir” significa “liberar”. No se plantea la cuestión del precio que hay que pagar ni a quién hay que pagarle. Dios se manifiesta como “liberador” desde la salida de Egipto y continúa manifestándose así, de forma deslumbrante, en la persona de Jesús, quien nos libera de la esclavitud del pecado para hacernos personas libres.
Segunda Lectura: 2 Timoteo 4,6-8
Estamos en el pasaje final de la segunda carta a Timoteo, considerado como uno de los últimos “testamentos” de san Pablo. Él está a punto de terminar su carrera y ya tiene la meta a la vista.
Después de haberle recomendado a su discípulo que tenga ánimo y que se dedique al anuncio del Evangelio siguiendo su propio ejemplo, Pablo mira su futuro próximo y exclama: “Ya estoy ofrecido en libación”. En los sacrificios paganos y judíos era habitual hacer libaciones de vino, de agua o de aceite, derramando estos líquidos sobre las víctimas que se iban a quemar sobre el altar. Pablo, consagrado con todo su ser a la misión apostólica, está dispuesto al don supremo de su propia vida ofrecida como holocausto y libación.
“Combatí el buen combate, terminé mi carrera… ya me está preparada la corona”. Pablo se sirve de imágenes tomadas de las competencias deportivas griegas. El vencedor los juegos olímpicos, por ejemplo, recibía una corona de laurel o de olivo. Pablo aspira a la corona de la justicia, esto es, a la glorificación eterna como recompensa justa debida a quien, por la gracia de Dios, vivió con amor en la expectativa del encuentro final con Cristo.
La lectura prosigue con el perdón que Pablo le ofrece a quienes debían haberlo asistido en la defensa ante el tribunas romano. El apóstol, con todo, está sereno y confiado porque sabe que nunca está solo: el mismo Jesús está a su lado.
La carta y el “testamento” terminan con un himno de gratitud y de abandono confiado en las manos del Señor de los siglos.
(V.P. y F.O.)
Anexo 2
Para los animadores de la celebración dominical
I
El verdadero pobre es aquel que experimenta que por sí mismo no puede salvarse y se abandona en Dios con una oración humilde. Y aún cuando se trate de la pobreza del pecado, que es el apartarse de Dios, quien se confiesa y se comporta como pobre ante Dios, experimenta su presencia, logra su proximidad. En este domingo invitamos a valorar el acto penitencial de la celebración eucarística.
II
Se va aproximando el fin del año litúrgico. El próximo 2 de diciembre comenzaremos el adviento y con él el ciclo de lecturas “A” en el que el evangelio de Mateo marcará la pauta. Recomendamos prepararnos con anticipación con una buena introducción a este evangelio del nuevo año litúrgico.
III
Para los lectores.
Primera lectura: No es difícil. Hay que respetar el paralelismo que tanto le gusta a la poética bíblica y tan favorable para conservar las enseñanzas sapienciales.
Segunda lectura: Tampoco tiene dificultades.
(V. P. – F. O.)
CONIS Directiva
Lunes 25 de Octubre
Trigésima semana del tiempo ordinario
La historia de la mujer encorvada
Lucas 13,10-17
“Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años”
Lucas, el evangelista de la misericordia, no regala hoy la espléndida página de “la curación de la mujer encorvada”.
¿Qué es lo propio de esta página del evangelio de Lucas? Hay personas que están fuertemente en desventaja, personas a las cuales se les presta poca atención y que son abandonadas cruelmente a su destino. Mientras enseña en la sinagoga, un sábado, Jesús es el único que se fija en aquella señora a la que ya todos estaban habituados a ver con su defecto físico y es el único que le expresa su interés por su bienestar.
El relato, después de una introducción (13,10-11), expone el milagro (13,12-13) y luego las reacciones frente a él (14,14-17). Vamos a detenernos hoy en las primeras dos partes.
1. El defecto de la señora (14,11)
“Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse”.
Lo que la mayor parte de la gente considera normal y que difícilmente alcanza a apreciar, le fue negado a esta mujer: el caminar erguida. Dondequiera que vaya, ella lleva consigo su propio sufrimiento. No puede liberarse, debe resignarse. Con estas características, esta mujer representa la multitud de personas que tienen algún defecto físico permanente.
A una persona con un defecto físico le son negadas muchas ventajas de las gozan los sanos. Experimentan discriminación de diverso tipo: no siempre pueden casarse, no son acogidas como miembros con pleno derecho en la comunidad, son vistas como disminuidas.
Y a este daño social se le agrega el peso sicológico; ellas se preguntan: ¿Por qué me pasó a mí? ¿Por qué tengo que cargar con este mal toda la vida? Además, mientras los demás le dan gracias a Dios por estar bien, por no tener defectos físicos, ¿qué le puede decir a Dios una persona de éstas al lado de uno en la Iglesia?
3. La misericordia de Jesús (12,13ª)
Siguiendo el hilo del texto veamos el comportamiento de Jesús:
(1) Jesús la “ve” (14,12a).
(2) Jesús actúa frente a ella espontáneamente, no se hace rogar, y entra en contacto con ella llamándola donde él (14,12b): “Y la llamó”.
(3) Jesús la “libera” (14,12c) de su enfermedad. Lo hace (a) con la Palabra y (b) con la imposición de manos.
Jesús obra no solamente con la palabra (“estaba enseñando en la sinagoga”, 14,10), sino también con la acción. Y sus acciones son liberadoras no solamente en aquellas grandes situaciones en la que todos están de acuerdo que las cosas no andan bien, sino también en los pequeños detalles de los cuales la mayoría no se percata, sino únicamente quien lo sufre.
Pues bien, a la mujer encorvada, quien llevaba dieciocho años en esa posición, más bajita que los demás, quien debía mirar a los demás siempre de abajo hacia arriba y de reojo, a ella Jesús la sanó reinsertándola completamente en la vida normal.
3. La alabanza festiva de la mujer (14,13b)
“Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios”.
Erguida, la doña comienza a alabar a Dios. Con una festiva acción de gracias y alabanzas, ella proclama que en ella obró la mano de Dios. ¡Qué manera tan bella de acoger la curación!
El sábado era un día de alabanza por las acciones liberadoras de Dios con su pueblo, y para esto se reunían en la sinagoga. La mujer sanada ahora puede participar completamente en el culto sinagogal y con motivos propios: ha sido liberada de su esclavitud (“un espíritu la tenía sometida”, v.11).
Hay un dicho de san Agustín que dice que una persona “recta” es solamente aquella que dirige la mirada hacia Dios y se orienta según su voluntad. Quien se orienta hacia el propio egoísmo, está replegado sobre sí mismo y es una persona encorvada. Probablemente esta mujer ya debía ser “recta” en la presencia de Dios, pero por medio de la ayuda que recibió de Jesús ahora lo será mucho más (sugiero conectar con la parábola sobre la mujer en los versículos 20-21).
En fin, estamos ante un relato que merece ser leído muchas veces. Jesús hizo con prontitud y benevolencia lo que ningún otro podría haber hecho por una mujer doblemente discriminada. Claro que nosotros podemos continuar las actitudes y la obra de Jesús, nosotros podemos “enderezar” a quienes están curvados y sacarlos de su sufrimiento, si permitimos que ellos encuentren en nosotros una benevolencia sincera y cordial como la de Jesús y si les abrimos todos los espacios para insertarlos de la mejor manera posible en la vida ordinaria. ¿No le parece?
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué pasos da Jesús en la curación de la mujer encorvada?
2. ¿Cómo aparece el problema del “mal” en este relato?
3. ¿Qué nos sugiere este pasaje para nuestro ejercicio cotidiano de la misericordia?
“Ámala cual merece bondad inmensa;
pero no hay amor fino sin la paciencia”
(Santa Teresa de Jesús)
Martes 26 de Octubre
Trigésima semana del tiempo ordinario
Las falsas concepciones del Reino de Dios
Lucas 13,18-21
“¿A qué es semejante el Reino de Dios?”
El evangelio de ayer terminó con esta frase: “Y cuando (Jesús) decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos” (13,17). ¿Por qué quedaban confundidos? Pues porque lo que Jesús dice y hace no encaja en su idea de Reino de Dios.
En el mundo de Israel, en tiempos de Jesús, uno de los obstáculos para la conversión son las falsas concepciones del Reino de Dios.
Quienes no quieren creer en Jesús se escandalizan de su mensaje y de sus obras –según ellos- poco grandiosas. Ellos esperan un Rey mesiánico que venga con todo el aparato de una potencia política, con un sistema y un programa de gobierno similar al de los que ya se conocen en la tierra.
Para revelar cuál es su manera de entender el Reino de Dios, y por lo tanto su mesianismo, Jesús cuenta dos parábolas: la del grano de mostaza (13,18-19) y la de la levadura (13,20-21). La primera muestra la manera de actuar de un varón (un agricultor) y la segunda la de una mujer (un ama de casa); podría pensarse que se está tratando de presentar dos puntos de vista sobre le Reino de Dios: el del varón y el de la mujer.
Ambas parábolas apuntan a un mismo significado: a un comienzo que parece bastante modesto se le contrapone una conclusión grandiosa. El Reino de Dios sigue la dinámica de este contraste (similar al de la parábola del sembrador: 8,4-11).
La simbólica de la parábola también nos permite ver un doble movimiento: hay un crecimiento externo (como el de la semilla de mostaza) y hay un crecimiento interno (como el de la levadura). El Reino de Dios se mueve en estas dos direcciones que caracterizan la evangelización de la Iglesia.
Con esta enseñanza Jesús quiere disipar los equívocos de sus adversarios que critican su manera de obrar porque no corresponde a la idea que tienen de Reino de Dios.
En conclusión: a los comienzos humildes del anuncio de Jesús le sigue el Reino de Dios, el cual obra en lo escondido, pero crece de manera irrefrenable hasta su cumplimiento definitivo en el tiempo final.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Nuestro abordaje de hoy fue breve como el grano de mostaza pero esperamos que tenga efecto como la levadura.
1. ¿Qué idea de Reino de Dios tienen en mente los adversarios de Jesús?
2. Es interesante notar que las dos parábolas presentan a un hombre y a una mujer, pero también que pertenecen al mundo de la agricultura y del hogar: ¿Por qué los humildes aparecen representando su compromiso con el Reino de Dios? ¿Por qué los más entendidos, los adversarios, no consiguen entender?
3. ¿Qué idea de Reino tengo yo? ¿Qué implica la enseñanza de Jesús para mi comprensión de la vida de la Iglesia y de la misión en el mundo de hoy?
“Confianza y fe viva mantenga el alma,
que quien cree y espera todo lo alcanza”
(Santa Teresa de Jesús)
Miércoles 27 de Octubre
Trigésima semana del tiempo ordinario
Lo que se exige para entrar en el Reino
Lucas 13,22-30
“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”
Jesús sigue el viaje de subida hacia Jerusalén sin por ello detener la misión: “Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén” (13,22). Parte de su misión no es solamente predicar sino también escuchar y responder preguntas de la gente, como efectivamente sucede en el pasaje de hoy.
Aparece la pregunta de una persona, anónima, que en con su pregunta deja ver que conoce tanto el texto del 4º libro de Esdras 8,1-3 (escrito en la segunda mitad del S.I dC) que dice: “Solamente pocas personas serán salvadas”, como también el pensamiento de los escribas: “Israel entero tendrá parte en el mundo futuro”, solamente algunos pecadores particularmente culpables serán excluidos (pensaiento recogido tardiamente en la Mishná, Sanhedrín 10,1). La contradicción de las dos corrientes de pensamientos parece estar detrás de la pregunta planteada ahora: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (13,23).
A la pregunta Jesús responde con una exhortación. A un planteamiento de tipo cuantitativo (el “pocos” implica cantidad) Jesús responde con otro de tipo cualitativo (“quienes” lo logran): “Luchad por entrar por la puerta estrecha...” (13,24).
De la respuesta de Jesús aprendemos que:
· Es urgente hacer todo lo que podamos para ser admitidos en el Reino, antes que sea demasiado tarde.
· La conversión verdadera es la condición indispensable para que seamos admitidos, nada podrá remplazar esta condición.
En el evangelio de Lucas la “puerta estrecha” no es la entrada a un camino (como en Mt 7,13-14) sino un acceso directo al lugar de salvación. Allí se entra con “agonía” (como dice literalmente en griego Lc 13,24), es decir, con un esfuerzo moral.
Luego, con una parábola, Jesús indica lo que va a suceder cuando termine el tiempo final, en el cual ya no habrá “puerta estrecha” sino “puerta cerrada” (13,25-29).
Fuera del lugar de la salvación se quedan todos aquellos que conocieron la misión de Jesús pero no aceptaron sus enseñanzas. Éstos le hacen una protesta al dueño de la casa para que les abra, pero la respuesta repetida dos veces es “No sé de dónde sois” (o “no sé de qué parte están”). No importa que hayan sido misioneros o que hayan realizado curaciones, éstos se quedarán fuera porque al no tomar en serio la Palabra de Jesús, tampoco pusieron en práctica la voluntad de Dios que era la de conformar su vida con la de Jesús. Más bien, por el contrario, se convirtieron en “agentes de injusticia” (=obreros de iniquidad).
Los que caminaron como discípulos y evangelizadores, pero no clasificaron para meta, se ven todavía más humillados cuando son testigos de lo que sucede dentro (13,28-29): en la comunión definitiva con Dios (“mesa del Reino”) se encuentran todos sus predecesores israelitas y también los paganos (los que vienen de los cuatro puntos cardinales), mientras que ellos, los que tuvieron el mejor chance con Jesús, se quedan fuera.
La moraleja de la parábola resuena también como un último llamado: “Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos” (13,30).
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Sugerimos retomar la Lectio más amplia que presentamos el pasado 22 de Agosto.
1. ¿Se sigue repitiendo con otros términos la pregunta inicial del evangelio de hoy? ¿Qué movimientos promueven la idea de que sólo hay unos pocos elegidos para la salvación?
2. ¿Qué implican las imágenes simbólicas de la “puerta estrecha” y la “puerta abierta”?
3. ¿Qué se le exige de manera especial a las personas que se han comprometido con Jesús? ¿Se corona la meta por el simple hecho de haber trabajado por Jesús? ¿Qué más se requiere?
“Del infierno acosado aunque se viere,
burlará sus furores quien a Dios tiene”
(Santa Teresa de Jesús)
Jueves 28 de octubre
Santos Simón y Judas, Apóstoles
Llamados para el apostolado
Lucas 6,12-19
“Eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles”
En la fiesta de los apóstoles Judas Tadeo y Simón, volvemos atrás en la lectura del evangelio de Lucas para recuperar las “raíces” de la experiencia de discipulado y de misión.
Lucas llama a un grupo al que le da el título de “apóstoles” (6,13). Pongámosle mucha atención a algunas particularidades del comportamiento de Jesús en esta escena vocacional:
1. Jesús comienza con una vigilia de oración: “fue al monte a orar y se pasó la noche en la oración de Dios” (6,12)
Sabemos que el tema de la oración es importante para el Jesús que nos presenta Lucas (ver 5,16; 9,18.28.29; 11,1; 22,39-46; 23,34.46). En la oración de Jesús en este texto queda claro que:
· Dios Padre está en el trasfondo de toda experiencia vocacional: él está allí presente, manos a la obra, guiando la historia de la salvación en la cual se inserta todo llamado particular.
· Jesús invoca la bendición de Dios sobre el acto que está a punto de realizar.
· La oración es uno de los elementos más importantes del discipulado ya que está en la raíz del itinerario.
2. Jesús distingue entre un amplio grupo de discípulos y los doce “a quienes llamó también apóstoles” (6,13)
Se trata de una referencia a las doce tribus de Israel. Yahvé proyectó un pueblo que fuera modelo para todos los pueblos, pero éste no se llevó a cabo plenamente e, incluso en tiempos de Jesús, quedaban apenas dos tribus y media. Andar por todas partes con un grupo de Doce era una lección para Israel, un llamado para recuperar su vocación original de Pueblo de Dios y la realización de las profecías (ver por ejemplo: Ezequiel 39,23-29).
3. Jesús escoge sus apóstoles entre aquellos que ya lo han oído y visto en acción
Ya anteriormente se había dicho que una gran multitud “afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades” (5,15), pues bien, con esos mismos términos se caracteriza también la “gran multitud de discípulos suyos... que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades” (6,17-18), de en medio de los cuales los Doce son escogidos y a los cuales encuentran cuando descienden de la montaña.
Cuando los Doce bajan con Jesús de la montaña lo primero que encuentran es el duro escenario de una humanidad herida. Al contemplar a Jesús en acción y tomar conciencia que “de él salía una fuerza que sanaba a todos”, los discípulos comienzan a comprender para qué han sido llamados, para qué es que el Maestro los quiere capacitar.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué es ser “apóstol”?
2. ¿Por qué para ser “apóstol” se requiere la vocación? ¿En mi caso cómo me ha llegado el don de la vocación?
3. ¿Qué me enseña la oración de Jesús en este pasaje? ¿Cómo puedo ponerlo en práctica?
“Vénganle desamparos, cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro nada te falta”
(Santa Teresa de Jesús)
Viernes 29 de Octubre
Trigésima semana del tiempo ordinario
La curación del hidrópico en sábado
Lucas 14,1-6
“¿A quién de vosotros se la cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado
y no lo saca al momento?
El lunes pasado leíamos la curación de una mujer, hoy la de un hombre. El “mal” que sufría la mujer era un defecto físico permanente, el “mal” que sufre el hombre de este pasaje es una de las más terribles enfermedades conocidas en el mundo antiguo: la “hidropesía”. Ambas curaciones fueron en sábado y en medio del acecho de los adversarios de Jesús. Pero ambos son curados y en el paso liberador de Jesús por sus vidas aprendemos nuevas lecciones sobre la misericordia.
1. La enfermedad (13,2)
“Había allí, delante de él, un hombre hidrópico”
Para un judío la hidropesía es un doble mal, peor que el de la lepra. No es cutáneo sino una hinchazón del vientre que va comprometiendo gradualmente a los otros órganos internos. Hasta que toca el corazón y causa la muerte repentina. Es muy dolorosa, causa desespero y sobre todo, en un mundo en que la ciencia médica aún no conseguía descubrir las causas ni ofrecer los remedios, sumía al enfermo en una continua zozobra en la espera de la muerte.
Pero además, desde el punto de vista religioso, esta enfermedad estaba catalogada como la consecuencia de una maldición. Era el peor castigo que se le podía desear a un enemigo: “Se vistió de maldición como de un manto: ¡que penetre en su seno como agua!” (Salmo 109,18ª). Es también la enfermedad que se le atribuye a las pecadoras adúlteras, consecuencia de su pecado (ver Números 5,21-22; Proverbios 5,15-23). El hidrópico, entonces, era una persona repudiada socialmente.
Existían algunos medios para atenuar el dolor del enfermo, pero éstas estaban catalogadas dentro de los trabajos prohibidos en un sábado. ¡Cómo sería el sábado para estos enfermos!
2. La curación (13,3-4)
“Entonces le tomó, le curó y le despidió".
La obra de Jesús frente al enfermo se realiza bajo la sombra de la sospecha: “Le estaban observando” (v.1), se sobreentiende que era para ver si quebrantaba las normas sagradas del sábado, si su misericordia iba más allá de la ley de Dios.
El sábado hebreo celebra el “descanso de Dios” (Génesis 2,2) y medita ampliamente sobre la plenitud que Dios le concedió a su creación. Todo lo que se hace en sábado debe ser a imagen de Dios. Sobre este presupuesto Jesús confronta a sus adversarios: “Es lícito (=según el querer de Dios) curar en sábado o no?” (v.3). El silencio del auditorio manifiesta que no quieren comprometerse con una respuesta que puede venir en su contra (v.4ª).
Jesús realiza tres acciones:
(1) lo “tomó”, que indica que extendió la mano para ayudarlo;
(2) lo “curó”, obra creadoramente en él;
(3) lo “despidió”, que en realidad es “lo desató” (=dar la libertad).
El hombre queda liberado por Jesús en todos los sentidos; el “desatar” evoca la acción pascual de Dios con su pueblo, liberación que es precisamente el centro de la celebración del sábado, plenitud de la creación. Jesús trata al final a este hombre, no como un minusválido, sino como un hombre adulto, un hombre autónomo y creativo, capaz de conducir su vida en sintonía con Dios y de asumir una responsabilidad misionera frente a los demás.
3. El sentido de la curación (13,5-6)
“¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca el momento?”.
Jesús mismo se responde la pregunta que planteó. Su razonamiento es tan lógico que sus adversarios “no pudieron replicar a esto” (13,6).
Jesús evoca dos imágenes fuertes de auxilio que no da espera: (1) la de un padre desesperado por su hijo, (2) la del dueño que corre por el buey que ara su terreno. En ambos casos Jesús se refiere a la situación dramática del “caer en un pozo”. En la palabras de Jesús queda claro que sino corre para un animal que le da el sustento, y así salva el bienestar económico de la familia, cuánto más lo hará por un hijo. El padre no sólo le da la vida al hijo sino que la protege y le ayuda a desarrollarla. De la misma manera es Dios, quien no sólo creó al hombre sino que vela por su vida.
La misericordia de Jesús es la prontitud de Dios que no soporta el sufrimiento de sus hijos y que viene a tenderle la mano para “sacarlo” (=éxodo) de su situación. Pero la misericordia de Jesús debe ser compartida por aquellos que lo rodean, el Dios de la creación y de la pascua pide una comunidad que sepa vivir a fondo el “sábado” creador y pascual. En manos de aquella comunidad reunida en un banquete festivo había una gran tarea. El silencio de los fariseos fue bien diciente.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Cómo se complementan en el mensaje la curación de la mujer encorvada y la del hidrópico?
2. ¿Cómo lo cura Jesús?
3. ¿A qué se refiere la enseñanza sobre el “sacar” al hijo del pozo? ¿Qué sugerencias me da Jesús con esa expresión para mi compromiso hoy con mi pueblo?
“Id, pues, bienes del mundo; id dichas vanas;
aunque todo lo pierda, sólo Dios basta”
(Santa Teresa de Jesús)
Sábado 30 de Octubre
Trigésima semana del tiempo ordinario
La etiqueta en la distribución de los puestos en la mesa según Jesús
Lucas 14,1.7-11
“Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos…”
El pasaje de hoy lo habíamos abordado el pasado 29 de Agosto. Gustosos invitamos a retomar las pistas de ese día (incluso las preguntas).
Veamos las tres partes del pasaje evangélico: (1) una observación, (2) una parábola y (3) la aplicación.
1. Una observación: “Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos” (14,7ª)
¿Qué hay detrás de este comportamiento? Una de las necesidades humanas es la estima. Esto se percibe en la aspiración al reconocimiento. El problema en cuando se busca por medio de la competencia: ser superiores a los demás, tener posiciones más altas, estar más adelante. Esto último es lo que Jesús ve en los comensales de aquella mesa: quieren los puestos más visibles (a la cabecera de la mesa o en el centro), los que indican superioridad.
Esto que sucede en las comidas formales también sucede en la convivencia humana y en todos los estratos sociales. No es fácil reconocerle a las otras personas nuestros mismos derechos y nuestro mismo valor. En esta feria de las vanidades, aparece el deseo de la afirmación personal mediante la comparación: lo nuestro es superior o mejor que lo de los otros. De esta comparación proviene un criterio errado de valoración.
2. Una parábola: “Cuando seas invitado…” (14,8)
En una parábola, Jesús propone una regla de comportamiento diferente para los comensales: “Cuando seas invitado a una boda, no te pongas en el primer puesto… no sea que… y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto” (14,8-10). Su frase proviene de la sabiduría popular: quien busca los primeros puestos de manera directa o muy de prisa puede terminar recibiendo más humillación que honra; no hay que correr riesgos.
Sin embargo, detrás de esto puede suceder que no haya verdadera humildad sino una estrategia para salirse con la suya. A lo mejor de esta forma la honra puede ser más evidente ante los demás invitados a la hora en que el anfitrión lo haga ascender de lugar.
Puesto que lo que Jesús quiere no es simplemente recordar una regla de sabiduría sino ir hasta el fondo de las actitudes, es que no hay que perder de vista la idea principal: hay dejarle al patrón de la casa la tarea de la asignación de los puestos. Los puestos no dependen de los méritos que creemos tener sino de la gratuidad del anfitrión.
3. La aplicación: “Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado” (14,11)
De la parábola se deducen las siguientes enseñanzas e invitaciones:
(1) Poner en crisis este tipo de comportamientos
Toda búsqueda de honor fracasa delante de Dios; es más, tiene un efecto contrario. Dios no está dispuesto a admitir las jerarquías de honor que nos inventamos los hombres. Todo lo que hagamos por dar brillo a nuestro honor, prestigio y esplendor carece de valor en presencia de Dios.
Por eso, en este tipo de cosas no vale la pena gastar energías porque pertenece al mundo de la vanidad, que en el fondo es vaciedad, una forma de egoísmo por la exaltación del propio yo. Es Dios, no nuestra ambición, quien nos da el valor y la importancia que tenemos.
(2) Ponernos bajo la mirada de Dios
De ahí que el verdadero lugar del hombre es el que ocupa ante Dios y no el que puede ganar esforzándose en su propia promoción.
Lo mismo vale para las relaciones entre nosotros. Hay que evitar la autopromoción y más bien actuar desde la humildad, no nos corresponde a nosotros sino los otros la promoción.
(3) Vivir según el principio de vida evangélico
La última palabra sobre el valor de las personas la tiene Dios. Esto ya lo había dicho María en el Magníficat: “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes” (1,52).
Todas estas actitudes provienen del fondo del corazón, por eso se retoma como conclusión de la parábola de la oración del fariseo y el publicano: “Todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado” (18,14).
La lección se volverá a escuchar en la última cena, donde irónicamente los discípulos van a pelear por los puestos; Jesús les responderá con un llamado al servicio humilde, de lo cual Él es el mejor ejemplo: “¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (22,27).
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué formas –discretas o públicas- tiene hoy la aspiración al honor y al prestigio? ¿Qué podemos decir al respecto?
2. ¿Qué nueva cultura de las relaciones propone Jesús? ¿En qué se basa? ¿Para dónde apunta?
2. Los fariseos basaban su espiritualidad en la lógica de la recompensa. ¿Esto es correcto? ¿Qué es lo que hay que buscar en la relación con Dios y con los demás?
“El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con Él,
tocando este soberano matrimonio,
que presupone haberse llegado Su Majestad al alma por unión”
(Santa Teresa de Jesús)
1.- DIOS ESCUCHA | ||||||||||||||||
" ...Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan... " (Eclo 35, 15-17. 20-22 ). | ||||||||||||||||
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SÍMBOLOS | ||||||||||||||||
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2.- PALABRA | ||||||||||||||||
(Lc 18, 9-14) El Señor escucha al pobre que suplica y rechaza al que se vanagloria y desprecia a los demás. | ||||||||||||||||
Lectura del santo evangelio según san Lucas (Lc 18, 9-14) | ||||||||||||||||
9 También a unos, que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás, les dijo esta parábola: | ||||||||||||||||
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COMENTARIO | | |||||||||||||||
En esta parábola, que sólo se encuentra en Lucas, se contraponen dos actitudes: la del fariseo, que piensa ganar la salvación con su propio esfuerzo, y la del publicano, que reconoce su condición de pecador y pide a Dios la conversión. Este último, que se apoya en Dios y no en sus obras, es el modelo que Lucas propone a sus lectores. El Mensaje del Nuevo Testamento | ||||||||||||||||
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3.- RESUENA LA PALABRA | | |||||||||||||||
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MEDITACIÓN, ORACIÓN DE QUIETUD | ||||||||||||||||
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PARA LA REFLEXIÓN Y VIVENCIA | ||||||||||||||||
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Mantras | | | ||||||||||||||
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4.- PARA EL DIÁLOGO Y LA EXPERIENCIA | ||||||||||||||||
"Os digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado." (v. 14).
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Podemos terminar nuestra oración recitando juntos el Salmo 33 del Diurnal | ||||||||||||||||
Bendigo al Señor en todo momento, |
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